Fue entonces cuando el padre le comunicó que hasta que no emprendiera el viaje de regreso no iba a volver a sufragar sus gastos de manutención:
-Puedes quedarte hundido entre tus libros, dando paseos junto al Sena -supe por su primo Carlos que le dijo Bertomeu Coll-. Pero si quieres escribir tendrás que trabajar, o aprender a cazar palomas con las que alimentarte.
(p.89)
Este singular espíritu que había caracterizado siempre a Aliocha, indómito y anárquico, alérgico a los tópicos y al pensamiento timorato, se evidenciaba sobre todo en sus charlas de madrugada, cuando después de caer la noche y encenderse las farolas que rodeaban el hotel permanecía en los sofás de la planta baja junto a los otros huéspedes. En aquellas conversaciones, algunas veces, dominado por una idea deslumbrante, ganado por un éxtasis revelador, se expresaba con una vehemencia poco frecuente, quizá hasta con violencia, provisto de una convicción en los argumentos que esgrimía que anulaba cualquier posible discrepancia. Otras veces, en cambio, si el asunto sobre el que se discutía no le interesaba, o si se aburría de los fríos tecnicismos con que exploraban alguna obra literaria, o bien se quedaba callado durante horas, o bien se levantaba de repente de su asiento y salía de la estancia, sin ni siquiera disculparse por su ausencia. (p.138)
Atila, de Javier Serena. Tropo Editories, 2014.