Así se ve un cementerio, de noche

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Una vez me pregunté qué buscaban los viajeros en un cementerio (esto fue lo que escribí en aquel momento) y aún no tengo la respuesta muy clara, pero sí la curiosidad intacta. Y eso fue lo que me hizo entrar en otro cementerio, pero… durante la noche. No rompí ninguna regla, no me colé debajo de alguna reja para ver si se aparecía alguien o algo. Nada de eso.

Durante mis días en el pueblo del Tukuko, en la Sierra de Perijá, una comunidad indígena asentada allí desde hace muchos años; coincidí con la celebración del Día de Muertos. Al final del atardecer, después de una misa entre las lápidas, los familiares se quedan para recordar a sus muertos. Y bueno, yo me quedé con ellos.

El cementerio del pueblo no es ostentoso. Las tumbas son rústicas, se hacen como se pueda. Se adornan como se quiera. Todas blancas y sencillas, se realzan en la noche por las velas que, con esmero, encienden antes de comenzar la celebración. Allí, entre el dolor, bailan y les cantan; les llevan licor (o se lo toman) y ahí mismo, sobre algún pedazo de tierra desnuda, ponen la leña, la olla y le hacen un buen caldo que luego se toman en honor del que ya no está. Luego se van, entre una mezcla repentina de risas y lágrimas.

Estuve dos horas allí, paseando por las vidas de gente que no conocí en plena oscuridad. De fondo, una canción se repetía con insistencia y luego supe que era uno de los éxitos de “Los hijos de Piyuyo”, un grupo musical. Ron, mucho ron en el ambiente y sobre las lápidas. “¿Pensabas alguna vez que ibas a estar en un cementerio de noche?” me preguntan y respondo que no, que nunca se me habría ocurrido.