Atravesar el océano

Por Davidrefoyo @drefoyo
Acariciando las crines de tus 90 caballos me siento invulnerable, me siento una parte más de tu estructura metálica, una nota musical de la magnífica partitura que interpretas cuando pasamos de 120. Porque tú me has enseñado a volar, a no tener miedo: la muerte es un paso natural para quienes vivimos al límite, para quienes sólo deseamos detenernos en la siguiente estación de servicio y escribir unas líneas, otro poema que nos recuerde que unos kilómetros más allá encontraremos la Verdad. Me convertiré al dogma del asfalto si así lo deseas. No me importan los discos ni las emisoras de radio que vayan quedando trituradas a nuestro paso. Tú me has enseñado a no temer, a creer posibles las hazañas de los hombres, nada hay tan poderoso como un hombre que se cree imperturbable sentado sobre estas fundas deportivas de imitación, con la línea roja que desbarata todas las fronteras. He conducido durante días sin necesidad de detenerme, sin hacer trampas, porque las trampas son cosa de perdedores, de abnegados de un éxito inalcanzable. Contigo me creo cualquier susurro, quiero ser protagonista de todas las leyendas, despertar el interés del viejo Cormac McCarthy, resultar interesante para los bises de Cuento Kilómetros. Cuando tu motor me dice, baby, estoy preparado para la quinta marcha, la última, pienso que podemos cruzar el océano, desayunar en Camerún, conquistar a la princesa y luego regresar. Porque lo único que no quiero dejar de hacer, a pesar de todo, es volver al punto de partida, a este garaje con olor a fairy desde donde planificar la próxima etapa. Tal vez 2000 sean demasiados kilómetros para el mismo fin de semana.