Nuestro recorrido por la programación del festival se detiene en películas que se acercan al ser humano con su contradicciones, sus dudas y sus anhelos. Son retratos de personajes quizás algo excesivos, que se enfrentan al entorno con radicalidad, pero que reflejan con más o menos acierto la obsesiva búsqueda de la felicidad.
DomestikPresentada en el Festival de Locarno 2019, la producción alemana A voluntary year (Ulrich Köhler, Henneh Winckler, 2019) presenta una relación paterno-filial que esconde una complejidad mayor de la que podemos intuir al principio. Cuando una joven decide tomar una decisión drástica frente a los criterios de su padre, una decisión que parece un simple capricho pero que luego descubriremos que es mucho más reflexiva de lo que aparenta, la reacción del padre también acaba siendo chocante. En realidad, la película refleja bien esa personalidad un tanto cuadriculada de los alemanes, y de ahí proviene su comparación con Toni Erdman (Maren Ade, 2016), aunque no tengan nada que ver la una con la otra. El padre liberal, solidario, de izquierdas, tan educado que hasta agradece el civismo a unos jóvenes que le dan una paliza, ejerce en realidad una callada opresión sobre su hija, a la que pretende inculcar (pero realmente es imponer) su filosofía de vida.En este sentido, la película reflexiona con acierto en torno a esa aparente libertad que una generación de padres ha pretendido dar a sus hijos, pero asistiendo con impotencia a una rebeldía que les parece incomprensible. Es en este aspecto en el que la historia resulta interesante, aunque el desarrollo sea un poco balbuceante.
Otra relación compleja entre padres e hijos lo plantea Charter (Amanda Kernell, 2020) que compitió en Sundance 2020 y Gotebörg 2020. En este caso, la actriz noruega Ane Dahl Torp compone una madre de personalidad difícil que intenta recuperar a sus hijos, que permanecen con el padre mientras se toma la decisión judicial de la custodia. El personaje sufre el remordimiento de haber abandonado a su familia por otra persona, y este sufrimiento es amplificado por el revanchismo de su ex-marido y el desprecio de uno de sus hijos. Pero la desesperación le hace tomar la decisión de huir con sus dos hijos a Tenerife, como un intento inevitable de ejercer como madre.
La directora sueca Amanda Kernell mostraba en su primera película, Sami blood (2016) el racismo frente a la comunidad tribal sami en los años 30. Un contundente debut que ya reflejaba su interés por historias que reflexionan sobre el comportamiento del ser humano frente a sus semejantes. El personaje principal de su nueva película también sufre ese desdén, no solo por su familia sino también por una sociedad que no admite imperfecciones. Es por tanto una mirada íntima a un mundo emocional que se desmorona, un relato de supervivencia desde la intimidad.
Otro retrato del ser humano y sus contradicciones es Pink wall (Tom Cullen, 2019) que, básicamente, es la historia de una relación amorosa con sus altibajos. El debut como director y guionista del actor Tom Cullen, conocido por su trabajo en la serie Knightfall (History Channel, 2017-2019) y la película Weekend (Andrew Haigh, 2011), que tiene algunos puntos de conexión con ésta, es un espléndido ejercicio de minimalismo emocional. La relación entre los dos protagonistas se plantea en seis momentos destacados de su relación a lo largo de seis años; seis secuencias que se mezclan, presentadas en formatos de pantalla diferentes para mostrar el paso del tiempo. Es una película pequeña, rodada en tan solo nueve días pero que transmite intensos momentos de intimidad, en los que de alguna manera podemos vernos reflejados.
La efectividad de la propuesta tiene un soporte fundamental en los dos actores protagonistas. Por un lado, Jay Duplass, uno de los padres del movimiento "mumblecore", al que hemos visto como actor en la serie Transparent (Amazon, 2014-2019); y por otro lado Tatiana Maslany, que fue compañera de reparto del director en The other half (Joey Klein, 2016) y ahora podemos ver en uno de los papeles principales de la serie Perry Mason (HBO, 2020-). Ambos sostienen los vaivenes emocionales de sus personajes con talento, en escenas que tienen en la improvisación una base fundamental, y que plantean un vínculo emocional a veces zozobrante pero ciertamente profundo, entre las sospechas de infidelidad o la indecisión sobre ser padres. Quizás no tiene la profundidad de otros retratos de pareja recientes como Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019), pero es profundamente reflexiva dentro de su humildad.
Generación
En la sección dedicada a esa juventud perdida de la que hablábamos hace unos días, encontramos la que posiblemente es la película de aire más optimista de toda la programación. Play (Anthony Marciano, 2019) pasó por la Sección Zabaltegi de San Sebastián 2019 y propone una mirada nostálgica a la época de los VHS a través de la historia de un joven y su proceso de madurez (o de inmadurez en este caso). El planteamiento del director, capaz de engendros como Robin des Bois, la véritable histoire (2015), una parodia de Robin Hood, es el de contar la historia de crecimiento del protagonista a través de las grabaciones que realiza con su cámara. Es decir, un planteamiento formal que ya hemos visto en numerosas ocasiones en el cine de terror, con la serie española Caminantes (Orange Tv, 2020-) como último ejemplo, pero llevado a la comedia romántica.La propuesta, tan artificiosa como el resto de las que se han realizado, funciona bien en los primeros años de la historia, la etapa de la adolescencia o su época de Erasmus en Barcelona, pero va perdiendo interés conforme se desarrolla, especialmente en la última parte. El personaje principal esconde su patetismo en una capa de simpatía que en realidad es el reflejo de su inmadurez (se emborracha en el cumpleaños de su hija y sólo puede conectar emocionalmente con ella a través de su cámara). Formalmente, la propuesta del director se agota pronto, entre otras cosas porque no es diferente a cualquier canal de youtube con gamberradas adolescentes, por lo que el ejercicio de nostalgia es ineficaz. Pero sobre todo la película tiene dificultades para justificar las escenas que marcan un punto de inflexión en la vida del personaje principal, y el artificio es más evidente (la escena en el coche después de la boda). La relación romántica, al fin y al cabo, parece más una excusa para dar al protagonista un improbable e inmerecido final feliz.
Controversia
El escritor y poeta Michel Houllebecq es uno de los personajes más singulares de la escena cultural francesa. Ha sido tachado de misógino, racista o anti-islamista. En su novela Sumisión (2015, Anagrama) planteaba un futuro cercano en el que Francia tiene un presidente musulmán y los cambios que esto supone para la sociedad francesa. Su discurso suele estar en contraposición con el poder, y tiene planteamientos radicales y provocadores con afirmaciones como que Suecia es una dictadura. Su obra ha sido llevada al cine en películas como Las partículas elementales (Oskar Roehler, 2006).Desde hace unos años aparece como actor en varias producciones cinematográficas, la mayor parte de las veces interpretándose a sí mismo con una cierta tendencia a la auto-caricatura, interpretando a un personaje que se parece más al que se ha construido con el paso de los años. En la película El secuestro de Michel Houllebecq (Guillaume Nicloux, 2014) el director fantaseaba sobre un momento en la vida del escritor en el que dejó de dar señales de vida durante la promoción de un libro. De esa "desaparición" nunca ha dado ninguna explicación, pero en el filme se plantea una absurda trama en la que es secuestrado por orden del presidente François Hollande. Ahora, Thalasso (Guillaume Nicloux, 2019) se plantea como una continuación de aquella historia, aquí centrada en su estancia en un balneario para someterse a unas sesiones de talasoterapia, y en el que se encuentra con el actor Gérard Depardieu, pero también con sus antiguos secuestradores.Como aquélla, ésta es una película en la que los personajes principales se interpretan a sí mismos con ironía, con cierta tendencia a la caricatura. Pero esta parodia de sí mismos les sirve como justificación para elaborar esos discursos críticos con personajes reales de la sociedad francesa, y en cierto modo también como aceptación de su propia condición de apestados para una parte de la sociedad francesa: en una escena, un hombre se acerca a Michel Houllebecq y Gérard Depardieu y les espeta: "Sois la vergüenza de Francia". La película está construida, de esta forma, alrededor de la rebeldía intelectual de ambos personajes, aunque con menos acierto en la parte humorística que en su predecesora.