Así habló el Covid

Publicado el 10 abril 2020 por Astubez
María Jesús Montero lo volvió a hacer. Cuando parecía que no podía gestarse un disparate más  por parte de algún miembro del ejecutivo, aparece la ínclita ministra de Hacienda y portavoza del Gobierno (esto es, la que porta la voza) y, ducha ya en estos menesteres y con ese ingenio tan privilegiado con que el Dios, los astros, la providencia o la naturaleza pura la ha dotado, dice que el virus no avisó, que se presentó de improviso, cual hermana pesada que, un domingo cualquiera, se presenta en tu casa con su repelente marido (el cuñado ibérico, el de toda la vida. Todo el mundo tiene el suyo) y una cámara digital para conectarla a la televisión y ver todos juntos —y comentar, que es peor todavía— las fotografías de su reciente viaje al Perú; todo ello, huelga decir, sin importarle una higa las costumbres, historia y tradiciones del país visitado. Por ánimo de postureo, simple y llanamente. Para poner los dientes largos.
Pues así, de esta guisa, se presentó el coronavirus en España: no mandó un burofax, ni un mail, ni una carta, ni una señal de humo. Nada. ¡Pero será maleducado y descortés! ¡Para que luego digan que los asiáticos se caracterizan por sus exquisitos modales! «Pero bueno —podría decir nuestro contagioso y letal enemigo asiático— si salí de casa (entiéndase China) como un elefante en una cacharrería; si ataqué sin piedad a vuestra hermosa hermana Italia con la que tantos defectos compartís; si mientras la propia Italia suspendía competiciones deportivas, vosotros permitíais que miles de italianos entraran en Valencia por motivo del partido de Champions League;  si mientras la Organización Mundial de la Salud os advertía de las vicisitudes que ibais a atravesar por mi culpa, vosotros hicisteis caso omiso y callasteis como mudos permitiendo que mujeres (y hombres) de todas las edades se manifestaran multitudinariamente; si mientras en Italia las calles estaban desiertas, las reinas de las mañanas, el ilustre obeso verde (incluso algún payaso, cuya única gracia estriba en preguntar a los invitados si tienen mucha pasta o fornican con asiduidad, se reía de mi poder cantando a coro con la burricie que asiste a su lamentable espectáculo de adolescentes pajilleros “¡Coronavirus, oé!”, todo ello, huelga decir, con la mofa y befa que caracteriza a este tipo de criaturas fruto de una televisión cuya gracia es proporcional a la calidad de sus contenidos), y alguna que otra invitada de ultratumba, le quitabais hierro al asunto; si mientras la vicepresidenta Calva alentaba a las mujeres a salir a las calles porque “les va la vida” a sabiendas de lo que ocurría; si, en definitiva y a consecuencia de todo lo anterior, la sociedad española, nada prevenida por las autoridades políticas y medios de comunicación al servicio de los primeros —que son casi todos— salieron en masa durante esos últimos días de febrero y primeros de marzo a manifestar sus derechos golpeando los tambores como si de una tribu Apache antes de entrar en batalla se tratara y gritar consignas en las que exponían que yo no era rival para el machismo (he de reconocer que esto último me dolió profundamente), entonces, os pregunto: ¿Qué más queríais que hiciera? ¿Anunciarme con fuegos artificiales? ¿Hablar aprovechando el viento de levante para manipular el aire de tal manera que articulase palabras inteligibles y emitir algo así como “Atención todo el mundo, munda y munde, soy el Coronavirus, prepárense para ser contagiados”. 
»Señores y señoras y señorus del Gobierno de España, cuando me vaya —porque me iré, tenéis a profesionales muy competentes que hacen que mi letalidad no sea tan efectiva— volveré; y cuando vuelva, puedo prometer y prometo, que os enviaré un correo con fecha y hora exacta de mi entrada en territorio español. Palabrita. Pensándolo mejor, os mando un tuit, que es más corto»
Así habló el Covid.