Australia y Asia (2)

Por Tiburciosamsa

Howard y Cheney: Dos calvas para un nuevo milenio

Howard retomó las grandes líneas de de la política exterior que habían seguido tradicionalmente los gobiernos conservadores: relación privilegiada con Estados Unidos; rechazo del multilateralismo, a favor del bilateralismo; la identidad australiana es básicamente blanca y anglosajona. Pero Howard no pudo oponerse a la realidad geográfica que habían reconocido hacía tiempo los laboristas: aunque ideológicamente le jodiese, Australia sigue estando más cerca de Yakarta que de California. Los lazos ya establecidos con Asia por Hawke y Keating tenían que continuar.
El Gobierno de Howard elaboró en 1997 un Libro Blanco de Política Exterior en el que dijo bien clarito que no era necesario “reinventar la identidad de Australia o abandonar los valores y tradiciones que definen la sociedad australiana” para facilitar un compromiso efectivo con Asia. Lo de aprender a comer arroz con palillos para agradar a los asiáticos, se había terminado. Más interesante todavía es la siguiente frase de la introducción: “Su historia y su cultura no sólo le dan a Australia unos fuertes vínculos con Europa y EEUU, con los que Australia comparte importantes intereses estratégicos y económicos, sino que también aumentan el valor de Australia para Asia Oriental como socio regional y económico. De la misma manera, los estrechos vínculos con Asia Oriental y su posición como una de las economías mundiales más centradas en Asia Oriental, son valores en nuestras relaciones con Europa y Estados Unidos. Australia no tiene que escoger entre su Historia y su geografía”. Nótese que cuando habla de Asia insiste sobre todo en los vínculos económicos, mientras que en el caso de Europa y EEUU se mencionan los lazos históricos y económicos y los intereses estratégicos y económicos comunes. No se puede decir que el gobierno de Howard fuera muy sutil a la hora de decir a sus amigos asiáticos que las cosas habían cambiado.
La primera ocasión de mostrar lo que pensaba de Asia llegó pronto: en el verano de 1997 varias economías asiáticas hicieron crack. Australia concedió a Thailandia, Indonesia y Corea 1.000 millones de dólares en créditos a cada una. Los créditos se hicieron en apoyo de los paquetes de estabilización diseñados por el FMI, cuyos diseño y consecuencias han sido muy criticados. Australia también ayudó a crear el Grupo de Manila para facilitar la financiación bilateral entre los países de la región. Los réditos políticos de esta generosidad fueron escasos: en su ayuda Australia fue poco imaginativa, haciendo demasiado seguidismo del FMI y sus discutibles políticas, e incluso un poco arrogante (“tanto crecer, ¿para qué, piltrafillas? Aprended de mí, el gran hermano blanco, que ni me he estrellado ni nada”).
Otro momento clave en Asia en esos años que el Gobierno de Howard manejó equivocadamente fue la caída de Suharto en Indonesia en 1998 y el posterior referéndum timoreño sobre la independencia en 1999. Australia con Keating se había dado besitos en la boca con Suharto y había sido el único país occidental que había reconocido la anexión indonesia de Timor Este. El volantazo que pegó Howard sorprendió y hasta molestó a los asiáticos: en diciembre de 1998 dirigió al sucesor de Suharto, B.J. Habibie, una carta en la que sugería la celebración de un referéndum de independencia en Timor Este y manifestaba que Australia estaba preparada para reconocer un Timor independiente. Esta carta pesó mucho en el ánimo de Habibie y fue determinante en su decisión de convocar dicho referéndum. Aquí, por una vez, la posición de Howard fue más ética que la de Keating, pero le perdieron las formas.
Sospecho que Howard estaba tan contento de haber dado la vuelta a un aspecto de la política exterior de Keating, que le salió el tío chulesco que llevaba dentro e hizo unas declaraciones a la revista australiana “The Bulletin” en septiembre de 1999 de ésas que te ayudan a todo menos a hacer amigos. En la entrevista que le hicieron Howard dijo que el asunto de Timor había representado un punto de inflexión en las relaciones exteriores australianas. Howard veía a Australia actuando como una especie de Robin al Batman norteamericano, dando capones allá donde al aliado norteamericano no le apetecía dar patadas en los huevos (¿necesito aclarar que eso no lo dijo exactamente de esta manera Howard, sino que es como yo interpreto sus palabras?). Dijo que Timor había mostrado a Australia como “una potencia regional de tamaño medio y económicamente fuerte” que juega “un papel influyente, constructivo y decisivo en los asuntos de la región.” Resulta interesante, tanta chulería de Howard, cuando lo que estaba diciendo básicamente es que Australia sería el esbirro de Estados Unidos en la región.
Hubo otros aspectos en los que se vio que a Howard lo que le ponía era la idea de una Australia blanca y los asiáticos cuando más lejos, mejor. Uno fue en su reacción a Pauline Hanson, una indocumentada metida a política (especie que abunda hoy en día) que hizo bandera de la xenofobia y el racismo antiasmático. Howard defendió repetidas veces el derecho de Hanson a la libertad de expresión, de una manera que no lo defendería pocos años después en el caso de los simpatizantes del Islam. Radio Australia y la Televisión Internacional Australiana vieron sus presupuestos sustancialmente recortados. Su capacidad de penetración en el continente asiático se redujo más que la cobertura capilar de la cabeza de Howard. Los programas del gobierno de Keating de fomentar los idiomas y los estudios asiáticos en las escuelas australianas fueron congelados. También Howard se puso a mirar con lupa la política de inmigración; lo último que quería es que el país se le llenase de pobres y de asiáticos.
Una tragedia de las políticas de Howard es que a finales de los 90 pasaron muchas cosas en la arquitectura regional asiática. Se creó el Asean+3, que reunía a los países de la ASEAN junto a Corea, China y Japón; se instituyó la ASEM, que junta a los países de la ASEAN y a los de la UE. Y Australia se quedó fuera de todas como el patito feo al que nadie quiere sacar a bailar en el baile.
En 2001 Dick Cheney llegó al poder en EEUU (sí, no me equivoco: Bush fue el que llegó a la Presidencia; Cheney fue el que llegó al poder) y Howard encontró su calva gemela.
En 2003 el gobierno de Howard sacó un nuevo libro blanco sobre política exterior, donde escondió todavía menos sus colores. Ya en la introducción habla de valores y libre mercado y hay esta frase significativa: “Los intereses de Australia son de alcance global y no están únicamente definidos por la geografía. Australia es un país occidental ubicado en la región de Asia-pacífico con vínculos y afinidades estrechos con Norteamérica y Europa y una historia de compromiso activo en Asia.” Ignoro si esa historia de compromiso activo en Asia se refería a cuando los australianos andaban pegando tiros en Corea, Malasia y Vietnam. El libro hablaba mucho de seguridad, terrorismo, armas de destrucción masiva y globalización.
El libro blanco de 2003 partía de una asunción básica: EEUU es la megasuperhiperpotencia mundial y va a seguir siéndolo durante muchos más años. Australia se conforma con servirle de chico de los recados o de limpiabotas. Hay que promover acciones conjuntas con EEUU, cualquier cosa, ya sea un tratado de libre-comercio bilateral, que beneficie fundamentalmente a las compañías norteamericanas, ya sea pegar tiros juntos en comandita en Iraq, en Afghanistán o donde haga falta.
No obstante, que Howard no quisiese aprender a comer con palillos, no quiere decir que no se diese cuenta de que, le guste o no, Australia está más cerca de Yakarta que de California. Durante su mandato disminuyeron los recursos para lo que podríamos denominar diplomacia cultural con Asia, pero las relaciones bilaterales siguieron. En la etapa final de su gobierno pueden apuntarse algunos éxitos: las relaciones con Malasia mejoraron (cómo se notó que Mahathir ya no era el Primer Ministro); acuerdo de defensa con Japón; mejora de las relaciones con Indonesia, previamente arruinadas por el propio Howard; firma de sendos Tratados de Libre Comercio con Singapur y Tailandia.
En noviembre de 2007 finalmente los australianos decidieron que habían tenido suficiente de Howard y votaron al laborista Kevin Rudd, el primer líder occidental capaz de expresarse fluidamente en chino mandarín. ¡Y nosotros que nos llenamos de orgullo cada vez que uno de nuestros políticos es capaz de decir “how do you do” sin trabucarse!
Curiosamente Rudd ha demostrado que ser un experto no implica necesariamente hacer las cosas mejor, sino que, cuando uno mete la pata, lo hace a lo grande. Algunos de sus logros en los dos años que lleva en el poder han sido: inquietar a los diez países de ASEAN, proponiendo una nueva arquitectura regional que marginalizaría a la Asociación; mosquear a Japón con su postura ante la pesca de ballenas y su acercamiento a China; cabrear a la India con su retirada del proceso de seguridad cuadrilateral, que englobaba a India, Japón, EEUU y Australia, y con la cancelación de sus ventas de uranio a dicho país. Por otra parte, Rudd se ha visto sometido a la presión de aquéllos que creían que basta saber leer el menú de un restaurante chino para transformar exitosamente el pensamiento geoestratégico australiano con respecto a Asia. Que mucha gente crea que eres un genio en una materia, es la vía más rápida para decepcionar a mucha gente.
Aquí paro esta entrada. Confiando en que dentro de muchos años, cuando Rudd ya no esté en el poder, pueda escribir otra sobre Australia y Asia y contar cómo después de Rudd Australia pasó a ser considerada como una nación asiática y el tofu con salsa de soja se convirtió en el plato nacional.