Nuestra cultura -esa que tanto defendemos- cumple también su función, por supuesto, y se encarga de poner la marca de la semejanza a todo lo que toca, en un sistema tan bien engranado como este, la uniformidad es imprescindible, y nuestra vieja amiga la cultura lo hace a la perfección y salvo muy contadas excepciones, nuestra cultura se ha convertido en una pieza más del engranaje que invita a hombres y mujeres a renunciar a su condición de ser el fin en si mismos, para resignarse a ser simples medios del sistema y poder llegar a tener una dudosa dignidad.
Y la crítica va en el sentido de que nuestro tiempo libre ha sido condicionado de tal forma que -fuera del trabajo- el hombre evita pensar y se limita sólo a imaginar, a alejarse de la realidad para obtener de ello un descanso. Nuestra vida activa se ha convertido en una rutina y el tiempo libre es una proyección de ese tiempo activo, viene el aburrimiento y tratamos de combatirlo con los medios ofrecidos por el mismo sistema en un círculo de acondicionamiento sin límites.
Visto de esta manera parece que distanciarse de las influencias del mercado es imposible, estamos dentro de él y si lo hiciésemos, llegando a la desconexión total, nos convertiríamos en solitarios inadaptados, golpeados fuertemente, primero con la impotencia económica (desechados por la sociedad) y después por la impotencia espiritual. Al mirarnos a un espejo nos quedaría la impotencia total que lanzaría gritos desde nuestro interior pero que no tendrían ningún eco en el exterior. ¿Si nos atuviésemos a la máxima de: "Pienso luego existo", estaríamos abocados al final de la existencia?