Autoestima del pequeño mentiroso

Por Blasramon

Espero que los contenidos sean de tú interés.
Blas Ramón Rodríguez © 2016

Mentir es un recurso fácil para hacerse valer y que se usa con frecuencia por parte de algunas personas. De la habilidad para no ser descubierto, es decir, de la capacidad de la memoria para recordar las mentiras y no desvelar la conducta mentirosa, hasta se vive profesionalmente. Quien más o quien menos ha oído hablar de un médico que no era médico con consulta abierta desde hace más de veinte años, o de políticos que han construido su imagen pública y amasado su patrimonio en base a conductas infectadas de mentiras. Pero la mentira es una tentación que vive arriba y también vive abajo.

Una madre puede hacer que su hijo mejore las notas a oídos de la vecina. Al amparo del reto viril se presume de proezas sexuales. A la hora del paseo penitenciario el ladrón exagera sus habilidades para sustraer los bienes ajenos. Quién alguna vez no ha mentido para encajar en algún sitio, para verse mejor, para tener una mejor posición... Llevados por la inseguridad y el recelo sobre nuestra capacidad para ser aceptados tal y como somos, a veces nos pasamos de increíbles, de auténticos, de experimentados, de preparados y sin tener que exagerar demasiado. En general basta con aderezar aquí y allá nuestra historia personal y nuestras habilidades para causar fascinación en otras personas.

No es necesario llegar a la mitomanía o pseudología fantástica, trastorno psicológico que consisten en mentir de forma patológica y que afecta a personas con un nivel de autoestima muy bajo, y que generalmente suelen asociarse a otras psicopatías como el trastorno histriónico de la personalidad; para que preocupados por causar una buena impresión en los demás o colocarnos en una mejor posición social y laboral, echemos mano de un cierto repertorio de afirmaciones que hacemos siendo conscientes de que no son verdad. Afirmaciones que raramente alcanzan la categoría de embuste. Claro que eso depende de la habilidad y de la memoria de cada uno, como ya hemos apuntado. Cuando se presume de un hecho no acaecido, o se utiliza la exageración o la invención de historias, y por lo tanto se establece la obligatoriedad de recordar la mentira y sus matices y la necesidad de mantener la coherencia ante todos y cada una de las personas ante las que se ha presumido, alardeado, falseado, impuesto o seducido. La dificultad de controlar todas las versiones de una misma mentira suele acabar por desplomar la autoestima. En estos casos, las consecuencias pueden ir desde la alteración del estado de ánimo depresivo hasta el autoritarismo.Las mentiras de las que estamos hablando, aunque no supongan un trastorno psiquiátrico de simulación, sí que alimentan identidades oportunistas que adolecen de recursos empáticos para comunicarse con los demás, o que consideran que su asertividad (habilidad para expresar deseos de forma amable, abierta, franca, directa y adecuada) ofrece poca ventaja competitiva.

La mentira es uno de los vértices que, junto a la pasividad y la agresividad, forma un triángulo peligroso para la confianza en nosotros mismos. Cuando se adornan o exagera lo que decimos, cuando se tiene la necesidad de resultar valiosos, geniales, atractivos, y utilizamos para alcanzar este objetivo medios tramposos, robamos la atención y el aprecio de quien escucha y cree, y suscitamos en nosotros mismos una sensación de desarraigo tremenda. Aunque hay quien vive en base a estas tretas o quien incluso acaba teniendo como cotidianas las vivencias de una persona inventada, es adecuado y oportuno recordar que las pequeñas mentiras no son casi nunca inofensivas y sus consecuencias más inmediatas son el desánimo, un progresivo cansancio mental consecuencia del esfuerzo de propio y persistente que exige el fingimiento, el disimulo, el encubrimiento, la falsedad, la hipocresía, el engaño o la mojigatería.

Naturalmente la mentira de la que hablamos tiene cura, aunque no deja de existir riesgo de que acabe por no tener remedio, como suele ocurrir en los casos en que el engaño es sustento de beneficio económico o subyace al prestigio social. Por lo general basta con reconocer que esa necesidad de brillo y atracción se ha de acompañar de esfuerzo para mejorar sus méritos verdaderos.