A continuación os dejamos con la entrevista completa a Atilano Domínguez donde él mismo explica algunos detalles de este nuevo libro.
viveLibro (V): Atilano, ¿cómo surge la idea de escribir este libro?
Atilano Domínguez (AD): Es una vieja historia, para mí hermosa, porque me la dieron, hace más de 50 años, y no me he desprendido de ella hasta ahora.
En el verano de 1963, ya Licenciado en Filosofía, obtuve una beca de dos años para hacer el Doctorado en Lovaina. El primero, hice el curso de adaptación y de Doctorado. Al final del examen sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel, el profesor me preguntó sonriente si tenía tema y director de Tesis. Como le dije que no, añadiendo que prefería filosofía contemporánea, se me ofreció él mismo como director y me sugirió como tema a Michel Henry, joven filósofo francés, al que el célebre diario Le Monde acababa de presentar como “un nuevo Bergson”. Durante el segundo curso y otros dos semestres, todos ellos en Lovaina, redacté la Tesis. Su defensa se celebró el 4/4/1968, en vísperas del llamado “mayo francés”.
V: ¿Por qué, después de tantos años, ha vuelto a la Tesis de Lovaina y a Michel Henry?
AD: Esta pregunta me invita a completar la historia anterior, aunque es más complicado, ya que tengo que aludir a mi vida intelectual. Lo haré, como dicen, a grandes zancadas. Un dato decisivo es que Michel Henry había dedicado su Memoria de Licenciatura a “La felicidad en Spinoza” (1944/1946) y que, sin embargo, yo no tuve noticia de ella hasta que iba a entregar mi Tesis (dic. 1967) para su defensa. Así que sólo pude introducir algunas alusiones a ella en notas ya redactadas.
Pero el más importante es que estuve en contacto epistolar con M. Henry durante unos veintisiete años (1968-1995) y que en ese período, aunque me dediqué a Spinoza y a otros temas, publiqué dos largos artículos sobre él: una síntesis de la Tesis (1978) y otra de su gran obra sobre Marx (1982/1983); y, sobre todo, que durante esos cinco años reelaboré y completé el texto de la Tesis y traduje su novela “El amor a ojos cerrados”, para la que redacté una Introducción. En realidad, nunca he dejado a un lado a Michel Henry y por eso ahora sentí la imperiosa necesidad de publicar este librito, en el cual esta historia mía y las relaciones de Henry con Spinoza son los dos ejes, en torno a los cuales gira.
V: ¿Qué van a encontrar los lectores en este libro?
AD: Es una Introducción a Michel Henry, porque presenta su vida y sus obras, tanto filosóficas como literarias (novelas), hasta el año 1981, ya que después escribió más bien sobre teología cristiana. Junto con una nueva síntesis de su sistema (Tesis), se analiza la vida humana (conocimiento y afectividad, cuerpo y alma), su dimensión social (los otros, el amor y el sexo) (Max Scheler, Ortega), el trabajo y la economía (Marx), y la religión (Eckhart y Spinoza).
Lo más interesante del libro es que conjuga esos temas, tan variados, proyectándolos y discutiéndolos, como hace Henry, sobre filósofos modernos, de Kant y Hegel a Heidegger y Sartre. E integra en cada capítulo ideas de las novelas: de la primera, El joven oficial, la soledad en la tarea, entre cómica y trágica, de expulsar las ratas de un barco de guerra (la europea); de la segunda, El amor a ojos cerrados, la profunda amistad de dos jóvenes enamorados, entre persecuciones y muertes de la revolución (mayo del 68); de la tercera, la sublime ilusión de otros dos jóvenes, enfermos psíquicos (El hijo del rey), por introducir en su centro actividades en grupo y afecto mutuo, que disminuyeran las “pastillas”, aunque su victoria fue breve y trágica.
V: ¿Qué destacarías de la figura de Michel Henry?
AD: Fue un hombre de una exquisita sensibilidad, como ratifiqué la única vez que nos vimos, cuando me invitaron a presentarle en su conferencia en Madrid (4/4/1995), que llevó una vida de profesor universitario (Montpellier), muy unido a su mujer y alejado de la vida política y social.
Su pensamiento se inscribe en la filosofía de la conciencia, es decir, de la interioridad y la afectividad, típicamente francesa, que va de Descartes a Maine de Biran, a Bergson, etc. Su estilo alterna lo cartesiano (claridad y lógica) con lo brillante y elocuente, especialmente en las novelas (premio Rénaudot, la segunda, inédita en español).
V: ¿En qué consiste la Fenomenología?
AD: No es un sistema, como el de Descartes o el de Hegel. Ni es un método, como el analítico de los empiristas, desde Hume hasta Quine, ni como el deductivo (“geométrico”) de Spinoza. En el tiempo, abarca casi todo el s. XX, si bien su apogeo estuvo entre las dos grandes guerras (1914-1945), con ecos hasta finales de ese siglo y, en España, sólo entonces se hizo visible. Había surgido del deseo de volver a “las cosas mismas”, dejando prejuicios y abstracciones, para describir las “vivencias”. Pero, como cada uno vivimos las cosas de distinta manera, se orientó en direcciones opuestas: unos, hacia la interioridad de la conciencia “reflexiva” (el yo) y otros hacia la conciencia “transcendente” (el mundo con el espacio y el tiempo, los otros con la intersubjetividad). Henry optó por la primera, contra la segunda (existencialismo y marxismo).
V: Atilano, como Doctor en Filosofía y profesor, ¿por qué si la Filosofía y su estudio es algo fundamental para el desarrollo de las personas y debe formar parte en la educación cada vez queda más relegada dentro de los planes de estudio, sobre todo en España?
AD: Nuestra cultura, europea y occidental, nació y echó sus raíces con la filosofía griega. No se la puede entender sin sus grandes figuras (Sócrates, Platón y Aristóteles), y sin todos aquellos que, desde Roma a nuestros días, les han traducido, comentado y repensado, aplicando su visión del mundo y de la vida humana a cada época y a cada nueva ciencia y técnica. La crisis actual de la Filosofía, agudizada por el menor apoyo oficial en los planes de estudios medios, es muy grave.
Son muchos los científicos – Monod entre ellos- que lo han denunciado. Las consecuencias negativas serán dos: desconocimiento de nuestra historia, en sus raíces y significado, y carencia de rigor y solidez en la capacidad intelectual de análisis y de síntesis, que es la esencia del pensamiento. Es urgente poner coto a la diversidad de los planes de estudios medios en cada Autonomía. Esta situación no ayuda a formar hombres ni ciudadanos.
V: ¿Qué le dirías a los niños y no tan niños para que se acercaran a la filosofía?
AD: Lo mismo que acabo de decir para todos los que lean estas líneas. Pero ¿cómo decírselo? Es labor de los padres, de los maestros, de los profesores a todos los niveles. Y, en el fondo, es sencillo: en todo momento y ocasión, plantear preguntas a los niños y jóvenes sobre lo que están haciendo o estudiando. Y, sobre todo, responder a sus dudas y a sus preguntas, no temiendo nunca dar, a las preguntas y a las respuestas, un alcance general, sobre su significado, es decir, sobre lo que ellas suponen para los demás y para el futuro, que es siempre el de todos y está condicionado por el presente de cada uno. Eso es la filosofía cotidiana, la más real de todas, y por eso nadie la podrá aniquilar ni arrinconar fuera de las inquietudes humanas (léase a Monod).
V: Qué otros proyectos tienes en mente?
AD: Antes que proyectos nuevos, intento editar, si fuera posible, cosas que he escrito a lo largo de mi vida. Entre las ya preparadas, me atrevo a indicar dos libros. El primero es una nueva edición de la Ética a Nicómaco de Aristóteles, una de las obras que más han influido en nuestra cultura, y cuya serenidad y nobleza de espíritu es verdaderamente impactante. El segundo es una monografía personal sobre “Spinoza: vida, escritos y sistema de filosofía moral”, en la cual he intentado hacer una síntesis de mis estudios sobre este gran filosofo, en su día excomulgado, que ha logrado conjugar el rigor geométrico de su metafísica con la fortaleza de ánimo y el amor intelectual de Dios.
Ahora, tengo entre manos una especie de reto o enigma: un comentario al ensayo del biólogo y premio Nobel (1965), Jacques Monod, “El azar y la necesidad” (1970), con el propósito de contrastar su visión de la vida y del hombre con la de Spinoza. ¿Azar o necesidad, o uno y otra en equilibrio inestable, como lo están el universo y nuestras vidas?
Y, en fin, si tuviera tiempo y oportunidad, nada me gustaría tanto como escribir una “Filosofía para niños”, quizá en forma de cuento, quizá en diálogo, al estilo de Platón. Pero ¿quién será capaz de tal empresa? Invito a otros, más dotados para ello, a que la emprendan. Pero, antes, les invito a que intenten ponerla en práctica, en toda ocasión y a todos los niveles.
V: ¿Qué le dirías a los lectores para que se llevaran este libro a casa?
AD: Si en honor a mi tierra de Galicia quisiera gastarles una broma, les diría que es muy barato, ya que si no pueden pedir un ejemplar en papel, quizá puedan en digital: y se deja manejar mejor.
Y, si ya lo tienen, que busquen en el Índice general aquellos temas, que más les llamen la atención y se pongan a leerlos sin demasiado esfuerzo, de forma relajada, puesto que pueden cambiar de ‘chip’ en cualquier momento.
Si eso no les diera resultado, les sugeriría que busquen epígrafes, que aludan a alguna de las tres novelas, ante todo, aquella que es la mejor y que está sin editar en español, a la que he reservado un apéndice, escrito hace años, a modo de Introducción a mi traducción. Es una novela excelente y, a mi modo de ver, siempre actual.