“Aterradora simetría”: Inseparables, los prodigiosos gemelos Mantle para Ultramundo (edición integral)

Publicado el 25 abril 2011 por Esbilla

Edición simultanea: aquí y en Ultramundo

En el origen:

Inseparables consumió ocho años de la vida de David Cronenberg y su existencia fue únicamente posible por una combinación de factores que se acumularon durante ese eterno periodo de gestación comenzado en 1980, cuando el director canadiense no era nadie aún o al menos nadie con el suficiente prestigio como para respaldarle en la financiación de una película protagonizada por dos gemelos ginecólogos en pleno descenso a las simas de la locura personal. En aquellos meses se encontraba en plena gira por los estudios americanos, dándose a conocer armado del cierto éxito que había cosechado con Scanners (1980). En Lorimar conoció por primera vez a la productora Carol Baum, que inmediatamente le tanteó sobre la posibilidad de adaptar una novela de Stephen King, La Zona Muerta, la cual terminaría firmando tres años después, una vez completada la que sería su obra más ambiciosa hasta la fecha, Videodrome (1982) . De aquella reunión surgió una conexión personal propiciada por la mutua fascinación a cerca de un suceso real ocurrido en 1975, la muerte de los gemelos Marcus, dos triunfadores ginecólogos neoyorkinos. No es de extrañar, por tanto, que Baum fuera finalmente productora ejecutiva de la definitiva Inseparables.

Como explica el propio autor, la sola idea de que fueran ginecólogos espantaba a ejecutivo tras ejecutivo. En el espléndido Cronenberg por Cronenberg editado por Chris Rodley en 1997 (en Español en2000 a cargo de Alba Editorial dentro de su colección Trayectos) se refiere burlón a las mil veces en las cuales le preguntaron si “no podían ser abogados”. Aquella extraña intimidad con el cuerpo, aquella exploración turbadoramente asexual y a la vez aterradoramente morbosa de las cavidades y estructuras secretas del interior (literalmente) femenino les dejaban una sensación incómoda y reclamaba constantemente la supresión de esa parte, a su parecer, tan oscura de la ficción. Eran incapaces de valorar el poder metafórico de la condición profesional de los protagonistas: dos hombres que conocen el funcionamiento de la mujer a la estricta perfección, pero que son incapaces de comprenderla, de relacionarse normalmente, más allá de su perfecto microcosmos simbiótico. Los Mantle veían el detalle pero no el conjunto y cuando Claire Niveau, la mujer con la cerviz trifurcada, la hembra mutante, entre en sus vidas el detalle se derrumbará y con él, el conjunto entero.

Pero como quedó dicho ya, lo más curioso es que Inseparables (Dead Ringers en el original, lo cual significa algo así como “las vivas imágenes” y que a su vez remite a un thriller de Bette Davis, Dead Ringer firmado en 19664 por el gran actor Paul Henreid y  en el cual la diva interpretaba precisamente a dos gemelas), que en aquel tiempo todavía no se llamaba así, sino escuetamente “Twins”, había nacido de un suceso real de gran impacto en la prensa de mediados de los 70: la sórdida muerte de dos gemelos ginecólogos en Nueva York, Cyril y Stewart Marcus. Ambos fueron hallados muertos en su lujoso apartamento convertido en basurero, habían fallecido con dos días de diferencia y al igual que Beverly hará en la película, Cyril  había salido a la calle poco después de la muerte de su hermano para regresar luego junto a el. Quizás para morirse de miedo como los históricos siameses del circo de P. T. Barnum, Chang y Eng a los cuales se cita explícitamente en la cinta. Aquella historia, extravagante combinado de enfermedad, drogadicción, tragedia y morbo, llamaría la atención del joven Cronenberg que permanecería incubándola durante años, pero también de otros autores como Bari Wood y Jack Geaslan que la novelizarían en 1979 bajo el título de Twins, base esta de la que partirá el proyecto inicial, o de la periodista Linda Wolfe, que recogió el suceso en su literalidad para el libro, El profesor, la prostituta y otras historias verdaderas de muerte y locura (originalmente publicado en 1986 y con edición española cortesía de Anagrama en 1989). Aquella historia estaba dentro de Cronenberg, los procesos virales avanzaban rápidamente desde la biblia de la nueva carne que fue Videodrome hasta la creación del instrumental quirúrgico para operar mujeres mutantes de Inseparables, pero entre medias quedaba mucho camino, lleno de baches y proyectos abortados, de triunfos personales como La Mosca (1986), la película que permitió al canadiense ganar la posición y credibilidad suficiente para otro tipo de cine y también una camino de depuración estilística que debía sintetizar en un film mucho más sutil, cuyo impacto debía de ser sinuoso y no frontal aunque al final consistiera en lo mismo, la inoculación de la locura autodestructiva en el contexto de una realidad reconocible.

Si la primera experiencia frustrante tuvo lugar a principios de los 80 con el estrafalario millonario y productor (Coppola le hizo dilapidar una fortuna en Cotton Club) Sylvio Tabet, la definitiva vendría, por segunda vez en la carrera del autor, de la mano de Dino De Laurentiis ya a mediados de la década. La amargura por la terrible experiencia de Total Recall  (el futuro Desafío Total de Verhoeven en 1990), film en el cual Cronenberg estuvo profundamente implicado debido a su fascinación por las ideas latentes en el meollo del relato y en el universo, tan cercano a él mismo, de Phillip K. Dick, hasta el punto de localizar lugares de filmación en Túnez o pelearse hasta el hartazgo con Ronald Shusett por culpa del muy diferente enfoque de ambos guionistas sobre el material, no fue obstáculo para volver a reincidir. Por otra parte a esas alturas ya había decidido que su estrategia profesional sería la de no perder el tiempo ni hacérselo perder a los demás. Para su sorpresa aquello le había funcionado mejor que las negociaciones interminables y su encuentro previo con Mel Brooks para La Mosca no podía haber sido más satisfactorio: Cronenberg le había dicho que la película con él se haría o de esta forma o de ninguna. Brooks estuvo de acuerdo y todo funcionó de maravilla. Para colmo el resultado fue un éxito rotundo. Es decir, ahora estaba en una posición diferente y simplemente deseaba hacer aquella película de aquella forma. Primero prescindió de los servicios del guionista Andy Lewis, firmante de Klute (1972) para Alan J. Pakula y contratado durante el tiempo en el que el film perteneció a la ABC Motion Pictures con el objetivo de otorgarle al invento un tono más digerible, más convencional, trasladando el punto de vista de la narración al personaje de Claire, lo cual arruinaba la idea de Cronenberg de lograr una feroz subjetividad al situar esa misma narración desde los gemelos. Pese a los temores de no estar a la altura de sus propios conceptos y de las complejidades que subyacían en toda la película se decidió por escribirla él mismo. Similar opción tomo cuando Raffaella De Laurentiis le dijo que no podía costearla, cabe recordar que la compañía del tycoon italiano había quedado muy tocada tras el estrepitoso fiasco de Dune en 1984, cuando ya estaba todo dispuesto en Toronto, incluida la construcción de un caro y complejo decorado preparado específicamente para los movimientos de cámara que iban a ser precisos con él objeto de lograr la ilusión física de los gemelos. Para tal efecto se recurrió a una novedosa, en aquel momento, técnica digital de split-screen movil combinada con una cámara controlado por ordenador. Cronenberg se encuentra con una película en marcha, a esta alturas ya se había llegado a un acuerdo con Jeremy Irons y la también canadiense Geneviève Bujold, cuya principal fuente de dinero desaparece. La solución es tan sencilla como arriesgada, en compañía de su buen amigo Mark Boyman, quien había colaborado con él varías veces antes e incluso facilitado su entrada en La Mosca, se constituyen en compañía independiente llegando a realquilar las partes del gran edificio que estaban rentando para Inseparables a diversos equipos de televisión o videoclips. El nombre del directo finalmente sirve para algo comercial y dos nuevas compañías se unen, la independiente norteamericana Morgan Creek y la veterana británica Rank. En total, nueve millones de dólares. Solo un último contratiempo, Ivan Reitman, viejo amigo y antiguo compinche de correrías experimentales en el Canadá de los 60 y gran apoyo en los tiempos del Cinepix, una especie de AIP del (muy) pobre radicada en Montreal, rueda su propio Twins, Los gemelos golpean dos veces en España, así que el nuevo título será Dead Ringers, aunque de cualquier modo aquella fuente original sobre los Marcus ya había queda muy atrás.

Cirugía patafísica:

En su excelente volumen para la desaparecida Nuer, David Cronenberg: La estética de la carne (1999), José Manuel González-Fierro hace suya con mucho acierto una expresión/explicación del propio autor sobre esta película o más bien sobre su mirada hacía los gemelos Mantle, al hablar de ellos como dos peces exóticos en un gran acuario. Esta simbología, tan atractiva y misteriosa, tan elegante y sugerente, sintetiza bien varias de las capas metafóricas y bastantes de las formulas iconográficas de la película. Por un lado remite al mismo útero, al líquido amniótico o a una sexualidad reproductiva, sin contacto, como la de los mismos peces de la que explícitamente hablan los hermanos en el primer prólogo del film, centrado en la infancia del dúo. Por otro explica el atractivo extraño de los gemelos, su gusto por ser mirados y por mirarse (el escalofriante colorido rojo de la sala de operaciones con esas batas cardenalicias que dan una aire ritual fascinante y terrorífico a la vez), pero también el pavor y el aislamiento implícito en esa contemplación y que Cronenberg traduce en términos plásticos mediante el empleo de suntuoso interiores de decoración minimalista, casi neutra. Grandes espacios solo para ellos que el espectador contempla(mos). Es un mundo perfecto de dos que son uno, violentado por la intervención de un tercero, la actriz Claire Niveau (no es gratis este hecho; ella es una profesional del fingimiento y los Mantle se transmutan el uno en el otro hasta hacerse indiferenciables a ojos de los demás). Ella, una mujer, hasta el momento solo materia de estudio despersonalizada para los protagonistas,  será el elemento caótico (su piso acogedor y algo decadente la represente arquitectónicamente, frente al racionalismo del duplex y la consulta ginecológica, a su vez convertidos en estercoleros durante el tramo final, aquel que da cuenta de la degeneración física y mental de los hermanos) que despierta en Beverly una conciencia propia, única y escindida de la que comparte con su hermano Elliot. Este descubrimiento de la unicidad será el desencadenante de la tragedia. Beverly es Beverly por vez primera, sus experiencias son suyas y no de ambos. “Tú no te habrás follado a Claire Niveau hasta que no me lo cuetes” le dice Elliot en una manifestación directa de la naturaleza de su vínculo: los dos viven una sola vida. La sexualidad será lo primero en conflicto. Resulta por tanto muy significativo que este primer contacto sexual exclusivamente privado para Beverly sea el único que Cronenberg enseñe en el film.

Así mismo se plantea en este terreno otra de las características de la relación entre los gemelos, según la cual cada uno de ellos asume un rol diferente, masculino Elliot y femenino Beverly (Claire le preguntará si su nombre es de mujer recibiendo una airada respuesta que da cuenta del pavor del personaje ante el proceso de asunción de su verdadero yo) que se complejiza terriblemente en base al cambió que el segundo experimenta y que lo mismo da píe a una visión maternal -el espeluznante momento durante el cual ofrece un trozo de pastel partido con la mano a un Elliot lloroso y totalmente ido de la realidad en el tercio final- que a una especie de turbio platonismo homosexual-para rescatar a su hermano, Elliot tratará de compartir con él a su última amante en una escena nuevamente memorable, un baile en el cual ambos parecen relacionarse eróticamente por persona interpuesta y que culmina con el desvanecimiento de Beverly que debe de ser reanimado por la mujer, pero cuando esta le hace el boca a boca Elliot la aparta de un empujón para realizárselo él, para compartir el aliento-.

Esta “compartición” orgánica, perfectamente coherente con las turbulentas fantasías biológicas de la filmografía previa de su autor se expresa de diferentes modos a lo largo del metraje, Beverly habla de la posibilidad teórica de dos personas compartiendo un mismo sistema nervioso y Elliot, durante la fase de drogadicción de su hermano, explica que lo que pasa por el torrente sanguíneo de aquel pasa también por el suyo. Igualmente sus sexualidades son compartidas hasta que Beverly quiera una propia (dos instantes: Beverly suplica lloroso a su hermano que no le quite a Claire. Por su parte Elliot contrata a dos prostitutas gemelas y les pide que una le llame Elly y la otra le llame Bev) provocando una inestabilidad biológica que desequilibra fatalmente un sistema perfecto.

Nuevamente volvemos al interior, a la diferencia fisiológica, a una monstruosidad oculta y cambiante que da lugar a una nueva especie humana, a la cual pertenecerían tanto los Mantle como Claire. En pleno delirio Beverly intenta usar su instrumental fabricado para mujeres mutantes en una paciente y luego le explica a Elliot que no tiene ni idea de lo que esta pasando ahí fuera, que todo esta cambiando. La realidad se ha diluido y el proceso de degeneración es irreversible, como en sus obras anteriores las obsesiones y miedos mentales se manifiestan físicamente. Con las drogas ejerciendo de factor exógeno sobre los organismos sincronizados (cuando Elliot decide someterse al mismo régimen de estupefacientes que su hermano explica que solo necesitan coordinarse de nuevo, que así todo estará) los Mantle cambian en otra especie o más bien asumen plenamente su singularidad con respecto al mundo circundante. Se han transformado ya en personajes plenamente cronenbergianos, la fenomenología interior ha somatizado en la exterior de una manera más sutil que todos los previos y a la vez anunciando a los hombres de aspecto normal e identidades duplicadas y nuevamente mutantes de sus últimos trabajos en el campo del thriller de reminiscencias noir. Después de todo el horror siempre ha estado en el interior de los humanos, como ya anunciaban los parásitos de Vinieron de dentro de…, solo que Cronenberg prefiere ahora mostrar por vías más oblicuas, menos gráficas.

El lugar doble:

Conectando con esto último modo puede rastrearse sin dificultad otro tema recurrente en el cine del director, explicitado aquí de manera cristalina: el doppelgänger, el que camina al lado, la sombra. Cronenberg ha tratado esto a lo largo de su carrera, a través de personaje que pareciendo uno son otro, que llevan a su propio doble en dentro de si mismos o bien que descubren a su otro yo a través del espejo, en una realidad paralela solo accesible desde la locura (Max Renn en Videodrome, la Interzona de El almuerzo desnudo). Si en Scanners finalizaba la película con la fusión de los dos hermanos en una sola entidad, aquí toma el camino contrario el de separar, explícitamente formalizado durante la única secuencia puramente onírica de una película dominada por un ascético naturalismo, una sobriedad expositiva y una economía narrativa que son también marcas de personalidad: Beverly se sueña a si mismo unido por el torso a Elliot mientras Claire rompe el vínculo carnal con su propia boca, una imagen escalofriante en su combinación de sexualidad enfermiza y primitivismo (y que además refiera a otra previa: Samantha Eggar lamiendo a los cachorros de su rabia en Cromosoma 3). Camino este que se completa con la estremecedora constatación de  la imposibilidad de recomponer lo roto, culminada con la imagen, de infinita melancolía, potenciada por el devastador score de Howard Shore, de la pietà que los Mantle forman como cierre de la película, después de que Beverly haya empleado su instrumental de ciencia-ficción para un nuevo uso: separar siameses

La dualidad se extiende además a diferentes aspectos de la película, desde su formulación narrativa, la película comienza con dos prólogos y varías escenas aparecen duplicadas (por ejemplo: dos veces Claire es explorada, una por cada hermano siendo esta la primera vez que la comparten), hasta detalles explicativos que ayudan al perfilado psicológico de los personajes o ejercen una labor de erosión subliminal en el espectador: durante la conversación entre Claire y Elliot en la roulotte de esta ella se presenta de perfil, ofreciendo solo medio rostro; cunado se gira a cámara veremos que su otra mitad esta maquillada con heridas y magulladuras, se nos ofrece en ese plano a las dos Claire de manera tan sobria como elegante. Sin salir de esta magnífica secuencia, cuando Elliot habla sobre la posibilidad de que deje a su hermano Cronenberg oscurece totalmente la mitad de su cara: le vemos, por tanto, incompleto. Lo que ayuda a percibir que ambos gemelos son exactamente igual de interdependientes, dando lo mismo el rol social que hayan decidido fingir.

Y desde luego toda esta política llega  la misma entraña de Inseparables: en primer término el dimorfismo sexual hombre-mujer, a la materialización del combate/escisión/relación mente-cuerpo que es otra de las sustancias básicas del corpus del autor y que encuentra aquí su canalización metafórica ideal en la ginecología y más en la manera en la cual los Mantle la ejercen en la película, como una actividad cerebral para comprender el cuerpo y sus cambios. Doble es también la realidad de la cinta: la, digamos, concreta, aquella en al que se desarrolla la trama en un primer nivel, y la alterada, que sucede durante la etapa de debacle mental de los protagonistas y que para ellos sustituye o más bien se funde, con la anterior, no anulándola sino fagocitándola. Y ya de forma absoluta una última duplicidad esencial, la única que verdaderamente importa, la definitiva: el eros y thanos. El sexo y la muerte.

 Inseparables (Dead Ringers)

Canadá

1988

David Cronenberg
Guión: David Cronenberg y Norman Snider, inspirado en el libro Twins de Bari Wood y Jack Geaslan (1979)

Música:HowardShore

Fotografía: Peter Suschitzky
Montaje: Ronald Sanders

Reparto: Jeremy Irons, Geneviève Bujol , Heidi von Palleske, Barbara Gordon Stephen Lack

90 min.