José, el protagonista de Asignatura pendiente, es un buen representante de una tipología social de la España de la época. Abogado laboralista (lo que inevitablemente nos remite a la matanza de los abogados laboralistas en Atocha, perpetrada en enero del año del estreno de la película), es un hombre comprometido en la lucha contra el franquismo, pero trata de exponerse en la misma lo menos posible. Lo suyo es ayudar a quienes sí se arriesgan, ya que en aquellos tiempos tenebrosos, lo laboral y lo penal estaban estrechamente unidos. José es un hombre felizmente casado, pero parece más enamorado de su trabajo que de su mujer. Un día, precisamente la jornada histórica en la que Franco iba a ofrecer su último y patético discurso en la plaza de Oriente, encuentra por casualidad a su primera novia, Elena, una mujer atrapada en un matrimonio gris y aburrido y, después de un par de citas clandestinas, le propone que hagan el amor, terminar la asignatura pendiente, que les dejó un tiempo mucho más represivo. Sorprende la facilidad con la que José engaña a su ingenua mujer, inventándose viajes de trabajo y hablando por teléfono con Elena delante de ella con torpe disimulo, sin que albergue la más mínima sospecha acerca de la fidelidad de su marido.
José acaba viviendo dos existencias paralelas, dividiendo su tiempo entre la convivencia con su amante y con su mujer. Ambas se vuelven igualmente rutinarias. La ilusión del principio se ha convertido pronto en monotonía, en problemas y reproches. Mientras tanto España también está cambiando. Franco muere y el país entra en una etapa de incertidumbre que coincide con la que estaban viviendo los espectadores de la época. ¿Los anhelos de libertad van a volverse pronto rutina? Quizá la historia sea la misma que la de Elena y José: la felicidad de lo novedoso podría transformarse en una aplastante apatía, tal y como él había vaticinado al principio. Es posible que en este país haya sucedido algo parecido, que todo cambiara presuntamente en aquella época, para que todo siguiera igual, que los privilegiados siguieran siendo los mismos y la gente corriente todavía no haya llegado a la mayoría de edad que se supone a una sociedad madura.
Garci realizó una acertada crónica de las ilusiones y miedos de los españoles de hace cuarenta años que, vista hoy, a pesar de haber envejecido mal en algunos aspectos (como algunos diálogos demasiado artificiosos, sobre todo al final), puede servir de instrumento para que hagamos balance y reflexionemos acerca de lo que ha cambiado y lo que sigue igual en este país.