La lluvia me recibió en Atenas, ni lestrigones ni cíclopes, solo personas que corrían de un lado a otro para evitar mojarse, y este trajín no me fue extraño. No se porque, pero cuando recorro estas calles bulliciosas y de suelo resbaladizo a fuerza de mantenimiento miles de millones de pisadas, reconozco caras, reconozco ritmos, hasta en momentos reconozco palabras en castellano y busco la mirada cómplice del que habla; pero no habla en griego. Pero nos parecemos tantas que casi estoy como en casa. Y la lluvia otra vez me despide de esta ciudad, mientras su presente y su futuro se diseña desde Europa, la diosa no, la otra.
La lluvia me recibió en Atenas, ni lestrigones ni cíclopes, solo personas que corrían de un lado a otro para evitar mojarse, y este trajín no me fue extraño. No se porque, pero cuando recorro estas calles bulliciosas y de suelo resbaladizo a fuerza de mantenimiento miles de millones de pisadas, reconozco caras, reconozco ritmos, hasta en momentos reconozco palabras en castellano y busco la mirada cómplice del que habla; pero no habla en griego. Pero nos parecemos tantas que casi estoy como en casa. Y la lluvia otra vez me despide de esta ciudad, mientras su presente y su futuro se diseña desde Europa, la diosa no, la otra.