Auge y caída de la princesa dardanella

Publicado el 16 junio 2010 por Jesuscortes
Cuando se despidió de este mundo, en octubre de 1929, en Nueva York, tenía sólo 39 años. Alcohol y drogas.
Muy poco tiempo después (póstumamente: no estuvo convidada a su postrero gran éxito) fue nominada, ganó Mary Pickford, al Oscar a la mejor actriz por su papel en "The letter" del debutante de pomposo nombre Jean de Limur (dialogada por Monta Bell), que también aparece como director de su última película, "Jealousy".
Se llamaba Amelia o tal vez Eugenia y cuentan que se hizo pasar por exótica española (con ascendencia irlandesa y esto sí parece cierto) apellidándose Aguilar pero luego decidió "traducir" y cambiar de lugar una letra de ese nuevo apellido, en irónica metáfora de lo que sería su carrera, siempre persiguiendo la gloria con tanto ahínco como desbarajuste.No, la vida de Jeanne Eagels no fue una aventura que muchos quisieran haber vivido.Tuvieron que pasar 28 años desde su muerte, consecuente o desafortunadamente, pero en definitiva con escasa fidelidad respecto a los hechos reales, para que en 1957, George Sidney filmara su biopic, el segundo consecutivo que dirigía tras un espléndido film sobre Eddy Duchin."Jeanne Eagels",  un film sin fama, resulta ser un melodrama emocional (pero más cercano a "The girl in the red velvet swing" que a "The bad and the beautiful", sin que se esté tan presente una mirada al mundo del espectáculo de su tiempo) fotografiado en un inesperado blanco y negro, un poco a la contra de la imagen que se tiene del cine de Sidney, un arco iris en las magníficas "Scaramouche" o "Viva Las Vegas" y en buenas películas como "Kiss me Kate", "Pal Joey" o "Young Bess" y está (certeramente) guionizado por un especialista en thrillers, Daniel Fuchs, una escritora todoterreno ducha en films de aventuras, comedias y epics, Sonya Levien, y el escritor favorito de Bukowski, John Fante - que algunos años antes se había ganado el cielo por su trabajo en la obra maestra ignorada de William Wellman "My man and I" - por lo que navega en todo momento entre varias complementarias - y a veces contrapuestas - texturas. Si permanece en la retina de cualquiera que pudo contemplarla - y desde hace unos años es más difícil hacerlo - se debe probablemente a la interpretación de Kim Novak, que desde que apareció en "Pushover" de Richard Quine no había podido desembarazarse de las miradas de miles de espectadores que rara vez sin embargo, incluso ahora, la han considerado una actriz verdaderamente importante."Jeanne Eagels" tiene por ello tan fácil como escueta defensa. La opinión establecida, casi arqueológica a estas alturas, dice de ella que es, aparte de falsa, plana, previsible y fría, sólo redimida por una interpretación portentosa.Ciertamente la vulnerabilidad y el ímpetu con que Kim Novak incorpora a la malograda Jeanne, dos cualidades que no suelen escribirse ni cerca del mismo párrafo en que aparece su nombre y en definitiva cómo siente esta historia, es algo que hay que ver.
Ni con Quine ni con Karlson, Hitchcock, Preminger, Wilder o Aldrich, todos ellos (algunos a millas, otros a años luz de distancia) mejores directores que Sidney para mi gusto, estuvo más involucrada y más hermosa Kim. Quizá sí resultó más misteriosa o más deseable, pero nunca sintió e hizo sentir tan emocionante y cercanamente una historia.Esas mencionadas inexactitudes y tergiversaciones sobre la vida de la malograda actriz, sumadas a la etiqueta de "miscast" que lleva a cuestas Jeff Chandler (un actor con un físico tan peculiar que para muchos nunca parece estar adecuado, salvo cuando hace de indio ¡que es precisamente lo que no era!) han condenado la reputación de "Jeanne Eagels", sobre todo desde que desapareció de circulación y se ha hecho más difícil comprobar cuánto han perjudicado al film las elecciones y soluciones por las que se optaron.Bien, será un poco tarde para decirlo, pero "Jeanne Eagels" es una gran película sobre los peajes de la ambición y el éxito.
Siempre a la distancia más apropiada, dotando de veracidad y lógica a ambientes y situaciones, George Sidney consigue resultar buena parte del metraje más cercano que nunca al maestro Henry King.Resulta revelador constatar que son las partes pausadas y de transición entre los sucesos significativos de la historia las que resultan más impresionantes, precisamente por lo que Sidney, consciente de lo exuberante de la performance ejecutada por su actriz, no hace - en un efecto puramente bergmaniano y de paso contradiciendo a quienes se autoproclaman como afines al cine del sueco y no advierten esa integración en un espacio -: fragmentar (ni apremiar de ninguna otra manera) buscando que advirtamos antes y mejor lo que se quiere comunicar, elevar el tono para subrayar las palabras o las miradas, plantear los conflictos y las soluciones casi al mismo tiempo ni escrutar gratuitamente cada centímetro cuadrado de la silueta de Kim.
Por todo ello, lo mejor y más vivo del film se encuentra en su primera mitad, cuando Jeanne no es más que una bailarina de circo sin perspectiva de triunfar. En varios momentos e incluso en el plano de apertura, cuando Kim mira fugazmente a la cámara (parece que anunciando que esta vez será ella quien tome la iniciativa), está ella colosal, bellísima, conmovedora.
Y es ahí donde el film podía haber virado hacia mayores audacias. Ya que se hace una variación sobre una historia conocida, ¿por qué no contar sólo la mitad como hizo Alexandre Astruc en "Une vie" sobre Maupassant? o ya que se tiene a Chandler en un papel tan poco agradecido (un feriante tosco, celoso, malhadado, que hasta cuando sale abrazándola apasionadamente a ella en el cartel del film, lo hace vistiendo un  pantalón de pijama), ¿por qué no apretar las tuercas de esa relación casi animal que surge entre ellos?
Como detalle bonito y curioso, decir que en una escena de rodaje de un film mudo de Jeanne (y con la velocidad de los fotogramas tocada cuando vemos lo que sucede delante de la cámara), aparecen los hemanos Borzage en plena acción.