Cuando hablamos del amor tendemos a referirnos al amor que sentimos por alguien concreto, pero muchas veces nos olvidamos de que, para amar de verdad a alguien, primero hemos tenido que aprender a desarrollar nuestra propia autoestima.
El amor no es sólo sentir que queremos estar con alguien porque disfrutamos de su compañía en todos los sentidos. El amor también es admiración, cariño, respeto, protección y libertad.
Lo primero que nos llama la atención de alguien que acabamos de conocer es la admiración, ya sea por su aspecto físico, por su personalidad o por lo que descubrimos que compartimos con esa persona.
Cuando esa admiración deriva en cariño, aunque podamos empezar a entrever imperfecciones bajo esa superficie que nos ha encandilado, nos sentimos capaces de omitirlas, porque lo que prevalece son los sentimientos que nos despierta esa persona.
Esa omisión de las imperfecciones que detectamos en el otro nos conduce hacia el respeto. Podemos estar más o menos de acuerdo con lo que esa persona piensa o por cómo actúa en su día a día, pero aprendemos a respetar su derecho a ser como es y entendemos que, si de verdad queremos a esa persona, no podemos esperar que deje de ser quien es para empezar a ser como a nosotros nos gustaría que fuese.
Llegados a este punto, aunque los demás traten de advertirnos de cómo es realmente la persona con la que estamos y no tengan ningún pudor a la hora de sentenciar que esa relación no nos conviene porque nos va a hacer daño, decidiremos protegera esa persona manteniendo intacta nuestra confianza en ella y apoyándola en todo lo que emprenda.
Al margen de que la relación se consolide o se acabe rompiendo, nos sentiremos libresde elegir quedarnos con lo mejor de ese tiempo compartido y de aprender de los errores cometidos por ambas partes, sin perder la admiración, el cariño, el respeto y el deseo de seguir protegiendo a la otra persona de los ataques que, a través de nosotros, pretendan seguir lanzándole los demás.
Que alguien no haya llegado a nuestra vida para quedarse no le hace ni menos interesante a nuestros ojos, ni menos digno de nuestra estima. La vida está surcada por infinidad de caminos y cada uno elegimos los nuestros con cada decisión que tomamos. A veces tenemos la suerte de que la persona con la que estamos decide acompañarnos en cada decisión que tomamos o somos nosotros los que decidimos acompañarla a ella en cada decisión que toma. Pero hay veces en que esos cambios de rumbo son tan drásticos que nuestros caminos se separan en algún punto para volver a converger en un tiempo futuro o para no llegar a encontrarse nunca más. La forma cómo gestionemos esa situación nos indicará el tipo de autoestima que hemos desarrollado.
¿Qué es la autoestima?
Hay quien la confunde con el narcisismo, pues también va de quererse a uno mismo. Pero, a diferencia del narcisismo, en el que la persona parece haberse enamorado de sí misma y sólo vive para satisfacer sus propios deseos y para sentirse lo mejor de lo mejor, la autoestima es aprender a aceptarse a uno mismo tal y como es, sin avergonzarse de sus defectos y sin sentirse culpable de sus virtudes.
Como animales sociales, aprendemos por imitación. Desde la cuna, aprendemos a hacer lo que vemos que hacen las personas que tenemos siempre a nuestro alrededor. Y no sólo acabamos adoptando sus actos, sino también sus emociones. Heredamos nuestras características físicas y fisiológicas a través de los genes, pero también heredamos nuestros hábitos y actitudes a través de la educación que recibimos. Así, hay niños que heredan la inseguridad, el miedo o la culpa, entre otros sentimientos que les hacen sentir menos que los demás.
Una persona que crece creyendo que no merece ser amada por nadie, ¿qué clase de amor le puede ofrecer a su pareja el día que la tenga?
¿Podemos querer de verdad a otra persona si no hemos sido capaces de aprender a querernos a nosotros mismos?
Si no hemos conseguido sentir admiración por cómo somos y lo que hacemos, ni cariño por nosotros mismos pese a ser conscientes de nuestros defectos, ni respeto por lo que nos hace ser distintos a la mayoría de las personas que conocemos, ni la necesidad de autoprotegernos de las críticas de los demás decidiendo qué nos puede llegar a hacer daño y qué no y, lo más importante, si no nos sentimos libres de seguir adelantesin complejos, asumiendo los errores y mostrándonos ante los demás como realmente somos, ¿podremos ofrecerle a otra persona esa admiración, ese cariño, ese respeto, esa protección y esa libertad?
Lo más probable es que no.
Hay quien también confunde autoestima con egoísmo. Porque las personas que han aprendido a quererse a sí mismas también han aprendido a poder elegir siempre. Dan la sensación de ser las absolutas dueñas de sus vidas y de ganar siempre. Pero no es verdad. Estas personas también se caen de vez en cuando, también fracasan, también sufren, también las engañan. Pero lo que las hace distintas, no es precisamente lo que les pasa, sino lo que deciden hacer con todo eso que les pasa. No pueden evitar caerse, ni fracasar en sus proyectos, ni sufrir cuando tienen problemas, ni tampoco que las engañen. Pero saben que tienen la libertad de poder elegir cómo se van a tomar esas caídas, esos fracasos, ese dolor o esas mentiras. Y, pasados sus duelos, consiguen salir de ellos con fuerzas renovadas, más seguras de sí mismas y sintiéndose aún más a gusto con sus vidas.
¿Puede entrenarse la autoestima?
Aunque nos pueda parecer que la autoestima es algo que se tiene que desarrollar en la niñez, nunca es tarde para entrenarla. Pero el primer paso es hacernos conscientes de que necesitamos mejorarla. Mientras no llegamos a ese darnos cuenta de que no podemos seguir conduciéndonos por la vida guiados por esa inseguridad, por esos miedos, por esa rabia o por esa culpa, somos incapaces de dejar de dar vueltas en círculos que nunca nos llevan hacia ningún puerto seguro.
Hay quien, sintiéndose atrapado en algunos de esos círculos, lo que hace es cambiar de trabajo, o de casa, o de pareja o decide tener un hijo, sin darse cuenta de que el problema no es su trabajo, ni su casa, ni su pareja, ni tampoco ser el único de su pandilla que aún no tiene hijos. El problema es que no ha aprendido a quererse ni respetarse a sí mismo y ese desapego le lleva a no dejarse querer ni respetar por los demás, al tiempo que también le impide a él querer ni respetar de verdad a nadie.
Somos lo que hemos querido y nos han querido y atraemos de los demás lo mismo que ellos ven en nosotros. Hay veces en que dos personas sin autoestima se involucran en una relación que no las satisface a ninguna de las dos, pero en la que desarrollan un clima de toxicidad en el que ambas se sienten a salvo, porque de alguna inexplicable manera, se reconocen iguales. Cuando una de las dos logra desprenderse de esa trampa en la que se encuentran ambas enredadas como en una tela de araña, bien porque se haya sometido a una terapia o porque haya sido capaz de alcanzar el punto de ese “darse cuenta” del que hablábamos antes, ocurre que la relación muchas veces se acaba rompiendo porque la persona que ha logrado aprender a quererse un poco más a sí misma, reconoce que ya no tiene sentido seguir con la otra persona.
Nos queremos más a nosotros mismos y nos sentimos mucho más libres:
Cuando somos capaces de lograr que no nos ofenda quien quiera, sino quien realmente pueda.
Cuando decidimos que ya no nos vamos a sentir más culpables por el simple hecho de haber nacido o de no haber llegado a ser lo que otros querían que fuésemos.
Cuando conseguimos que nuestro aspecto físico, pese a ser el que sea, no nos va a condicionar nunca más a la hora de desenvolvernos en cualquier faceta de nuestra vida.
Cuando aprendemos a preocuparnos sólo cuando nos encontramos ante un problema real y dejamos de jugar a adivinar todo lo malo que pueda estar por venir.
Cuando nos atrevemos a amar sin esperar nada a cambio, concentrándonos en el momento, descubriendo el universo que esconde bajo su superficie la otra persona.
Cuando nos liberamos de los celos, de la envidia o del miedo a que nos hieran.
Cuando nos hacemos conscientes de que estamos aquí de paso, de que mañana puede ser muy tarde para vivir la experiencia que siempre dejamos para mañana, de que no le pertenecemos a nadie, pero tampoco nadie nos pertenece a nosotros, por muy padres, pareja o hijos que sean.
Todos somos los únicos dueños de nuestra vida y de los caminos que la recorren. Pero también depende de cada uno de nosotros que esos caminos nos descubran nuestra parte más luminosa y creativa o nuestras más inquietantes tinieblas.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749