Autobiografía de la M. María Antonia de Jesús

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Autobiografía de la M. María Antonia de Jesús

El Grupo editorial Fonte pone a disposición de los lectores una nueva obra, publicada en Monte Carmelo. Se trata de la autobiografía de una carmelita descalza del siglo XVIII, cuyo proceso de beatificación está en curso: la M. Maria Antonia de Jesús (Pereira y Andrade), fundadora del Carmelo de Santiago de Compostela. Nacida en 1700 y fallecida en 1760.

Colección Maestros Espirituales Cristianos
Nº de páginas: 1.250 Formato: 125 x 180 mm.
A la venta el 19 de abril 2021
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Padre Rafael Pascual Elías, OCD.
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Dosier informativo

Estilo literario

Madre María Antonia de Jesús es la única carmelita mística y escritora -además gallega- que surge en el horizonte del llamado "siglo de las Luces", o siglo de la Ilustración. Por ello, tanto su obra escrita como su magisterio y su obra fundacional cobran una gran importancia, y, de hecho, entronca maravillosamente con la gran gesta mística de la Tradición carmelitana, aunque aportando sus rasgos específicos, que la distinguen de las otras figuras mencionadas, enriqueciendo aún más el carisma teresiano.

La presente edición, como bien se indica en la Introducción efectuada por el Padre Rafael Pascual, OCD, se ha preocupado de transcribir los originales en grafía y sintaxis moderna, cotejando con esmero y fidelidad dichos escritos, y respetando la manera espontánea de expresarse de su autora, aunque actualizando la puntuación.

Sin pretender en modo alguno hacer del relato de su vida una narración novelesca, la realidad de todos los acontecimientos inauditos que ha vivido -y su excelente memoria, iluminada por la inspiración del Espíritu Santo- la obligan a expresarse con verdadera maestría en este género literario -la novela-, hasta el punto de que, desde un punto de vista meramente artístico, su Autobiografía serviría como genial guion o argumento para una representación teatral o cinematográfica.

Junto a esta habilidad narrativa, se pone también de manifiesto su calidad como escritora, en cuanto a su capacidad de saber adaptarse literariamente cuando su discurso se hace introspección al entrar en el ámbito de lo que constituye su verdadero soporte existencial: la vida de su comunión con Dios, las experiencias místicas, la ininterrumpida acción del Amor de Dios sobre su alma.

Es en este amplio ámbito de lo religioso donde la precisión de su terminología, sin dejar de ser sencilla y llana, alcanza cotas elevadísimas que nos dejan sorprendidos, en una mujer que no ha frecuentado ningún aula de teología espiritual. Aquí surge en su pluma el prodigio de unas descripciones de estados de alma y de encuentros con el Crucificado-Resucitado, su Maestro interior, que nos remite inmediatamente a la corriente espiritual y experiencial de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús. Su manera de expresarse es análoga a la de los santos Reformadores, pero los conceptos místicos que ellos tan admirablemente comunican, se tamizan y personalizan en la intra-historia personal, individuada e innovadora, de nuestra Autora.

Terminamos estos meros esbozos acerca de su estilo y manera de escribir apuntando una constatación sutil: cuando se busca el nombre de alguna mujer gallega escritora del siglo XVIII, el resultado es prácticamente nulo. Sólo en el siglo posterior, cuatro grandes literatas despiertan el alma femenina de esta tierra. Con la Autobiografía de la Madre María Antonia que hoy sale a la luz por vez primera, se hace justo reconocimiento a la primera mística y escritora carmelita gallega, que emerge de la sombra de la historia del XVIII acusando un perfil femenino del alma galaica que se desconocía. Con ella, se salva un vacío lamentable que empobrecía nuestra cultura, y aparece un semblante "antiguo y nuevo": el de la que será conocida entre los suyos como "A Monxiña do Penedo", Madre María Antonia de Jesús.

Estructura del libro

Diremos algo acerca de la estructura del libro Autobiografía. Se divide su composición en varias secciones que podríamos considerar 'progresivas', con vistas a un intento de facilitar el seguimiento del hilo conductor que se ve tantas veces traicionado por la Madre, en sus digresiones obligadas, al tener que compaginar relatos y acontecimientos externos junto con vivencias hondamente místicas e interiores.

La primera sección podría englobar, desde la Introducción a la edición, pasando por la Presentación de la Autobiografía, y los tres P rólogos de que consta. En este sentido, Madre María Antonia va bien "apadrinada": por la Iglesia -Mons. Don Julián Barrio Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela-; por la Orden -Padre Provincial en el momento de preparar esta edición, Miguel Márquez-, y por sus "hijas y hermanas venideras" -la Comunidad de Compostela, que ve así realizado su más íntimo anhelo-.

La Segunda Relación se la manda escribir por obediencia, bastantes años después de la Primera, ya en la Fundación de Santiago, su nuevo director espiritual, fray José de Jesús María. Tiene noticias de la existencia de la Primera Relación y le interesa que complete el relato de su Vida desde donde lo dejó hasta el momento actual, es decir, desde el año 1738 hasta el año 1754, en que se pone a escribir por segunda vez.

Sin embargo, aquí se ofrece una peculiaridad y es que, antes de iniciar propiamente la narración de Madre María Antonia, se incluye un largo prólogo del director espiritual que le pidió escribiese la segunda y última Relación de su Vida, Padre José de Jesús María. Parece ser clave y fundamental para la comprensión del porqué y el para qué de la existencia de estos escritos. De hecho, este prólogo fue redactado aun en vida de la Madre, y siempre se ha considerado que en la primera publicación que se hiciese tendría que aparecer como frontispicio imprescindible.

La tercera y última sección del libro comprende dos breves Apéndices -Cronológico y Bibliográfico- y un Índice detallado y minucioso, sumamente práctico y funcional, para poder seguir metódicamente la trama de todo el "discurso de su vida", como decía con gracia María Antonia, pudiendo situarse el lector enseguida en cualquier punto de la narración que desee. Este Índice comprende la paginación de la Obra en su totalidad: Autobiografía consta de 1.248 páginas y un total de 214 capítulos, cuya numeración comienza de nuevo en dos momentos diferentes: en la segunda parte de la Primera Relación y en la Segunda Relación.

Sobre la autora

María Antonia Pereira y Andrade (1700-1760), nacida en Los Baños de Cuntis el 6 de octubre de 1700, es educada para hacer labores de casa y formar una familia. No frecuenta la escuela, no recibe formación intelectual, pero es rica en dones de inteligencia, sentido común y humanidad.

Siempre amante y buscadora de Dios, decide casarse, y de su matrimonio con Juan Antonio Valverde nacen dos niños, Sebastián y Leonor.

Su marido, como tantos otros en aquella época en Galicia y otras regiones, decide salir de la tierra para buscar un trabajo que le permita mantener con más holgura su familia. María Antonia se queda sola con sus hijos, y como mujer valiente y fuerte, saca adelante su casa.

Pero Dios entra en su vida con una fuerza irresistible. La necesidad de dejarse discernir, de ser ayudada en el camino de la vida espiritual, la obliga a profundizar en la verdad, a buscar cómo expresarse, cómo decir lo que Dios obra en su interior, cómo "decirse" a sí misma.

Para lograr cumplir la misión que Dios le ha encomendado -fundar un convento de carmelitas descalzas en Santiago de Compostela-, se ve embarcada en la aventura de un viaje a pie por tierras de Portugal y España para lograr de su marido, emigrante en Sevilla, su permiso para hacer de común acuerdo un Acta de Separación Matrimonial. Muy reacio en un principio para aceptar esta propuesta, en la noche de la festividad de san José -1730- recibe por parte de Dios una gracia de conversión que le empuja no sólo a darle el permiso ante notarios, sino que le confiesa su intención de abrazar, al igual que su mujer lo pretende, la vida religiosa en la Orden del Carmelo.

Ambos esposos, tras dar los pasos eclesiásticos pertinentes, entran el mismo día en sus respectivos conventos de carmelitas en la ciudad de Alcalá de Henares. Posteriormente sus hijos, con muy poca edad -entre los ocho y dieciséis años- realizan el logro de su vocación religiosa, al igual que sus padres, pero éstos lo harán en la benemérita Orden de Santo Domingo.

María Antonia se había encontrado en la corte de Madrid con dos matrimonios amigos que, prendados de su simpatía humana y de su profunda y espiritual conversación, así como de su valentía en procurar por todos los medios hacer esta Fundación para mayor gloria de Dios, se convierten en los bienhechores más implicados para lograr el cumplimiento de sus deseos. Tanto en el aspecto económico como en el aspecto del afecto y de la admiración, la apoyarán decisivamente hasta el final de sus días.

Después de 15 años de vida en el Carmelo de Alcalá, habiendo sido allí elegida maestra de novicias y priora, la Providencia de Dios, no exenta de gran cantidad de dificultades y de tribulaciones, propicia que los superiores de la Orden admitan el proyecto de una Fundación en Compostela. Madre María Antonia, acompañada de un grupo de seis religiosas, que son escogidas de diferentes Conventos para iniciar la nueva fundación,

llega a Santiago, y tras visitar todas al santo Apóstol y pedirle su bendición, queda inaugurado el nuevo monasterio, año de 1748, bien que en una casa provisional, hasta que en 1758 pueden trasladarse al hermoso edificio e Iglesia de estilo neoclásico que se ha construido bajo su dirección en el emplazamiento de una finca del conde de Priegue.

En este monasterio, en el que María Antonia ve manifiestamente cumplida la promesa que el Señor le hiciera en su juventud, en la villa de Baiona: "Tú serás fundadora de un convento", muere el 10 de marzo, en brazos de su madre priora en aquellos momentos, dejando una huella profunda de santidad y de veneración que se ve refrendada por la santa Iglesia con la promulgación del Decreto de sus Virtudes heroicas por el Papa Francisco, el 7 de noviembre de 2018. A la espera del milagro que pueda servir de acceso para su pronta Beatificación, se anima a todos los que confían en su intercesión a invocarla fervientemente, pudiendo considerarla como la amiga fiel que no dejará de favorecerlos en sus necesidades y anhelos más profundos.

Resumen del libro

Hacemos un recorrido rápido sobre del contenido de esta obra, basándonos en las ocho etapas en que se han desglosado los siete hitos de separación de la Vida de la Autora. Estos hitos y etapas pueden verse en la página 11 de la Edición.

1. Infancia y adolescencia

"Yo enseñaré a Efraín a caminar tomándole por los brazos" (Os 11, 3). [CAPÍTULO I]

    Aunque quiera decir algo de mis padres, como he quedado tan niña sin padre pues fue Dios servido de llevársele de esta vida de edad, poco más o menos, de treinta años, no podré decir nada de la vida de su merced; y cuando murió, tendría yo nueve años, poco más o menos; pero como mi madre vivió, me dio su merced alguna noticia de la cristiandad de mi padre. Y a lo que me acuerdo, decía mi madre que no tenía vicio alguno; que era muy virtuoso y de buena condición y ajustado a las obligaciones de su estado, aunque un poco riguroso para esta su mala hija, que de esto bien me acuerdo, porque los azotes no se olvidan a los chicos.
    Decía mi madre que solo siete meses me trajo en sus entrañas y que estaba muy cierta de esto. Y como nací sin la cabal cuenta, no salí muy fuerte de fuerzas ni nunca las he tenido. Decía mi madre que era muy menuda de huesos y ésta sería la causa por que decía su merced que no había casi sentido dolores ni molestia al nacer yo. Y, como no era del tiempo común de todos los nacidos, por temor de que me muriese, me llevaron luego a recibir el santo bautismo. Me crió mi madre a su pecho con mucho cuidado, que era su merced muy amante de sus hijos. 7. El lugar donde vivían mis padres se llama los Baños, en la diócesis de Santiago, distante cuatro leguas de aquella ciudad. En este lugar tenían mis padres casa y su hacienda.

[CAPÍTULO V]

    En este tiempo había un señor abad en el obispado de Tuy, en la villa de Bayona, el que era muy santo. Tuvo noticia de cómo mi madre estaba viuda, moza y con tres hijos; y movido de la compasión, rogó a mi madre que se fuese a su casa, que la tendría como si fuese cosa suya. Mi madre no tuvo mucha repugnancia en admitir la instancia del santo abad, así por falta de medios, como llevo dicho, para poner a sus hijos en estado, como también por hallarse moza y temer los peligros del mundo, porque en todos los estados los hay; y con la sombra y ejemplo del santo abad, podía estar más segura. Y como este señor llevó mi madre a su casa, envió por mí y por mis dos hermanos. Despedímonos de mi tía. Ya estaba yo entrada en catorce años.

2. Estado matrimonial

"Mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni mis caminos son vuestros caminos" (Os 11, 3).

[CAPÍTULO X]

    Ya todos convinieron en que se hiciese la boda en el día que yo desea Prevenímonos con los santos sacramentos de la penitencia y comunión y todo puesto a la vela, al uso de aquella tierra; y se celebró la boda con llanto, que aunque procuré bastante disimular, al tiempo de darle la mano delante del preste y demás circunstantes, me inmuté toda interiormente de verme ya sujeta a un hombre. No dejó de salir el sentimiento escondido a los ojos. La madrina que estaba a mi lado me vio llorar, aunque no discurrió por qué; que pensó lloraba por dejar la compañía de mi madre. Yo con esa voz pasé lo restante del día, que la boda se hizo por la mañana; y a esto se me añadió el desconsuelo, que como mi madre vivía en casa del señor abad, dentro del castillo de aquella villa, y era preciso ir con el marido a una casa que tenía prevenida para vivir en ella y era dentro de la villa, la que estaba más abajo del castillo.

[CAPÍTULO XII]

    (...) Y muchas veces, aunque sintiese yo otra cosa, iba con él y condescendía con él, porque la paz entre los casados es apreciable y por tenerla yo con él me sepultara debajo de la tie Y cuando algún día estaba de mejor humor, le manifestaba yo el gozo que tenía en verle tan sereno y sin barahúndas de pensamientos melancólicos. Un día le dije: Juan Antonio, qué gusto tuviera yo si Dios te hiciera un san Juan. Él me respondió con un poco de serio: Mujer, déjame, que no lo puedo ser, que ya hay san Juan. Algunas veces solía reírse mucho con mis dichos, atontados como eran, si no era cuando le solía venir el tropel de pensamientos de agencias, que entonces, no estaba Juan para gracias.

3. Desposorio místico y práctica de la caridad

"Te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión.

Te desposaré conmigo en fe y te penetrarás del Señor" (Os 2, 21-22).

[CAPÍTULO XLII]

    (...) Todo este palacio interior, que así le puedo llamar en cierta manera, estaba, tan grande como era, sin tener un asiento en donde poder ejercitar y sentar esta potencia intelectual. Sólo veía una inmensidad de vacío en sí, sin poder asirse de nada para su ejercicio. Esto es, a mi corto entender que, como el Señor quería, o iba disponiendo esta potencia para ocuparla el Señor, la puso en esta tan grande desnudez de todos los objetos criados que, ni los ángeles del cielo con las demás inteligencias espirituales, que son los mensajeros de Dios, no les permitía su divina Majestad entrada en esta alma, a lo que después entendí del Señor; y me dijo su divina Majestad, o lo entendí, así: ¿Has visto, hija, aquella concavidad tan sin término que hallabas en tu alma, vacía? Sabe que toda era corta para caber mi grandeza.

[CAPÍTULO XLIV]

    Así parecía estaba yo en natural de todas las cosas, sin saber en dónde o en qué tierra me hallaba. Ni me acordaba de lo que había pasado por mí, de si había tenido hambre o no. Parecía estaba toda tan limpia y pura como el día en que me bautizaron, y mi carne parecía de un niño de poca edad. Si entonces me muero, creo me llevaba el Señor enteramente a gozarle; pero no quiso sino regalarme entonces, tomándome por su esposa, aunque indigna, para que fuera mi vida ya de esposa y no de esclava, que sirven a sus señores como por fuerza, y no por amor que les tengan, sino por el temor de que los castiguen.

[CAPÍTULO XLVIII]

    Un día, que parece atrevimiento mío y poca humildad, estando en mi oración, tanto me apretó el Señor sobre el asunto de que le había de admitir en mi compañía algunas almas, que dije: Señor, déjame ya; si las quieres, tráelas Tú, que las recibiré, con la condición de que Tú cuidarás de enseñarlas. Válgame su divino amor que está con tanta paciencia aguardando, si se puede decir así, que el alma dé el consentimiento en admitir lo que le propone este divino Amant Yo como no quería dar consentimiento de tenerlas a mi cargo, por hallarme tan indigna de enseñar a criaturas cosas buenas y del servicio de Dios, ya, de verme tan instada de su Majestad, como una cosa que conviene a fuerza de otro, le dije aquella palabra que suena mal: Señor, déjame. Esto era decir que me dejara de importunar en aquella materia, tan contra mi poca virtud para ejecutarla con perfección, que me dejase, que ya consentía en ello.
    Pues no aguardaba el Señor otra cosa, que luego empezó a despertar unas cuantas doncellas, las que me fueron buscando a mi casa y antes buscaron a mi confesor para confesarse con su merced. La primera de éstas fue a mi casa con grandes deseos de hablarme; todas eran hijas del lugar, las que poco a poco fueron despertando para darse a Esta primera que digo, se llamaba de mi nombre. Me ha dicho que viéndome un día en la iglesia le estaban dando unos impulsos de hablar conmigo y no se determinaba. Y en esta ocasión parece que yo le hablé después de salir de la iglesia; y de aquí empezó a ir a mi casa. A ésta la siguieron las demás. Pero de trece que se juntaron, las primeras y permanentes conmigo en los trabajos que se levantaron, fueron las tres que están ahora religiosas profesas, las dos en nuestra orden; y la una, en la de santo Domingo, mi gran devoto, que tengo mucha devoción a este gran santo. Estas doncellas venían a mi casa con licencia de sus padres.

4. Intento de fundación

[CAPÍTULO CVI]

"Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (1 Col 1, 24).

    (...) Vino su ilustrísima y luego me hizo ir a la tarea de todos los días. Él me dijo que traía mi fe del bautismo, y que estaba informado de que era yo de buena gente, pero que yo la echaba a perder con mis enre Prosiguió en lo comenzado, y fue sacando papeles para preguntarme por ellos lo que quería saber. Púsose a leer los de mi vida que tenía en sus manos, que como he dicho se los había remitido el obispo de Tuy. Los leía para sí solo, sino era cuando ignoraba algo, que me hacía preguntas sobre ello. Llegó a un párrafo que decía yo misma en los dichos papeles que había escrito: padecerás mucho con las cabezas, y me preguntó: ¿Quién son estas cabezas que dice aquí? Yo dije: Vuestra señoría es la una, y está muy bien cumpliendo esa profecía. A esto dijo: ¿Con que soy yo? Dije: Sí señor, que cabeza es vuestra señoría. Dijo: Bien, no lo hago como lo debiera hacer, que mucho más merece ella.
    Con esto me fue preguntando todos los pasos de mi vida de nuevo, y escribiéndolo todo el señor Corn Digo que todas las cosas interiores no se las dije, porque para esto tenía mi confesor; de lo interior no más de lo que tenía ya visto por los papeles de mi vida. Pero todos los pasos que di desde que salí de mi tierra, me los hizo decir casi todos. Donde puso más cuidado fue en averiguar si mis padres carmelitas descalzos me habían favorecido mucho por esos caminos, donde encontraba conventos suyos. Yo le decía la verdad, y salía de rato en rato en medio de la relación con esto: Sí, ella venía con ánimo que yo hiciese la fundación con todos los requisitos; y luego vendrían los padres carmelitas descalzos a hacerse dueños del convento. Y me viene a engañar a mí con decir que sujetará la fundación a mí. ¿Juzgaba ella de engañarme como engañó a todo ese mundo? Eso no, que tengo cuatro ángeles que me guarden, y si santa Teresa quisiera la fundación, me lo diera a entender a mí.

5.Última etapa de estado seglar

"He aquí que vengo a hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad" (Heb. 10, 7).

[CAPÍTULO CXXII]

    El hermano tomó el santo hábito en nuestro colegio por la mañana, con toda la honra de nuestros santos padres. Yo no fui a ver su función, que me he quedado en casa como novia que quería ver a otro Esposo de aquél y no hacía caso sino era para encomendarlo a mi Dios. A la hora de comer lo llevó nuestro padre rector, ya hecho fraile, a casa, donde estaba puesto el banquete de los convidados que me hacían merced. Yo así que lo veo me tenté de risa, porque llevaba alpargatas con medias de seda; y dije: Ay que mal fraile descalzo hace, hermano, con alpargatas blancas y medias negras.

Doña Ángela se reía mucho con mis disparates; él iba de tal suerte metido en la capilla y con sus ojos tan bajos, que ya parecía amortajado. Yo, riéndome de él hasta no [poder] más, pasamos un buen rato de recreación en la mesa. Con toda mi burleta confieso que, interiormente me regocijaba en verle ya en otro traje, y vestido del hábito de mi santísima Madre; que todo se ha cumplido lo que me había representado el Señor. Ya se fue con nuestro padre rector a su convento; y yo por la tarde me fui al mío, donde me recibieron todas mis madres, por amor de Dios, con mucho gusto suyo.

Era tanto el concurso de gente en la iglesia y el montón que estaba a la puerta, que no era posible poder llegar la novia a la puerta; y con harto trabajo hemos entrado dentro. El hermano estaba con nuestros padres en la iglesia, con mucha devoción para ver mi función. El que puso la plática era padre nuestro, que tuvo que subirse al púlpito, porque como era tanto el alboroto de la gente, casi no se pudiera percibir nada de lo que decía si no se subiera al púlpito. Yo toda estaba atribulada, porque como era tanto el tumulto de gente, unos gritaban y otros lloraban y se daban golpes; decía para mí: si sucede alguna desgracia por mi causa en esta santa iglesia, y si se matan unos a otros. Y toda temblando de miedo de esto, todo era suplicar a Dios no permitiese se hiciera sangre en su templo; y así con tanto alboroto de gente, me vi bien apretada para llegar a la puerta reglar con la madrina. Ya entré dentro, y todo se aquietó.

6. Primeros años de vida religiosa

"La llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón" (Os 2, 16).

[CAPÍTULO XI]

    La vida que traigo ahora es la misma que empecé en el santo noviciado, acomodándome en todo lo que puedo a esta vida común religiosa de todas, sin singularizarme en nada; que después que no tengo salud para hacer más penitencias, no me impulsa el Señor que lleve más camino que seguir todo lo que he profesado. Esto, es verdad que me pide lo haga con mucha perfección, como ya queda dicho; y así en todas las cosas que tengo a mi cargo, como el asistir al coro y a todos los demás actos de comunidad, como atender a mi oficio y demás cosas que me ordena la obediencia; procuro, en cuanto puedo, estar muy puntual para todo y algunas veces suele tocar la campana llamándonos al coro, y suelo tener alguna cosa entre manos que pide no dejarla hasta ponerla en su lugar, y tiro con ella así que oigo la campana, quede de patas arriba o abajo la dejo, y me voy adonde me llama Dios.

[CAPÍTULO XIII]

    (...) Cuando se quiere acabar la hora de oración que tenemos de comunidad por mañana y tarde, siento que el Señor mismo me empieza a regalar, juntando toda mi alma consigo; y esto ya se ve, porque me he de salir luego, que aunque quiera no me puedo quedar en el coro, y en el mejor tiempo lo dejo por su amor mismo. Y si fuera dable poder decir esta comunicación que usa el Señor conmigo [y] compararla con figura, dijera que me parece es al modo de un abrazo muy apretado que da a toda el alma: como dos que se despiden por entonces uno de otro, aunque el Señor queda siempre dentro de mi alma, pero no sé cómo lo explique, que aquel género de abrazo lo hace acá fuera, de manera que yo lo siento. Y debe ser éste que llamo fuera, la parte sensitiva, donde se siente el abrazo o comunicación divina, que es muy suavísima. Yo soy una boba, querer darme a entender en estas cosas, sin tener letras, que no sé lo que me digo, parece que he perdido la cabeza; y cualquiera que esto leyese, tuviera mucha razón en pensar que la he perdido. Pero como mi padre tiene mucha paciencia, no extrañará mis boberías; que no sé explicar con concierto todo esto como lo siento, porque es mucho más de lo que suenan las palabras. Los doctos sí; Dios como puede comunicarse a todos, si esto pasa por ellos lo podrán explicar; que yo no he estudiado para poderme dar a entender en cosas tan sutiles y levantadas de punto. Sea Dios alabado por ellas. Amén.

7. Renovación de la promesa

"Muy gustosamente me gastaré y desgastaré totalmente por vuestras almas" (2 Cor.12, 15)

[CAPÍTULO I]

    (...) Y estando un día en la celda donde yo vivía, sentí que el Señor me quería disponer para nuevos asuntos, aunque eran ya viejos, pues fue renovarme y encender en mí los deseos de que se hiciera esta santa fundación con tal viveza, que empecé a padecer un nuevo martirio de deseos de la gloria de Dios y bien de las almas que se habían de salvar por medio de esta su santa obra. Eran estos deseos que el Señor renovó en mi alma, que no sé a qué los compare; no los podía a veces sufrir mi flaco natural, pues llegaron a tanto como a desmayarme. El fuego del amor de Dios y mis prójimos me consumía la vida, sin hallar remedio para mi nueva enfermedad, pues al mismo paso que crecía en las médulas de mi pobre alma el dicho deseo, se atenuaban las fuerzas de mi pobre natural; y más viendo que no se me descubría medio para poder dar algún principio a mis ansias, pues por todas partes que miraba, si encontraba algún resquicio de forma o modo para fomentar esta santa obra, todos los puertos me parecían estar cerrados; y más habiendo padecido los fuertes trabajos que por caminos y carreras, y los que en esta santa ciudad había experimentado, y acordándome de ellos y de los imposibles presentes.
    (...) Estos grandes deseos de la fundación [...] desde que empezaron, que creo duraron diez años poco más o menos, digo desde este año de 1738 hasta el de cuarenta y ocho en que Dios dio fin a mis deseos con la ejecución y logro de esta santa obra, siempre estuvieron de un ser, sin mudanza alguna de menos penar en este particular, antes cada día los hallaba más y más vivos en mi alma, con un amor fuerte y celo de la gloria de mi Dios y Señor y bien de mis prójimos.

8. Cumplimiento de la promesa

[CAPÍTULO XLV]

"Y la roca era Cristo" (1Cor 10, 4).

Díjose la primera misa y se puso el Santísimo Sacramento el día dieciséis del mes de octubre, año de mil setecientos y cuarenta y ocho. Que sea para la mayor honra y gloria de Dios. Amén. Se puso por titular a nuestra santísima Madre y Señora del Carmen, por ser esta advocación del gusto de los dos señores, mis bienhechores, que esto mismo fue lo único que yo les pedí que pidieran por condición, por ser de mi gran devoción, aunque no sirvo como debo a esta gran Madre y Señora nuestra, la que me hizo muchos favores en esta miserable vida, como creo dejo escritos algunos, y sobre todos los que me hizo por tres o cuatro ocasiones, apareciéndoseme vestida del Carmen, me dijo la gran Reina que quería su santísimo Hijo que yo tomara su santo hábito y las demás compañeras que me siguieron en mis caminos, cuando yo pensaba en tomarle del señor san Francisco; me mostró la divina Señora la religión de su más amada hija, nuestra santa madre Teresa, con otras cosas que no dudo tendré ya escritas, que por eso no me detengo aquí solo por decir; que yo, después de tener esta gran Reina, después de su santísimo Hijo y de toda la Santísima Trinidad, el primer lugar en el cielo y en el mundo, la adoramos y la tenemos por abogada nuestra, en primer lugar.

Yo tenía particulares razones para poner a esta divina Reina por titular de este primer solar en este reino de sus hijos. Y así fue altísima disposición del Señor, el que gusta de que su querida Madre sea la Señora y verdadera Patrona y Madre, que cuidará de esta su santa casa; porque no sólo favorecerá a sus hijas, sino a muchas personas que viniesen a darle adoración a esta su santa iglesita. Porque ya he dicho que son aquí las gentes muy devotas de nuestra Madre y Señora del Carmen y así se les aumenta cada día la devoción con ver a la Señora en su altar: que nos hicieron una imagen suya de limosna, de talla, y luego la pusimos como he dicho, por titular; que con el tiempo, espero puedan hacer otra mayor para ponerla en la iglesia nueva, la que el Señor disponga se haga cuanto antes, para salir de esta casa, que nos s llevan por ella, creo, que doscientos ducados cada año.

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