Como a otros muchos grandes hombres, la muerte alcanzó a Carlos Fuentes mientras trabajaba en una nueva novela "Federico en su balcón", que seguramente aparecerá, inconclusa, a finales de este año. No soy un gran conocedor de la obra del escritor mexicano. Además de numerosos artículos de prensa, solo alcancé a leer, hace ya muchos años, "La muerte de Artemio Cruz", novela que me pareció tan compleja como magistral, una reflexión estupenda acerca de los últimos años de historia mexicana.
Entre compromisos laborales y lecturas obligatorias, sólo he alcanzado a realizarle mi particular homenaje a través de la lectura de una novela corta, la afamada "Aura" se adentra en los terrenos de lo sobrenatural comenzando con la cita que abre el afamado estudio de Michelet "La bruja":
“El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la segunda visión, las alas que le permiten volar hacia el infinito del deseo y de la imaginación....Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer..."
El afán de Fuentes es la implicación del lector en la novela, casi como si él fuera el protagonista, de ahí el uso de la segunda persona del singular. Que tú penetres en esa misteriosa mansión que casi siempre permanece a oscuras y subas a tientas los escalones para encontrarte con una decrépita anciana que vive más en el pasado que en el presente y con la misteriosa presencia de la joven Aura, resulta perturbador en una prosa cuyo punto más fuerte es la descripción de un ambiente decadente que se conecta perfectamente con el estado de ánimo de los personajes.
Otra de las perturbaciones que produce el libro es el desajuste entre tiempos verbales, que cambian constantemente entre presente y futuro, produciendo una impresión de atemporalidad, como si los hechos estuvieran sucediendo en una especie de eterno retorno. No importa que, como lector, haya sospechado ya a mitad de la narración cual iba a ser la resolución de la misma. Aún asi, esto no me ha evitado quedarme con la sensación incómoda que producen un determinado tipo de buenos relatos.