Pues así, de esta guisa, se presentó el coronavirus en España: no mandó un burofax, ni un mail, ni una carta, ni una señal de humo. Nada. ¡Pero será maleducado y descortés! ¡Para que luego digan que los asiáticos se caracterizan por sus exquisitos modales! «Pero bueno —podría decir nuestro contagioso y letal enemigo asiático— si salí de casa (entiéndase China) como un elefante en una cacharrería; si ataqué sin piedad a vuestra hermosa hermana Italia con la que tantos defectos compartís; si mientras la propia Italia suspendía competiciones deportivas, vosotros permitíais que miles de italianos entraran en Valencia por motivo del partido de Champions League; si mientras la Organización Mundial de la Salud os advertía de las vicisitudes que ibais a atravesar por mi culpa, vosotros hicisteis caso omiso y callasteis como mudos permitiendo que mujeres (y hombres) de todas las edades se manifestaran multitudinariamente; si mientras en Italia las calles estaban desiertas, las reinas de las mañanas, el ilustre obeso verde (incluso algún payaso, cuya única gracia estriba en preguntar a los invitados si tienen mucha pasta o fornican con asiduidad, se reía de mi poder cantando a coro con la burricie que asiste a su lamentable espectáculo de adolescentes pajilleros “¡Coronavirus, oé!”, todo ello, huelga decir, con la mofa y befa que caracteriza a este tipo de criaturas fruto de una televisión cuya gracia es proporcional a la calidad de sus contenidos), y alguna que otra invitada de ultratumba, le quitabais hierro al asunto; si mientras la vicepresidenta Calva alentaba a las mujeres a salir a las calles porque “les va la vida” a sabiendas de lo que ocurría; si, en definitiva y a consecuencia de todo lo anterior, la sociedad española, nada prevenida por las autoridades políticas y medios de comunicación al servicio de los primeros —que son casi todos— salieron en masa durante esos últimos días de febrero y primeros de marzo a manifestar sus derechos golpeando los tambores como si de una tribu Apache antes de entrar en batalla se tratara y gritar consignas en las que exponían que yo no era rival para el machismo (he de reconocer que esto último me dolió profundamente), entonces, os pregunto: ¿Qué más queríais que hiciera? ¿Anunciarme con fuegos artificiales? ¿Hablar aprovechando el viento de levante para manipular el aire de tal manera que articulase palabras inteligibles y emitir algo así como “Atención todo el mundo, munda y munde, soy el Coronavirus, prepárense para ser contagiados”.
»Señores y señoras y señorus del Gobierno de España, cuando me vaya —porque me iré, tenéis a profesionales muy competentes que hacen que mi letalidad no sea tan efectiva— volveré; y cuando vuelva, puedo prometer y prometo, que os enviaré un correo con fecha y hora exacta de mi entrada en territorio español. Palabrita. Pensándolo mejor, os mando un tuit, que es más corto».
Así habló el Covid.