GENERACIÓN
Estas herramientas se ponen de manifiesto en I am Gen Z (Liz Smith, 2020), un documental estrenado en la Sección Reset! del CPH:DOX 2021, que explora el mundo desde el punto de vista de la Generación Z, los jóvenes nacidos entre 1994/97 y 2010/12, caracterizada por la interacción a través de las redes sociales y un entorno de comunicación que es al mismo tiempo sociable e insociable. La primera generación del iPhone lanzada en 2007, con la integración de la vida privada y profesional en un mismo elemento, se considera el punto de inflexión del estallido de esta burbuja social. Años antes, a mediados de los noventa, la directora del documental, Liz Smith, estaba trabajando en Yahoo!, una de las primeras empresas con sede en Silicon Valley, en una época en la que internet era todavía un espacio inexplorado con infinitas posibilidades. Pero los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, donde se encontraba trabajando, tuvieron tal impacto en ella que decidió regresar a Gran Bretaña e iniciar una carrera como cineasta en The London Film School.Al comienzo de la película algunos representantes de la Generación Z expresan su malestar por ser confundidos con los Millennials (la Generación Y), especialmente aquellos nacidos a finales de los noventa, porque los millennials son algo así como la versión frustrada de la era digital. Y aunque algunos de los expertos que son entrevistados afirman que la Generación Z se caracteriza por una fuerte empatía, y un sentido de la justicia que no tienen otras generaciones, lo cierto es que el documental se contradice a sí mismo en esta apreciación positiva, abordando temas como la depresión, los trastornos alimenticios, la falsa sensación de comunidad, la exposición constante, la sumisión a la cultura de la imagen, la renuncia a la privacidad, la adicción al móvil y la tortura de los algoritmos. De forma que esa empatía o preocupación en temas como el cambio climático en realidad parecen ocupar un segundo plano. Entre los entrevistados que participan en la película se encuentra Tim Kendall, que fue Director de monetización de Facebook (2006-2010) en el momento en el que las grandes compañías tecnológicas descubrieron que la verdadera fuente de ingresos estaba en la recopilación de interacciones de los usuarios y la automatización del marketing. Tras ejercer como presidente de Pinterest (2015-2018), Tim Kendall ha sido una de las voces más críticas con el desarrollo de las redes sociales, equiparándolas con la industria del tabaco en su creación de una adicción en los usuarios. También participó en el documental de Netflix El dilema de las redes (Jeff Orlowski, 2020) y ha creado una aplicación que intenta ayudar a hacer un uso responsable de internet. Se muestra especialmente crítico con la utilización de algoritmos en los que predomina el objetivo de maximizar el tiempo invertido: "Si le pides al algoritmo que la gente vea más y más videos, una búsqueda que empiece con mujeres sexis puede acabar en recomendaciones de videos de niños en bañador. Y eso que comenzó de forma inofensiva puede terminar con contenido pedófilo. Hay que tener en cuenta que el 70% de los videos que vemos en YouTube son recomendaciones". Aunque parece no pretenderlo, el documental I am Gen Z establece una mirada pesimista, en la que las conclusiones de los expertos participantes no son positivas: "Los jóvenes adolescentes de hoy en día son como una generación de conejillos de indias", dice el neurocientífico Jack Lewis, frente a "un sistema de tamaño industrial que está elaborando inteligentes estrategias y técnicas para mantenernos enganchados a las redes sociales.", afirma el periodista Jamie Bartlett. "La trayectoria actual, el nivel de turbulencia que viviremos en los próximos 20 años, no se había visto desde la revolución industrial o el invento de la imprenta". IDENTIDADSeleccionada por el Festival de Cannes 2020 y nominada en cuatro categorías en la pasada edición de los Premios César (Dirección, Actriz de reparto (Fanny Ardant), Actor de reparto (Louis Garrel) y Música (Stephen Warbeck)), la película francesa ADN (Maïwenn, 2020) también habla de cierta manera de incomunicación en el seno de una familia profundamente desestructurada, especialmente cuando se enfrenta a la muerte del abuelo, un argelino que emigró a Francia durante la Guerra de Argel y que era el nexo de unión que evitaba la revolución de sentimientos impregnada entre los miembros de su familia. Maïwenn, protagonista, co-guionista y directora, aborda otra de esas terapias personales reconvertidas en película que ya hemos visto en otros títulos suyos como Pardonnez-moi (Maïwenn, 2006), en la que una mujer embarazada decide rodar un documental sobre su familia disfuncional, revelando los secretos más escondidos.
A lo largo de la película el director muestra la vida "normal" de la pareja como gerentes de una tienda de animales, y la preparación de citas con otras parejas que tienen lugar en clubes de swingers, en sus propias casas o al aire libre, introduciéndonos en un mundo desconocido pero no demasiado diferente a la búsqueda de sexo ocasional a través de cualquier aplicación especializada. Es interesante asistir a la preparación de cada cita, y a ese proceso de primer contacto entre las parejas, en un ambiente de seguridad y salubridad. Digamos que Betta y Hermes mantienen un control necesario sobre la práctica del swinging, con el consentimiento y la confianza necesarias aunque, al contrario que otras parejas, que establecen la prohibición de besarse para evitar una implicación más emocional, ellos necesitan comenzar la aproximación sexual a través de los besos. Hay riesgos emocionales que también se muestran en el documental, una separación entre lo físico y lo sentimental que a veces es difícil conseguir, y la aceptación de ejercer en algunos momentos como objeto sexual. La comunicación entre los miembros de cada pareja también es importante, la definición de los límites y de los consentimientos que forman parte del grado de conexión emocional.La pareja protagonista, y las parejas de intercambio, aceptaron ser filmadas en sus encuentros sexuales, aunque solo se permitió al director asistir a los momentos de mayor intimidad, con una estética cuidada pero no muy alejada de las películas de Tinto Brass, incluso en el fetichismo de la ropa interior de encaje. Swingers, título español de la película, acaba siendo un documental frustrante que no profundiza demasiado, que no parece sentir curiosidad por indagar en las implicaciones de esta práctica, y que deja para el final un giro narrativo que podría haber dado más juego en otro momento. Hay un lenguaje especial dentro de este círculo de prácticas poliamorosas, como la calificación de "juego" para el acto sexual o la definición de amigos "horizontales" (los que practican el intercambio) y amigos "verticales" (los que están fuera del ambiente). Betta confiesa que prácticamente no tienen amigos verticales porque no entienden el estado de desinhibición en el que ellos viven. Posiblemente el hecho de tener a una sola pareja como protagonista limita las posibilidades de ofrecer una visión más diversa, más compleja. La sensación final es la de haber asistido a una mirada voyeurista que se ha quedado ahí, en el margen, en el exterior. MUROS Y FRONTERAS
La ciudad de Atenas se ha convertido recientemente en el escenario de algunas producciones cinematográficas como el mediocre thriller político Beckett (Ferdinando Cito Filomarino, 2021) producido por Luca Guadagnino, o el drama iraní Pari (Siamak Etemadi, 2020). En ambos adquiere una cierta importancia el graffiti pintado por Pavlos Tsakonas y Manolis Anastasakos titulado "He, is praying for us", un mural de 600 m2 que representa en la fachada de un edificio la obra "Las manos que oran" de Alberto Durero, pero que están dibujadas hacia abajo, una representación que pretende reflejar la crisis económica, política y social de Grecia. Esa es la primera imagen que ven Pari (Melika Foroutan) y su marido Farrokh (Shahbaz Noshir) cuando llegan a Atenas en busca de su hijo, del que no tienen comunicación desde hace dos años. El joven viajó a Grecia con una beca de estudios, pero parece haber dejado los estudios y el piso de alquiler para integrarse en movimientos anarquistas que luchan contra las imposiciones económicas de la Unión Europea y un gobierno sumiso a un capitalismo despiadado.
La historia tiene relación con la realidad vivida por el director debutante Siamak Etemadi, iraní afincado en Grecia cuya madre, a la que dedica la película, también se llama Pari. Presente en la sección Panorama de la Berlinale 2020, esta historia muestra el tesón de una madre por encontrar a su hijo, que la lleva incluso a desprenderse del estado de obediencia que adopta en su familia. Su esposo la culpa a ella de haber introducido fantasías en la mente de su hijo, e incluso siente cierto rechazo al hecho de que la madre pueda hablar algo de inglés y comunicarse con los habitantes de una Atenas envuelta en protestas y cargas policiales. Esta sensación de incomunicación en un país completamente diferente, "abandonado por Dios" según Farrokh, se convierte también en uno de los temas principales de la película. Y aunque utiliza algunas representaciones algo tópicas para describir el desarrollo del personaje principal, por ejemplo con el habitual símbolo que representa la utilización del hiyab al comienzo de la película, del que lentamente se va desprendiendo conforme experimenta su propia liberación, el director consigue establecer un camino que no solo es de búsqueda, sino también de encuentro con la propia identidad del personaje, especialmente notable en el trabajo de la actriz Melika Foroutan. En cierta manera, el trayecto que recorre Pari es paralelo al que experimentó Babak, el hijo ausente, mientras los jóvenes griegos practican otro tipo de liberación a través de las manifestaciones y las protestas. La aparición de un poema persa del siglo XIII, escrito por el poeta sufí Yalāl ad-Dīn Rūmī, deja clara la simbología de la película: "El fuego es mi hijo, pero debo ser consumido y convertirme en fuego". Es decir, Pari debe seguir los pasos de Babak, lo que la llevará a una especie de renacimiento, a una emancipación que, en un final no demasiado convincente, también encontrará a través de un viaje sin un retorno claro.
En un entorno en el que no tiene la posibilidad de comunicarse debido a la barrera del idioma, la única forma de comunicación que refleja el niño Roman (Yelizar Nazarenko) es la utilización del grito, un grito salvaje, casi reminiscente a la manera en que nuestros ancestros se comunicaban antes de que se desarrollara la comunicación verbal. Es uno de los grandes hallazgos de la espléndida película Rivale (Marcus Lenz, 2020) que, a pesar de sus aciertos y de tener la mejor interpretación infantil que hemos visto en los últimos años, no ha llegado a los circuitos principales de festivales cinematográficos. La película habla precisamente sobre la dificultad de comunicación en una Europa aparentemente unida pero realmente distante. Tras la muerte de su abuela, Roman, un niño de nueve años, es llevado clandestinamente a través de la frontera de Ucrania hasta Alemania, donde le espera su madre Oksana (Maria Bruni), que trabaja como enfermera con un matrimonio. La esposa de Gert (Udo Samel) ha fallecido meses atrás, pero la relación entre Oksana y el marido parece que va más allá de lo profesional.