La situación de Italia, tercer país de la Unión Europea, ha abierto todas las alarmas. Y España ha rozado la recesión tras estancarse en el tercer trimestre. La recesión italiana puede arrastrar al resto de los países europeos al receso, o aquellos que no respondan a las nuevas exigencias. Los más listos ya están hablando de una Europa dividida en dos tensiones, los países ricos y los países pobres; o sea, que la supuesta Europa democrática, modélica y culta necesitará gobiernos autocráticos, duros y dictadores. Todo antes de caer en el vacío; una barbaridad inaceptable propuesta por los atemorizados.
Uno piensa que ésta no es la primera crisis que pasa el mundo, Europa o España. Los europeos hemos conocido etapas duras, donde han convivido países más desahogados con países pobres. Y los mismos españoles hemos conocido regiones ricas y regiones menos ricas. Es más, la movilidad de la población española ha equilibrado la balanza y se han superado recesiones internas. Ahora, a los ricos les da miedo pensar que todos tenemos que apretarnos el cinturón. Un amigo me decía que, antes de diez años, tendremos que soportar en Europa –y quizás en todo el mundo- una revolución política y económica.
El miedo y el terror crea fantasmas. No tenemos que acudir a revoluciones políticas o a gobiernos dictatoriales. Pero sí hay que exigir una democracia honesta y elegir listas abiertas para purificar el sistema y huir de la partitocracia. Esa revolución pacífica es la que necesitamos. La crisis ha llegado de los Estados Unidos, el país más rico del mundo. ¿Por qué? La causa principal, según los economistas, ha sido la dependencia de las sociedades que viven bajo el capitalismo democrático y la democracia liberal, abriendo sus puertas a la revolución informática. Eso que llaman globalización.
Al pueblo trabajador y modesto le trae sin cuidado todas estas zarandajas cuajadas de palabrotas técnicas y las desprecia porque no las entiende. Lo que sí entiende es que todas las personas necesitamos algunas cosas esenciales para vivir: el trabajo diario para producir; el pan diario para alimentar a la familia, sin gritos ni soflamas; el amor sincero, estable y verdadero de los suyos y de sus amigos; la cultura para él, porque ha tenido poco tiempo o le han enseñado mal; y para sus hijos, para que sepan más que él; conocer nueva gente y descubrir nuestro mundo. ¡Ah!, y un poquito de cortesía para vivir en paz.
Si esto no es posible, pueden venir todas esas cosas que barruntan los aterrados. No necesitamos más máscaras ni antifaces para pasar por la vida con ciertas garantías de felicidad. Ya es bastante vivir.
JUAN LEIVA