ARTEEl protagonista del documental An impossible project (Jens Meurer, 2020) establece una diferencia clara entre la imagen digital y la imagen analógica: "En lo digital hay una barrera, solo puedes utilizar dos de tus sentidos: la vista y el oído. Pero en lo analógico también puedes oler, tocar e incluso saborear". La historia de Florian 'Doc' Kaps es fascinante: este ex-biólogo austríaco llegó a obsesionarse con la recuperación de los instrumentos analógicos hasta tal punto que, en 2008 mientras se lanzaba el iPhone, inicio de la democratización de la era digital, él decidió evitar el cierre de la última fábrica de la empresa Polaroid, la creadora de las populares cámaras de fotografía instantánea. Su idea era la de poner en funcionamiento de nuevo esta fábrica, pensando que la etapa analógica viviría un resurgimiento en los años posteriores (como de hecho así ha sido). Ante la imposibilidad de poder utilizar la marca Polaroid, decidió llamar a su proyecto The Impossible Project. Los resultados sin embargo fueron poco alentadores, porque no existían ya los elementos químicos necesarios para el revelado instantáneo, y las fotografías aparecían en muchos casos con defectos de color o partes literalmente quemadas.
Hay varias cosas que no se explican en este documental, como de qué forma Florian Kaps es capaz de conseguir dinero para inversiones tan importantes como la puesta en funcionamiento de una fábrica en desuso o la recuperación de un gran hotel abandonado. Tampoco se explican las razones de su salida de la empresa The Impossible Project, aunque se intuyen. El joven Oskar Smolokowski comenzó a hacer prácticas en la empresa e introdujo a su padre Slava Smolokowski como posible inversor, pero poco después Florian Kaps, a la manera de Steve Jobs, fue despedido de su propio proyecto. Todo indica que hubo una estrategia empresarial poco ética, convirtiéndose Oskar Skolimowski en CEO gracias al dinero de su padre. Hay que reconocer que la nueva estrategia, posiblemente menos idealista y más realista, ha llevado a The Impossible Project a recuperar el nombre de Polaroid y vender más de un millón de películas en 2018. Pero también hay que decir que Oskar Skolimowski, que ahora es CEO de Polaroid, no menciona en las entrevistas que se han publicado a Florian Kaps como el iniciador de la empresa.La historia de este Don Quijote austríaco no termina ahí, sino que ha seguido trabajando en la recuperación de lo analógico desarrollando otras empresas de éxito como Supersense, una especie de tienda de fotografía, cafetería y sala de conciertos que se encuentra en Viena. Es precisamente la personalidad de Florian Kaps la que permite que el documental brille en su apuesta por una recuperación, o al menos el mantenimiento de aquellos elementos que se resisten a la era digital, a las nubes y las falsas perfecciones. Curiosamente, el director de An impossible project, Jens Meurer, fue el que introdujo la primera película rodada íntegramente en formato digital en la Sección Oficial del Festival de Cannes, como productor de El arca rusa (Alexander Sokurov, 2002). También ha producido otros títulos destacados como El libro negro (Paul Verhoeven, 2006) o La canción de los nombres olvidados (François Girard, 2019). El documental An impossible project también se impregnó de lo analógico, ya que fue rodado en 35 mm. gracias a la participación como productora de la compañía alemana ARRI, y la banda sonora se grabó directamente en un vinilo desde la interpretación en directo de una banda de jazz de cuarenta músicos, con la voz de la cantante Haley Reinhart. La película se estrenó tanto en formato cinematográfico como digital en el IFFR 2020, el Festival de Cine de Rotterdam. Rodeada de una cierta polémica debido a una campaña iniciada en Kickstarter en 2016 cuyos contribuyentes no han recibido nada a cambio, An impossible project apuesta por la convivencia de lo analógico con lo digital porque, como afirma Florian 'Doc' Kaps: "Lo analógico no es retro. Es una opción, una decisión personal". La recuperación de material inédito grabado por Ferruccio Castronuovo ha hecho posible el documental Fellinopolis (Silvia Giulietti, 2020), un recorrido por el trabajo del maestro italiano Federico Fellini. Este material, que fue digitalizado recientemente, nos permite asistir al interior del Estudio 5 de Cinecittà, el lugar donde Fellini creó algunas de sus obras maestras. Entre 1976 y 1986 Ferruccio Castronuovo grabó el rodaje de las películas Il Casanova (Federico Fellini, 1976), La ciudad de las mujeres (Federico Fellini, 1980), Y la nave va (Federico Fellini, 1983) y Ginger y Fred (Federico Fellini, 1986) para el programa Special, una forma de lanzamiento de las películas. Solo se conservaron imágenes de los tres últimos rodajes, a veces realizadas con ciertas dificultades. Por ejemplo, el actor Marcello Mastroianni no parecía muy cómodo con los intentos de entrevista de Ferruccio. Se trata de una especie de making of de las tres películas que tiene el valor de mostrar al director italiano entre bastidores.
Es difícil resumir la historia de una obra que fue adquirida por dos marchantes de Nueva York por tan solo 1.175$ y acabó siendo vendida en una subasta por 450 millones de dólares. Ambos documentales lo hacen muy bien, aunque The lost Leonardo cuenta con una protagonista que es esencial en su resultado, la restauradora Dianne Modestini, que en The savior for sale tiene una participación anecdótica. Ella fue la primera experta que aseguró que la pintura era de Leonardo Da Vinci, y no una creación conjunta de los alumnos que trabajaban en su estudio de pintura. La relevancia se produce porque solo se conservan 21 cuadros que están completamente adjudicados a Da Vinci, ya que éste no solía firmarlos, y muchas de sus obras provenían de un trabajo colaborativo. Dianne Modestini ha documentado su trabajo y lo ha publicado online en la web Salvator Mundi revisited. The savior for sale cuenta con la participación de casi todos los implicados en la trayectoria del cuadro desde que se compró y algunos expertos lo atribuyeron a Leonardo Da Vinci, fue adquirido por un oligarca ruso en una operación de lavado de dinero y finalmente acabó en la casa de subastas Christie's que, en una operación de marketing manipulada, consiguió dar un valor exorbitado a la obra. Christie's eliminó de su catálogo cualquier referencia a posibles dudas sobre la autoría del cuadro, cometiendo un fraude flagrante con el que consiguió que éste se revalorizara. También realizaron una promo espléndida y emocionante titulada The last da Vinci: The world is watching que mostraba los rostros de visitantes contemplando el cuadro (entre ellos Leonardo DiCaprio) cuando se exhibió en Nueva York antes de la subasta, y utilizaba la misma rotulación de títulos que la película El código Da Vinci (Ron Howard, 2006). El documental de Antoine Vitkine explica con ritmo y claridad todo este proceso, hasta la compra anónima de la obra por 450 millones de dólares (50 millones para Christie's), que la convirtió en la más cara de la historia. Finalmente, The New York Times reveló que el comprador fue el príncipe saudí Mohammed Bin Salman, un personaje oscuro implicado directamente en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en la Embajada de Arabia Saudí en Estambul, como se demuestra en el espléndido documental El disidente (Bryan Fogel, 2020).
El director estadounidense Bill Morrison ha realizado incursiones en la recuperación de películas perdidas, muchas veces reencontradas por un azar, como en Dawson City: Frozen time (Bill Morrison, 2016), en la que realizaba un viaje alucinatorio a través de las imágenes de películas mudas de los años veinte que formaban parte de 533 carretes encontrados en el fondo de una piscina subártica, en Canadá. Hay algunos elementos de conexión con su último documental, The village detective: a song cycle (Bill Morrison, 2020), porque también la película encontrada que nos muestra fue hallada en el fondo del mar por unos pescadores islandeses. El hallazgo se produjo en 2016, y el director tuvo noticias de él a través de un email del compositor Jóhann Jóhannsson, amigo personal con el que había trabajado en el documental The miners' hymns (Bill Morrison, 2010).
La recuperación de esta película, que se conserva a pesar de haber permanecido en el fondo del mar, pero con muchos elementos impregnados en el rollo, sirve a Bill Morrison para establecer varias líneas argumentales, centrándose en el proceso de restauración, en la vida del actor protagonista y en el desarrollo del cine soviético en las últimas décadas. The village detective (Ivan Lukinsky, 1969) fue una de las últimas películas protagonizadas por el actor Mikhail Zharov, una auténtica estrella en el cine soviético, actor en filmes como Iván el Terrible (Sergei M. Eisenstein, 1944), pero caído en desgracia a partir de los años cincuenta por sospechas de traición durante el régimen de Joseph Stalin (su suegro fue arrestado bajo falsas acusaciones de intentar asesinar al dictador). Tras la muerte de Stalin, Mikhail Zharov volvió a la popularidad con The village detective (1969), y algunas tv movies dirigidas por él mismo en las que volvía a interpretar al jefe de policía Aniskin, como Aniskin i fantomas (Mikhail Zharov, 1974) y I snova Aniskin (Mikhail Zharov, Vitali Ivanov, 1978). Se puede decir que la última película de Bill Morrison es más convencional, incluso utilizando entrevistas en cámara, que otras de sus propuestas cinematográficas como Decasia (Bill Morrison, 2002), que son más experimentales. Pero, como en Dawson City: Frozen time, al director le interesa utilizar el celuloide antiguo, degradado y borrado en muchas de sus partes, para establecer su propio lenguaje cinematográfico. La historia narrada del actor Mikhail Zharov es el reflejo de la evolución de Rusia, y en cierta manera las imágenes dañadas también reflejan el deterioro de la sociedad rusa y de la propia trayectoria del actor. El director muestra secuencias completas de la película, una trama en la que el jefe de policía debe averiguar quién ha robado un acordeón, un hecho singular ya que en la aldea en la que vive no se recuerda ni un solo delito cometido en los últimos años. La banda sonora compuesta e interpretada por David Lang utiliza el acordeón como único instrumento, estableciendo una cierta sensación de ensoñación en las secuencias mostradas, en las que apenas hay sonido. La utilización de las imágenes degradadas provoca una sensación hipnótica que sin embargo Bill Morrison ha logrado con mayor acierto en otras ocasiones, quizás porque la visión occidental de la historia cinematográfica rusa elimina buena parte de sus pretensiones.
Santos Bacana forma, junto a Rogelio González y el cantante madrileño C. Tangana, una colaboración artística que ha proporcionado algunos interesantes videoclips como los de Un veneno (2018), Tú me dejaste de querer (2020) o Para repartir (2021) y que ha dado lugar al colectivo Little Spain, formado por algunos profesionales españoles afincados en California: entre ellos, la cantante Lourdes Hernández de Russian Red, el director de fotografía Arnau Valls, que trabajó en el videoclip de la canción Barefoot in the park (2019), de James Blake y Rosalía, la fotógrafa Silvia Grav, diseñadora y colorista de los títulos de crédito de American Horror Story: Apocalypse (FX, 2018) o la directora de fotografía Cristina Trenas, nominada al Goya por Sombras de New York (Juan Pinzás, 2013), y que también ha colaborado recientemente en la grabación del Tiny Desk (Home) Concert (2021), de C. Tangana, dirigido por Santos Bacana. Parte de la programación del Atlàntida Film Fest se puede ver en Filmin hasta el 26 de agosto.
Un proyecto cancelado en Los Angeles es lo que ha provocado la producción del cortometraje Santos (Rogelio González, 2021), un retrato del director Santos Bacana que refleja la motivación y la perspectiva de vivir y trabajar en un país que no es el propio, que necesita un proceso de adaptación que pasa primero por el intento de integración y posteriormente por la aceptación de la personalidad propia. De ahí surge la colaboración creativa entre españoles en Little Spain, y en cierto modo así también se refleja en el cortometraje. Con un estilo visual muy cercano a los videoclips de C. Tangana, tanto en esa textura nostálgica de la España de los años setenta y ochenta, como en el montaje dinámico, el problema del cortometraje es que no consigue rascar la superficie, queda como un perfil insustancial que propone reflexiones también triviales. Es más interesante en la forma que en el contenido, más seductor en la superficie que en el fondo.