Arriba: erigida sobre uno de los montes que cierran la Sierra de Alor, la atalaya de las Moitas sigue vigilando inerte los horizontes que bordean Olivenza en su flanco oriental, puesto vigía que antaño, durante la Guerra de Restauración portuguesa, formaba parte de una serie de hasta doce torres desde las cuales avisar a la plaza fuerte de la llegada de unos enemigos que, tras las vicisitudes de la historia, se han convertido en compatriotas de los oliventinos.
El 6 de junio de 1.801, doscientos catorce años atrás, Olivenza quedaba incorporada al reino de España. Con el Tratado de Paz de Badajoz se daba fin a la efímera Guerra de las Naranjas, una contienda político-militar entre una España empujada por la Francia napoleónica, y su vecina proinglesa lusa. Poco más de dos semanas habían servido para que las tropas españolas, dirigidas por el propio primer ministro Manuel Godoy desde Badajoz, sometieran prácticamente todos los territorios portugueses de la Raya cercana a la ciudad pacense. Tras firmarse la alianza entre sendas naciones, España regresaba tras su frontera, alterada sin embargo a la altura de las tierras de Olivenza. Marcaría el río Guadiana la nueva separación entre países, quedando de tal modo y desde entonces, no exento por ello de perenne polémica, la plaza fuerte oliventina dentro del territorio extremeño. Junto a ella se anexionaba igualmente la que entonces era pedanía de Juromenha, llamada Aldeia da Ribeira o Vila Real, hoy la pedanía Villarreal de Olivenza. También comenzaban a ser españolas lo que eran varias aldeas oliventinas, tales como Táliga, San Jorge de Alor, San Benito de la Contienda o Santo Domingo de Guzmán. Multitud de quintas, fincas, huertas y un sinfín de propiedades colindantes a la población militar lusa, comenzaban a escribir sus crónicas en castellano. Entre ellas, cual vigías de la historia, varias atalayas que un día otearon los horizontes vigilando al enemigo español, quedaban, rendidas por el paso del tiempo y el devenir de los hechos de los hombres, bajo el dominio de aquellos contra los que un día se alzaron.
Siglo y medio antes de la breve lucha hispano-lusa, otro conflicto, mucho más destacado y alargado en el tiempo, volvió a enfrentar a vecinos semihermanos, regidos bajo un mismo rey por aquel entonces. Tras la coronación de Felipe II como rey de Portugal en 1.581, bajo el título de Filipe I, el reino luso quedaba unido políticamente al español. Sin embargo, dos reinados y sesenta años después, en 1.640, los portugueses nombran al Duque de Braganza como su legítimo rey. La proclamación de Juan IV de Portugal resumía las revueltas lusas ante la política española en territorio portugués, y desafiaba al gobierno de Felipe IV de España. La Guerra de Restauración comenzaba. No vería el final hasta veintiocho años después, en 1.668, con la firma del Tratado de Lisboa y el oficial reconocimiento español de la independencia de sus vecinos. Hasta entonces, un incesante ambiente bélico había servido de decorado en zonas tales como la Raya hispano-lusa a la altura de Extremadura. Localidades tanto portuguesas como castellanas sufrían constantes luchas y asedios que conllevaron al refuerzo militar de su urbanismo. Olivenza, cercana a la plaza fuerte de Badajoz y separada de sus paisanos lusos por el río Guadiana, apostaba por el levantamiento de un cuarto cercado abaluartado. Al cinturón amurallado se le unirían además una serie de atalayas vigías que, emplazadas en lugares estratégicos cercanos a la población, servirían como pétreos centinelas guardianes de la localidad frente a la llegada de las fuerzas contrarias.
Arriba: rodeada de arbustos, la atalaya de las Moitas recibe por tal motivo su nombre en luso, anclada en plena dehesa extremeña desde la que nos mira orgullosa de su gran altura, máxima entre las torres vigías oliventinas conservadas hoy en día.
Abajo: la atalaya de las Moitas presenta características constructivas similares al resto de arquitecturas vigías con que se circundó a Olivenza en plena Guerra de Restauración, de planta circular y anchos muros de pétrea mampostería, únicamente horadados en base a una dotación de aspilleras defensivas y dos grandes vanos que vigilarían los puestos amigos y enemigos respectivamente, a través de los cuales poder escalar hacia su interior, entrada hoy facilitada a través de una gran hoquedad nacida a raíz de un presunto temblor que sacudió la región el pasado siglo, dejando al descubierto los secretos internos del edificio.
De original construcción, o nuevamente levantadas sobre antiguas torres de similar acometido y origen medieval, se cree que hasta una docena de atalayas rodearon la urbe oliventina en pro de defender con su celo vigilante la localidad. Se repartían sus emplazamientos entre altos montes, suaves colinas e, inclusive, algún llano, dibujando un cinturón vigía que circundara Olivenza en sus flancos norte, sur y oriental, mientras se mantenía el lado occidental como punto de unión, a través del Puente Ayuda, con el reino al que entonces pertenecía. Los puntos escogidos estratégicamente permitían poder observar la llegada del enemigo sin que éste pudiera disimular o esconder su presencia. Las torres, por su parte, mantenían una similar estructura cilíndrica, erigida sobre gruesa fábrica pétrea de mampostería y ladrillo que albergase entre dos y tres plantas internas, culminadas con una terraza desde la cual presentar un puesto militar avanzado en constante conexión visual con la torre del Homenaje del céntrico castillo oliventino. Las señales lanzadas por los centinelas a la guardia apostada en el interior de la plaza fuerte se apoyarían en humo de fogatas o en disparos de mosquetón, sin descartar el uso de teas encendidas o señales luminosas de otra naturaleza. Avisados de la presencia del contrario quedarían así los oliventinos, que mirarían hacia la atalaya de Juana Castaña en caso de que el enemigo viniera desde el frente norteño y más cercano a la plaza de Badajoz. Mientras, las atalayas de las Moitas y de la Coitá se mantendrían en vela al Este, mirando hacia Valverde de Leganés. Sobre un elevado cerro, al sur de la localidad y cerca de San Benito de la Contienda, se mantiene aún en pie la atalaya de San Amaro, no lejos de la de los Arrifes, al suroeste, que avisaría de la llegada de tropas desde Alconchel, Cheles o Villanueva del Fresno. De la atalaya del Poceirón apenas quedan hoy en día restos pétreos desperdigados, mientras que la del Barroco ha sido incorporada a una más reciente construcción dentro del cortijo homónimo a la torre. Por su parte, Catrapós, Doña María o San Gil, son sólo nombres que conforman el recuerdo de atalayas completamente desaparecidas.
Arriba y abajo: el interior de la atalaya de las Moitas, abierto al visitante a raíz de un presunto derrumbamiento ejecutado por un temblor que sacudió la zona en los años sesenta del siglo XX, descubre entre las ruinas y amenazas de peligro de continuidad de ser del monumento, la presencia de al menos dos estancias en su interior, cubiertas por bóvedas realizadas bajo la técnica de "colmo" en base a la cual las techumbres quedarían formadas gracias al seriado de una colección de anillos de lajas pizarrosas superpuestos unos sobre otros hasta cerrar la estancia, tal y como se conserva sobre la planta media, desaparecida la bóveda de cubrimiento de la habitación inferior.
La atalaya de las Moitas, bautizada así al parecer por la gran cantidad de "moitas" (traducido al castellano como arbustos) que aún hoy en día circundan la construcción, se cuenta no sólo como una de las atalayas vigías oliventinas que se mantiene en completo pie en su estructura, sino además como la más elevada de todas ellas. Enclavada sobre uno de los cerros norteños que cierran la Sierra de Alor, en las cercanías de la pedanía de San Jorge de Alor y flanco suroeste de la vega del río Olivenza, a la altura actual del embalse de Piedra Aguda, esta torre vigía controlaría los contornos oliventinos más cercanos a la vecina Valverde de Leganés, separados los reinos luso y español por aquel entonces por la línea que dibujaría el mencionado río homónimo a la plaza fuerte portuguesa. Si bien su estructura resultó al parecer dañada por acción de un seísmo sufrido por los contornos de la región en el pasado siglo, abriéndose al visitante sus entrañas en su lado noroccidental, resquebrajada además por su cara sur, contaba con posiblemente tres plantas internas más terraza, pudiéndose acceder hoy en día, en base al desmoronamiento mencionado, a los pisos interiores inferior y medio, toda vez que, en su estado original, la entrada a la torre sólo sería posible realizarla escalando hasta una puerta abierta en su zona superior, vano contrario a aquel que miraría directamente hacia las tierras enemigas.
Arriba: vista de la localidad de Olivenza desde el interior de la atalaya de las Moitas, municipio para cuya custodia fueron levantadas ésta y el resto de torres vigías lo cual, a pesar del celo en la vigilancia, no impidió que, tras varios intentos de asedio, la plaza fuerte lusa cayera finalmente en manos del ejérctio español durante la Guerra de Restauración, en 1.657 y capitaneado por el Duque de San Germán, D. Francisco de Tuttavilla hasta que, firmada la paz de Lisboa entre ambos países, fueran reconocida la independencia lusa en 1.668.
Abajo: ejemplares de Ophrys Speculum, más conocidas como orquídeas abejas, asoman a la primavera en las inmediaciones de la atalaya de las Moitas, enclave, junto a otros parajes oliventinos entre los que destaca especialmente la Sierra de Alor, de gran valor natural y paisajístico e inmensa riqueza botánica donde las orquídeas cobran especial valor.
La bóveda de separación entre las plantas inferior y media ha desaparecido casi en su totalidad, no ocurriendo así con el recubrimiento de la estancia central, prácticamente intacto. Sobre ella, a juzgar por la distancia que se adivina entre cobertura y terraza, pudiera haber existido una tercera habitación superior. Las bóvedas del edificio, siguiendo una misma táctica constructiva empleada y repetida en el resto de las atalayas, presentan una fábrica efectuada bajo las directrices de la técnica de "colmo", a través de la cual el material de fabricación, en este caso principalmente lajas de piedra pizarrosa, se van superponiendo en anillos, hasta cubrir totalmente la estancia y cerrar el abovedamiento. La comunicación entre los niveles, siguiendo también esquemas útiles para la mayoría de las torres vigías oliventinas, se ejecutaría a través de estrechas aberturas labradas junto a uno de los muros, aptas sólo para el paso de una única persona. La atalaya de las Moitas conservaría, a pesar del derrumbe sufrido en su interior, la portada de comunicación entre la estancia media y la alta o, en caso de no existir ésta última, de acceso a la terraza, cuyos dos únicos ventanales asoman respectivamente a Olivenza y a Valverde de Leganés, compatriotas y enemigos de los militares allí apostados en la época de construcción y uso de la torre. Un número poco abundante de aspilleras siguen comunicando el interior del recinto con su rededor, en una doble función que cumpliese tanto con la defensa del recinto en caso de asedio, como con la iluminación y ventilación de su robusto corazón. Al exterior también pueden observarse en la actualidad las múltiples aberturas que en serie circundan la torre a la altura de lo que posiblemente era el suelo de la terraza, suponiendose así la existencia de una techumbre de madera cuyas vigas quedasen ancladas en estas hoquedades, separando el nivel último del mirador, o incluso la presunta presencia de una base de madera que rodease la atalaya en su parte última a modo de adarve externo.
Arriba y abajo: la atalaya de Juana Castaña repite directrices arquitectónicas similares al resto de torres vigías oliventinas, tales como su planta circular o su fábrica basada en gruesos muros de mampostería pétrea, constando ésta, sin embargo, de menor altura que otras de las conservadas en nuestros días, lo que no ha impedido, sin embargo, que su integridad y la conservación de elementos tales como el enlucido externo, sea mucho mayor y mejor que la presentada por otras atalayas.
De menor altitud que la atalaya de las Moitas, e inclusive menor altura que las también conservadas de San Amaro o de Arrifes, la atalaya de Juana Castaña se eleva al Norte del municipio oliventino, enclavada sobre una suave colina cercana a la joven pedanía conocida como San Francisco de Olivenza, desde donde poder controlar la vega del río Olivenza en su margen izquierdo antes de su desembocadura en el río Guadiana, afluente éste que serviría antaño como línea divisoria y fronteriza entre los reinos español y luso antes de la incorporación de las tierras de Olivenza a la corona de España. Siguiendo las directrices arquitectónicas marcadas para la construcción de las atalayas oliventinas, la torre vigía de Juana Castaña se ofrece nuevamente en planta circular, fabricados sus anchos muros con mampostería pétrea entre cuyas piedras de composición no falta el ladrillo. Al exterior repite la presencia de dos grandes ventanales que mirarían respectivamente hacia las líneas enemigas, en este caso en dirección hacia la plaza fuerte de Badajoz, y a los puestos militares más destacados de la población a la que defendían. Si bien el acceso al interior del monumento se realizaría con escala a través de uno de estos vanos, en la actualidad es un boquete abierto sobre su flanco sur el que permite adentrarse en el interior del edificio, dividido en dos estancias a las que se superpondría una practicamente desaparecida terraza superior.
Arriba y abajo: aunque originalmente el acceso al interior del torreón se ejecutase escalando hasta uno de sus dos grandes vanos, hoy en día es posible adentrarse en las entrañas de la atalaya de Juana Castaña a través de una hoquedad abierta sobre uno de sus flancos, entrando directamente a lo que sería la estancia baja de entre las dos plantas con que contaba la torre, destacando en su interior, hoy carente de bóveda, la presencia de varias aspilleras de diverso modelaje.
Arriba: labrado en la pared se conserva el estrecho paso que permitía la comunicación entre las plantas alta e inferior, destinada posiblemente esta última al almacenaje, mientras que la superior se mantendría como lugar de refugio y hogar de los militares y tropas allí apostados.
Abajo: junto a uno de los dos grandes vanos que permitían el acceso al torreón, mirando éste hacia las líneas enemigas dibujadas por el cercano río Olivenza, sobre cuyo margen derecho podrían aparecer las tropas venidas desde Badajoz, se descubre lo que posiblemente fue chimenea del edificio y punto donde realizar el fuego que calentase el recinto, enclave también desde el cual poder lanzar las señales de humo que, evacuadas al exterior, pondrían en sobreaviso y en caso de peligro a las guarniciones vigilantes ubicadas en la torre del Homenaje del céntrico castillo oliventino.
Arriba: repitiendo directrices descubiertas por igual en otras de las atalayas oliventinas, también en la de Juana Castaña es posible observar la presencia de un gran vano que, opuesto a la ventana abierta hacia la línea enemiga, mirase hacia la plaza fuerte lusa defendida, enmarcada por ladrillo tanto en sus jambas como en su dintel de sujección.
Abajo: partiendo de la estancia superior, una estrecha escalera comunicaría el interior del inmueble con la terraza y mirador militar que cumplinaba antaño el recinto, auténtica razón de ser de la propia atalaya en sí.
Arriba y abajo: al contrario que en otras atalayas, tales como la de las Moitas, cuyas bóvedas se componen casi en su integridad por lajas de pizarra unidas siguiendo la técnica de "colmo", en la torre vigía de Juana Castaña sería el ladrillo el material que forjase la fábrica de sus techumbres, desmoronada en su zona central la bóveda de la estancia superior, y casi desaparecido en su totalidad el cubrimiento de la habitación baja.
La técnica de "colmo" es la que puede apreciarse nuevamente como la táctica arquitectónica llevada a cabo para la ejecución de las bóvedas de cobertura tanto de la estancia inferior, desaparecida casi por completo, como en el cerramiento de la estancia más alta, caído el material que sellaría la bóveda en su punto central. A diferencia de las bóvedas descubiertas en la atalaya de las Moitas, las techumbres del torreón de Juana Castaña mantienen su fábrica íntegramente en ladrillo, material que también puede observarse en los cierres de algunas de las menudas aspilleras que conectan el interior del inmueble con el espacio exterior, así como en las jambas y arco y dintel de sustento de sus dos grandes ventanales. El estucado sin embargo sigue recubriendo gran parte de los lienzos internos de la atalaya, cuya estancia baja, destinada posiblemente al almacenaje, se conectaría con la suprema gracias a una estrecha hoquedad abierta sobre uno de los muros. La planta primera se utilizaría, al parecer, como hogar y refugio de los militares allí apostados, llegando a nuestros días restos de lo que seguramente fue una gran chimenea que serviría no sólo a los usos cotidianos de las tropas, sino fundamentalmente como punto desde el que iniciar la humareda que, vertida desde lo alto de la atalaya, sirviera como aviso a los oliventinos de la presencia de tropas enemigas. Una escalinata de estrecha abertura subiría desde la estancia superior a la terraza, auténtico mirador vigía y razón de ser de la atalaya.
Abajo: mientras que las atalayas de las Moitas y de Juana Castaña llaman la atención por la altitud de la primera y conservación de la segunda, destaca junto al caserío oliventino la silueta de la atalaya de San Amaro, erigida sobre un roquedo al sur del municipio y cercanías de la pedanía de San Benito de la Contienda.
- Cómo llegar:
El municipio de Olivenza, enclavado al Sur de la capital provincial pacense, se mantiene comunicado con Badajoz a través de la carretera regional EX-107. Alcanzada la localidad oliventina, y siguiendo el trascurso de la mencionada vía en dirección a Alconchel, poco antes de dejar atrás el pueblo encontraremos el desvío hacia su aldea o pedanía conocida como San Jorge de Alor, en lo que actualmente se denomina como avenida de Quinta de San Juan. Según avancemos adentrándonos en el valle de la Sierra de Alor, descubriremos en lo alto de un frondoso cerro alzado a nuestra mano izquierda la silueta inconfundible de la atalaya de las Moitas, cuya visita podremos iniciar desde esta misma carretera, partiendo desde la verja que da acceso a la finca privada colindante a aquella en la que se conserva la torre, separadas por un bajo muro pétreo que habremos de saltar tras habernos dirigido en línea recta hacia el monumento, que desaparecerá momentaneamente de nuestra vista según nos vayamos adentrando en la rica dehesa que la rodea.
Entre la localidad oliventina y Badajoz, en las cercanías y margen izquierdo del río Olivenza, un doble cruce marcado sobre la carretera regional EX-107 permite el acceso a las dos jóvenes pedanías de San Rafael de Olivenza y San Francisco de Olivenza respectivamente, cercana esta última aldea norteña a la atalaya de Juana Castaña. Siguiendo este segundo tramo en dirección a la aldea de San Francisco, alcanzado el caserío y prolongando nuestros pasos por el camino que prosigue hacia las fincas más septentrionales, en paralelo al trazado natural del mencionado afluente del río Guadiana, lograremos atisbar a nuestra izquierda y sobre los sembrados la mole de la atalaya de Juana Castaña, cuya visita podremos inicar tras alcanzar la industria existente levantada junto a este punto del camino y dejar el coche estacionado en los límites de la finca en la que se encuentra la torre inmersa, pequeña dehesa que sobresale en medio de los amplios terrenos de cultivo que inundan la zona.
Las atalayas de las Moitas y de Juana Castaña se ubican en el interior de sendas propiedades privadas. En caso de desear visitar los monumentos, lanzamos desde este blog una serie de recomendaciones a tener en todo momento en cuenta:
1) Respetar en todo momento las propiedades de la finca, como vallados o cercas, intentando no salirse de los caminos marcados.2) Respetar la vegetación y cultivos de la misma, sin realizar ningún tipo de fuego ni arrojar basura alguna.3) Respetar al ganado que pudiese habitualmente estar pastando en la zona, y en caso de encontrarse con animales que lo protejan, no enfrentarse a los mismos.4) Si observamos que se están practicando actividades cinegéticas (caza), abstenernos de entrar.5) Si nos cruzamos con personal de la finca o nos encontramos con los propietarios de la misma, saludarles atentamente e indicarles nuestra intención de visitar el monumento, pidiendo permiso para ello. En caso de que no nos lo concediesen, aceptar la negativa y regresar.