Aún recuerdo que tras el sorteo de los octavos de final lo único que teníamos claro es que los partidos frente a los equipos alemanes iban a resultar cuanto menos intensos, pero visto el desenlace de la eliminatoria no podíamos pensar que lo pudiera ser tanto, ni los más viejos del lugar podían augurar semejante tensión y sufrimiento.
Después de superar la fase de la “liga de las rayas” donde nos medimos con notable éxito pero ya con nuestra habitual ración de sufrimiento a Olimpyakos, Malmö y Juventus de Turín la bolita del bombo nos asignó al Bayer (sin “n”) Leverkusen. El primer partido en Alemania no presagiaba un camino sencillo, es más preveía un largo, larguísimo combate de vuelta.
Durante las últimas jornadas y después de un irregular desarrollo liguero los nervios atenazaban a la afición rojiblanca, nervios por el rendimiento del equipo, nervios por la inminente pero no efectiva renovación del Cholo, nervios porque la prensa empezaba a “apropiarse” de algunos jugadores creando crisis y mal ambiente donde solamente había decisiones técnicas.
Así que este era nuestro partido, no había margen de error y nuestro Cholo lo sabía, por ello hizo un llamamiento casi agónico, un llamamiento a su incondicional afición para que durante el partido no hubiera silencio. El público debía ser, en esta ocasión más que nunca, el jugador número doce.
La llamada fue seguida y fieles 55.000 almas rojiblancas abarrotaron el Vicente Calderón esperando vivir una nueva gesta, desde el segundo uno, miles de gargantas gritando y animando de manera incesante a todos y cada uno de nuestros guerreros, desde el segundo uno sabiendo que aquella noche se estaba escribiendo una página más de nuestra historia. Esa noche, la noche de San Patricio, será recordada como la noche en la que por el césped del Calderón corrió la sangre, el sudor y las lágrimas.
Ser del Atleti es diferente y esto ha podido demostrarse una vez más - piopialo , esta vez lo ha visto todo el mundo, los atléticos sabíamos que íbamos a sufrir, un centro del campo inusual, nuestro gran capitán al banquillo, muchas dudas en la alineación, los jugadores salieron en tromba, nuestros delanteros no acertaban, nuestro portero titular lesionado y un murmullo general que recorre el Calderón preguntándose si el Oblak de esta noche va a ser el de Atenas o el que fue capaz de parar un penalti al mismísimo Barcelona. Un lesionado Mandzukic que se niega a ser sustituido, un poco acertado Raul García que terminó ensangrentado, un Griezmann al que las piernas no le daban más de sí, un genio turco que terminó implorando a su Dios…. aun así, a pesar de todo esto, sabíamos que esta noche iba a ser nuestra noche.
Pero como los del Atleti somos así, no nos valían noventa minutos de sufrimiento, quisimos más…y llegó la prórroga…y tuvimos quince minutos más en los que el gol se resistía…y llegamos a los segundos quince minutos con la agonía en nuestros gestos, y sin querer los minutos fueron corriendo y el árbitro pitó el final. Y ahí estábamos frente a frente con nuestro destino; si después de ciento veinte minutos los nervios no habían sido suficientes se avecinaban los lanzamientos de penaltis. 55000 corazones encogidos por lo que estaba a punto de suceder.
Tras las paradas de Oblak, el lanzamiento de Torres y los errores germanos el éxtasis se hizo rojiblanco, toda la pasión contenida de aquella noche estalló por los aires y 55000 almas se fundieron en una sola voz gritando su himno y coreando el “orgullosos de estos jugadores”. Que nadie pretenda entender lo que se vivió, porque lo que se vivió es único e irrepetible y solo quien siente estos colores y esta pasión puede comprender los que sentimos y como lo sentimos, porque ser del Atleti es algo único e irrepetible.
Dedicado a todos aquellos que sufrieron (y de qué manera) en este partido, pero que también lo disfrutaron, porque vosotros también sois parte de la historia de este Atlético de Madrid.