Coincidiendo con el X Aniversario de los JJ.OO. Barcelona’ 92, el Gobierno acaba de rechazar la demanda del Bloque Nacionalista Gallego para que las federaciones deportivas autonómicas ingresen en los organismos internacionales, lo que les permitiría enfrentarse a equipos estatales españoles.
Era la respuesta que ya habían recibido antes el PNV vasco y el catalán CIU.
Siempre hay algo paramilitar e inquietante en el patriotismo que envuelve las competiciones entre países: desfiles marciales, marchas castrenses, muchas banderas, exaltados himnos nacionales, incitaciones al espíritu fervoroso de las masas.
Emociones muy preocupantes en España, donde puede resucitarse el guerracivilismo entre fanáticos: así, por ejemplo, ya es tradicional que en los partidos amistosos de la selección catalana de fútbol contra equipos extranjeros se quemen y pisoteen masivamente símbolos españoles, sobre todo la bandera. Para una parte no desdeñable del público, esos momentos son los más atractivos del espectáculo.
El problema surgiría cuando otros, con los mismos derechos para sus exaltaciones patrióticas sin sentido, quemaran senyeras y pusieran pancartas insultando a lo catalán (o vasco, o gallego).
Las masas de fanáticos patriotas de ambas propuestas, probablemente, se lanzarían unas contra otras para ejecutar enfrentamientos fraticidas.
Poco antes de los Juegos Olímpicos de Sarajevo de 1984 hubo amagos de lucha entre los reactivados siete nacionalismos deportivos yugoslavos.
Esas bromas sobre competitividad dentro de Yugoslavia y sus países, y éstos entre sí, contribuyeron a la terrible guerra de exterminio mutuo posterior, que empezó suavemente en 1987 y que aún no terminó.