Cualquiera que afirme en público que le encanta el cine austriaco pasará por un insolente pretencioso o, peor todavía, por lector de cine invisible. Nada más alejado de la realidad. Cuando se mira hacia atrás sin ira, y con un inmenso placer, el legado del desaparecido imperio austro-húngaro se descubre la inmensa herencia que, por los avatares de una agitada historia, ha aportado al cine mundial.
Cineastas, vía Alemania en algunos casos o directamente, emigrantes en América como M. Curtiz, A. Korda, C. Mayer, E. Von Stroheim, J. Von Sternberg, F. Lang, E. Ulmer, B. Wilder, O. Preminger, F. Zinnemann o, también compositores, como M. Steiner, construyeron la edad de oro del cine de Hollywood y sus descendientes actuales, Axel Corti, con su trilogía Welcome in Vienna (1981-1986), Ulrich Seidl, o el mago de la culpabilidad, Michael Haneke, primero en televisión y a partir de 1988 en la gran pantalla, siguen aportando hitos a la cinematografía actual (La cinta blanca es una de las obras maestras del siglo XXI). O sea, que al final, a casi todos nos apasiona el cine de estos ilustres austriacos.
El último a añadir a esta impresionante lista es el actor Karl Markovics (Los falsificadores, 2007), exultante en su primera realización con este alucinante “Respirar”. Partiendo de una premisa similar a la del excelente Boy A (2007), cuenta la complicada reinserción de un joven delincuente que ha pasado toda su vida entre hospicios y penitenciarias para menores de edad.
Sólo alguien dotado de un talento sin par puede angustiar tanto al espectador con escenas en principio tan desprovistas de temores, como el simple hecho de quitarse una camiseta, hacerse el nudo de una corbata o tirar un colchón a la basura. Dejé el brazo de la butaca del cine medio deformado de tanto apretarlo.
Para apoyar su revisión de libertad condicional ante el juez, el joven y excelente actor Thomas Schubert tiene que conseguir un trabajo y, más difícil todavía, conservarlo. Tras varios intentos sin éxito alguno, más por provocación que por interés, se presenta a un puesto en unas pompas fúnebres. Nada que ver con la mítica A dos metros bajo tierra (2001-2005) que comparada con la película es una comedia a lo Benny Hill.
El ambiente de trabajo de este sector de actividad, uno de los pocos que no ha conocido ninguna crisis desde el inicio de la humanidad, está a la altura de los servicios prestados. Las carcajadas no son habituales y sus compas nunca se presentarán a un concurso local de chistes. Uno de ellos encarnado por ese actor, de voz tan singular e impresionante presencia, que es Georg Friedrich.
Esta experiencia extrema en el mundo de los muertos le servirá al protagonista para regresar al territorio de los vivos, por donde hasta el momento se había limitado a transitar. La película, distante, implacable, intensa, con las fijaciones en puntos recurrentes de la cinematografía austriaca como son los anuncios publicitarios, desde por lo menos El 7º continente (1988) de M. Haneke, es sencillamente sublime. Y posiblemente, en contra de la opinión general, me parece que contiene una de las escenas finales más optimistas (eso sí que es una sorpresa) del cine actual con ese majestuoso movimiento ascendente de cámara hacia el cielo. No sigo leyendo… Algunos afortunados podrán disfrutarla durante el Festival de Cine de Autor de Barcelona (qué suerte tienen algunos) a partir del 27 de abril. Consejo: si quieres ver algo de lo mejor del cine actual, no te lo pierdas.
Al final, como se puede observar, a todos nos gusta el cine austriaco. Otro ejemplo, en unas semanas el Festival de Cannes contará con un 10% de este cine en su Sección Oficial: Haneke y Seidl. Puede que haya sorpresa en el palmarés (aunque algunos, y cada día más, ya nos las esperábamos).