Auckland

Por Zhra @AzaZtnB

Auckland es el último destino de Marta, a mi me queda una semana más en el país. Aprovechamos los últimos días de coche para ir a la playa de arena negra Kare Kare, donde se rodó la película de El Piano (1993). El camino hasta la carretera principal es bastante decente para un país donde las autopistas pueden ser de un sólo carril que cruza un puente y comparte con las vías de tren. El final del camino no es tan fácil pero Marta ya es una experta conduciendo por el país. En la playa apenas hay nadie y esta vez paso de mojarme los tejanos, me quito los pantalones. ¡Necesito desesperadamente unos pantalones cortos! Entre la arena encontramos algas de varios metros de longitud, cuando están duras se puede vaciar su interior rompiendo los compartimentos que almacenan el agua. Cuando están mojadas son gelatinosas, asquerosas y casi indestructibles. No quiero imaginarme lo que debe ser que una de esas algas se enrede en tus pies mientras nadas, no quiero, no quiero pero lo imagino. Ni de coña me baño ahí. También aprovechamos el coche para cruzar el puente de la ciudad y hacer fotos nocturnas del Skyline, un par de veces. Un par de veces porque a alguien se le olvidó la tarjeta de la cámara. No, no fui yo pero podría haberlo sido.

El fin de semana bajamos a la ciudad, recorremos el puerto buscando un local de sushi, y encontramos una boda sin novios. Con esto ya he comido sushi en 4 continentes y creo que va a ser complicado encontrar sushi en África. Damos un vistazo rápido al casino que hay al pie de la Sky Tower y me doy cuenta que sólo he estado dos veces en un casino, ninguna en Europa, nunca he perdido dinero y las dos veces ha sido con Marta. La Sky Tower tiene 328 metros, es el edificio más alto de Auckland y la construcción más alta hecha por el hombre en el hemisferio sur. Imposible no verla, además en la parte alta tiene una cafetería y un restaurante, ambos giratorios. Para acabar de aprovechar el coche visitamos Fishsmiths, el que una guía categoriza como el mejor fish and chips de la ciudad, llegamos cuando están a punto de cerrar así que nos llevamos a casa calamares y mejillones rebozados junto a una pieza rebozada del pescado del día.

Es lunes en la ciudad, Marta conduce hasta mi albergue para dejar la mochila y luego la acompaño al aeropuerto. Dejamos el coche en las oficinas del aeropuerto y me aseguro que entra en la zona exclusiva de pasajeros antes de volver a la ciudad. El aerobús me hace una ruta por el centro mostrándome un par de Starbucks, la calle principal y el puerto a 500 metros de mi alojamiento. Doy la vuelta y camino sin rumbo con la música en los oídos, me convierto en un peatón más y dejo que mis pasos me lleven por las calles desconocidas.

Echaba de menos perderme caminando sin dirección pero también echaré de menos reírme en voz alta sin parecer la loca que se ríe sola en medio de la calle. Sin parar de caminar, a media tarde vuelvo al alojamiento y hago el registro de entrada. Coloco la comida en una estantería común y agotada por la falta de práctica y el sueño acumulado de los últimos días caigo rendida en mi litera. La mayoría de la gente del albergue cae en el mismo perfil que en los albergues de Australia, menores de 25 y 30 años que gozan de un permiso de trabajo gracias a las leyes europeas, ningún español trabajando. De hecho sólo conozco a un español y cuando le pregunto por su acento perfecto me confiesa que su madre es estadounidense. La tradición viajera de los españoles se debió quedar con la inquisición.

Como en toda Nueva Zelanda Internet es desesperadamente lento y desquiciante, ni el hostal, ni el Starbucks, ni la cafetería de la esquina proporciona una conexión decente así que mi lista de cosas pendientes disminuye muy lentamente. Aprovecho para recorrerme la ciudad a pie siguiendo la Sky Tower y descubro que está llena de volcanes que no se ven porque se han integrado con los parques.

Durante esta semana por fin como el bote de lentejas que me ha perseguido un mes, acabo las gachas, el aceite y cuatro cosas más que reducirán espacio y peso. Sin coche que transporte la mochila tengo que volver a minimizarlo todo. Salgo en busca de un pantalón convertible que me sirva tanto para el verano como para el invierno, que me permita ponerme el pantalón térmico por debajo, que tenga bolsillos, que no ocupe mucho y que sea cómodo. ¿Y exigente? Cuando estoy desesperada porque todas las tiendas de montaña sólo tienen ropa para chico aparece ante mis ojos Kathmandu. Conocía la marca de UK pero encontrarme una planta entera de ropa de montaña para chica hace que me ponga a dar saltitos y grititos de felicidad hasta que una dependienta se acerca y me pregunta si quiero algo en particular. No tiene acento pero es francesa, hablamos un rato, por NZ$10 me hago socia y me hacen un descuento de más de NZ$90 cuando compro un pantalón y una camisa, ambos de secado rápido y con bolsillos secretos, vuelvo al día siguiente por si tienen sujetadores. No tienen pero me dicen donde puedo comprar ¿He dicho ya que me encanta esta tienda?

Un día nuevo, me cambio el pantalón del pijama que compré en Vietnam por el que acabo de comprar en Nueva Zelanda. En el espejo veo mi corte de pelo malayo, los pendientes indios, la camiseta de Beijing, las bambas de Madrid, el reloj de Londres, el anillo de Sydney, los calcetines de Barcelona. ¿A primera vista quién diría que estoy dando la vuelta al mundo? Me pongo las gafas de sol y salgo a la calle.Descubro un local de té con perlas de tapioca y me siento a observar como soy la única no asiática en el local. El tercer día me atiende la misma chica que el día anterior, me reconoce, encoje los brazos hacia ella, sonríe y da un saltito con los pies juntos sonriendo. Me recoge la tarjeta de fidelidad y me dice que me va a preparar el te muy muy rápido. Se adelanta a desearme un buen día cuando me entrega la bebida. Muy japones todo.

Miro un poco más allá y me fijo en la gente. Veo una persona de piel y pelo oscuro con tatuajes maoríes en la cara pero nada comparado con la cantidad de rubios y asiáticos que caminan por todos lados. Sobre todo Coreanos, Japoneses y Chinos que invaden la ciudad. No como turistas masificados con sus cámaras que bajan en oleadas de los autobuses empujando a todo lo que esté fuera de su círculo sino como parejas, estudiantes o dependientes. Reconozco el japonés que hablan los estudiantes, escucho como muchos dependientes gritan y dan las gracias en chino, el coreano lo intuyo. Si Internet me funcionara decentemente os podría dar datos exactos. Leo en algún papel que la mayor población de polinesios está en Auckland. El segundo fin de semana coincide con el fin de año chino así que han decorado algunos parques con figuras gigantes de tela y todas las tiendan anuncian sus promociones del año chino.

Después de recuperar el ritmo de caminante me planteo recorrer Nueva Zelanda de costa a costa, de Este a Oeste, son sólo 20 kilómetros pero cuando paso por un cine me doy cuenta que en unos días sólo podré ver películas dobladas así que voy al cine y me encanta Wild (Alma Salvaje). En dos meses apenas me ha hecho falta llevar efectivo en los bolsillos y todavía sonrío cuando algo está marcado como $9.99 o $9.98 o cualquier numero seguido de dos decimales. La moneda más pequeña es de 10 céntimos así que cualquier cosa que no sea $9.90 son $10!!! Acabo mis últimas monedas bebiendo té de sandía con leche y perlas de tapioca. Se acabó mi aventura por países de habla inglesa. ¡Sudamérica me espera!

Links:
Fish and Chips en Auckland: http://www.fishsmith.co.nz
Tienda de ropa: http://www.kathmandu.co.nz