Ciertas películas tienen la peligrosa capacidad de mezclarse con la realidad y adentrarse en la vida de quienes han participado en ella de una manera u otra, incluido el espectador. He aquí el relato de este film y de su proceso (por desgracia, nunca mejor definido).
Mohammad Rasoulof es un hombre que ama el cine por encima de todo y, por consiguiente, asume el riesgo que conlleva. En cualquier país se expondría a las malas críticas, el rechazo del público, o ambas situaciones. Sin embargo, en el director concurre una circunstancia (de la que no es responsable) que le diferencia de los demás: su nacionalidad iraní. Y por esta diferencia se enfrenta a una condena de 6 años de prisión y 20 de prohibición de rodar cualquier imagen, al igual que Jafar Panahi. Otros 6 realizadores, Mojtaba Mir Tahmaseb, Katayoon Shahabi, Hadi Afarideh, Naser Safarian, Shahnam Bazdar y Mohsen Shahrnazdar, también han sido arrestados el 17 de septiembre por cargos de espionaje y colaboracionismo con la BBC, cadena prohibida en Irán.
Mohammad Rasoulof, en esta impresionante película, cuenta la historia de una joven abogada que no puede ejercer su profesión, dado que también se lo han prohibido, y que tampoco puede vivir con su marido, escritor de un blog político, que frente al continuo acoso de las autoridades vive en la clandestinidad.
El conjunto es tan excepcional que ha recibido en Cannes 2011 el premio a la mejor dirección de Un certain regard.
Fundamentos de derecho
El director se ha basado en los hechos conocidos y frecuentes que han sufrido él (no pudo dejar el país para recoger el premio) y sus allegados. No se trata de una película de ciencia-ficción es, sencillamente, la realidad de Irán reflejada en una película, como lo son las imágenes de sus ríos o de sus calles. La diferencia es que el régimen la considera una actividad ilegal que va en contra de los fundamentos de la república islámica. Y el espectador será también el juez y tendrá que decidir qué es realmente ilegal: las imágenes o la política del país que crea esta realidad.
Me declaro presunto culpable por intentar defender la libertad fuera o dentro de la sala del cine, de apreciar la creatividad de los cineastas que conectan con la vida real, de querer tener la posibilidad de elegir en la cartelera del cine lo que deseo ver -Ángel Sala también está acusado en España por proyectar una película en el Festival de Sitges (estas situaciones tan irreales no sólo suceden en Irán)- y de considerar que, ante estas circunstancias y más que nunca, el cine sigue siendo imprescindible.