La anécdota es legendaria: después de haber escrito una veintena de filmes -algunas veces con crédito, otras veces sin él-, Preston Sturges (1898-1959) llegó a la Paramount con una propuesta. Tenía un guión nuevecito que vendería al estudio por diez dólares y una sola condición: que lo dejaran dirigir la película. Para entonces, Sturges se había ganado cierto prestigio como "escenarista de cine" y la casa Paramount no vio ningún problema en tomar ese riesgo bien calculado: le dio un presupuesto de 350 mil dólares y un reparto sólido pero sin estrellas, y Sturges respondió a esa confianza con un rodaje que no se extendió más allá de tres semanas. La apuesta de la Paramount rindió frutos: la opera prima de Sturges, Así Paga el Diablo (The Great McGinty, EU, 1940) fue un éxito de taquilla, recibió muy buena crítica y le dio a Sturges el único Oscar de su carrera, el de Mejor Guión en 1941.En el aspecto formal, la brevísima cinta de Sturges -¡82 minutos de duración!- no es nada del otro mundo. Su puesta en imágenes es ágil, limpia, funcional. Lo que atrapa es, en primera instancia, la estructura narrativa del filme y, después, el descarnado pero muy lúcido retrato del clientelismo político en los Estados Unidos. Así Paga el Diablo no es, ni con mucho, la única cinta que retrata la corrupción política estadounidense, pero sí la que describe con una precisión sardónica increíblemente vigente los mecanismos de manipulación electoral que persisten/subsisten en cualquier país del mundo que se llame a sí mismo democrático.La cinta inicia en un bar de alguna república bananera. Ahí, un tipo alcoholizado (Louis Jean Heydt) intenta suicidarse dándose un tiro, pero es salvado por el rudo encargado del lugar, el McGinty del título (Brian Donlevy). Pasado el susto, el suicida frustrado se confiesa: él siempre había sido un hombre honesto hasta que cayó en la tentación, cometió un solo delito -un desfalco- y ahora su vida está destrozada. McGinty tiene su propia historia, más o menos similar: él siempre había sido un corrupto de siete suelas pero alguna vez decidió hacer algo bueno y esa veleidad por ser una persona decente le costó todo. Así pues, inicia el largo flashback en el que vemos el vertiginoso ascenso al poder político del oscuro vago Dan McGinty que, en una elección para la alcaldía de Chicago, con tal de ganarse dos dólares por cada vez que va y vota, logra ir a las urnas un total de 37 ocasiones, lo que causa la admiración del Jefe Político (Akim Tamiroff). Muy pronto, McGinty es reclutado como el eficaz cobrador del Jefe -una especie de Bejarano avant-la-lettre- y cuando un escándalo hace imposible que el mangoneado alcalde (Arthur Hoyt) permanezca en el puesto, el Jefe lanza a McGinty como el nuevo "rayito de esperanza" para la ciudad. Su candidatura hace necesario que McGinty se adecente, así que se casa con su secretaria Catherine (Muriel Angelus), aunque es claro que se trata de un matrimonio por conveniencia. Todo va viento en popa, McGinty pasa de alcalde a gobernador -siempre bajo la sombra protectora del Jefe-, pero un malhadado día nuestro cínico protagonista comete su gran error: no solo se enamora de Catherine y empieza a querer de verdad a los dos hijos de ella, sino que se toma en serio su posición de poder y hasta quiere gobernar para sus conciudadanos. ¿Un político honesto? ¿Dónde se ha visto?Detrás de la ligereza narrativa de todas las escenas y la contundencia cómica de los ingeniosos diálogos, se esconden el desencanto y el escepticismo más oscuros. En esta primera cinta de Sturges podemos ver algunos de los elementos que aparecerán en sus obras mayores, como la ridiculización de las buenas costumbres (Los Amantes de Mi Mujer/1942) o la sátira de la sociedad americana y sus instituciones (Por Meterse a Redentor/1941, El Asombro del Siglo/1942), todo ello camuflado tras la agilidad de los episodios cómicos y la caricaturización de sus personajes. Pero no se engañe: entre risa y risa, Sturges no deja títere con cabeza.
La anécdota es legendaria: después de haber escrito una veintena de filmes -algunas veces con crédito, otras veces sin él-, Preston Sturges (1898-1959) llegó a la Paramount con una propuesta. Tenía un guión nuevecito que vendería al estudio por diez dólares y una sola condición: que lo dejaran dirigir la película. Para entonces, Sturges se había ganado cierto prestigio como "escenarista de cine" y la casa Paramount no vio ningún problema en tomar ese riesgo bien calculado: le dio un presupuesto de 350 mil dólares y un reparto sólido pero sin estrellas, y Sturges respondió a esa confianza con un rodaje que no se extendió más allá de tres semanas. La apuesta de la Paramount rindió frutos: la opera prima de Sturges, Así Paga el Diablo (The Great McGinty, EU, 1940) fue un éxito de taquilla, recibió muy buena crítica y le dio a Sturges el único Oscar de su carrera, el de Mejor Guión en 1941.En el aspecto formal, la brevísima cinta de Sturges -¡82 minutos de duración!- no es nada del otro mundo. Su puesta en imágenes es ágil, limpia, funcional. Lo que atrapa es, en primera instancia, la estructura narrativa del filme y, después, el descarnado pero muy lúcido retrato del clientelismo político en los Estados Unidos. Así Paga el Diablo no es, ni con mucho, la única cinta que retrata la corrupción política estadounidense, pero sí la que describe con una precisión sardónica increíblemente vigente los mecanismos de manipulación electoral que persisten/subsisten en cualquier país del mundo que se llame a sí mismo democrático.La cinta inicia en un bar de alguna república bananera. Ahí, un tipo alcoholizado (Louis Jean Heydt) intenta suicidarse dándose un tiro, pero es salvado por el rudo encargado del lugar, el McGinty del título (Brian Donlevy). Pasado el susto, el suicida frustrado se confiesa: él siempre había sido un hombre honesto hasta que cayó en la tentación, cometió un solo delito -un desfalco- y ahora su vida está destrozada. McGinty tiene su propia historia, más o menos similar: él siempre había sido un corrupto de siete suelas pero alguna vez decidió hacer algo bueno y esa veleidad por ser una persona decente le costó todo. Así pues, inicia el largo flashback en el que vemos el vertiginoso ascenso al poder político del oscuro vago Dan McGinty que, en una elección para la alcaldía de Chicago, con tal de ganarse dos dólares por cada vez que va y vota, logra ir a las urnas un total de 37 ocasiones, lo que causa la admiración del Jefe Político (Akim Tamiroff). Muy pronto, McGinty es reclutado como el eficaz cobrador del Jefe -una especie de Bejarano avant-la-lettre- y cuando un escándalo hace imposible que el mangoneado alcalde (Arthur Hoyt) permanezca en el puesto, el Jefe lanza a McGinty como el nuevo "rayito de esperanza" para la ciudad. Su candidatura hace necesario que McGinty se adecente, así que se casa con su secretaria Catherine (Muriel Angelus), aunque es claro que se trata de un matrimonio por conveniencia. Todo va viento en popa, McGinty pasa de alcalde a gobernador -siempre bajo la sombra protectora del Jefe-, pero un malhadado día nuestro cínico protagonista comete su gran error: no solo se enamora de Catherine y empieza a querer de verdad a los dos hijos de ella, sino que se toma en serio su posición de poder y hasta quiere gobernar para sus conciudadanos. ¿Un político honesto? ¿Dónde se ha visto?Detrás de la ligereza narrativa de todas las escenas y la contundencia cómica de los ingeniosos diálogos, se esconden el desencanto y el escepticismo más oscuros. En esta primera cinta de Sturges podemos ver algunos de los elementos que aparecerán en sus obras mayores, como la ridiculización de las buenas costumbres (Los Amantes de Mi Mujer/1942) o la sátira de la sociedad americana y sus instituciones (Por Meterse a Redentor/1941, El Asombro del Siglo/1942), todo ello camuflado tras la agilidad de los episodios cómicos y la caricaturización de sus personajes. Pero no se engañe: entre risa y risa, Sturges no deja títere con cabeza.