Autoría compartida

Publicado el 11 junio 2015 por María Bertoni

La opera prima de Mariano Nante cerró a todo trapo el 17° BAFICI.

Fue elegida para clausurar el 17° BAFICI en el Teatro Colón, y el domingo pasado La Nación le dedicó cuatro páginas de su revista. Con estos y otros espaldarazos, La calle de los pianistas desembarca hoy en el circuito comercial porteño (también se exhibirá los próximos sábados de junio en el Malba) para algarabía de los admiradores de la dinastía De Raco-Tiempo-Lechner y para desencanto de los espectadores sensibles a un título y a un afiche que parecen prometer un fresco de la pintoresca rue Bosquet, y de yapa algún coqueteo cinematográfico con la moradora estrella: Martha Argerich.

“¿Cómo surgió el proyecto de contar la historia de una tribu de pianistas argentinos en una calle de Bruselas?”, le pregunta José Totah a Mariano Nante para La Nación Revista. Contesta el director: “La idea fue de la periodista Sandra de la Fuente. Me interesaba muchísimo lo que sucedía en esa calle, o al menos lo que imaginaba que pasaba ahí. Fue una apuesta sacar el pasaje a Bruselas. Me encontré con dos personas muy luminosas que se presentaron de manera muy honesta ante la cámara”.

Estas dos personas son Karin Lechner y su hija Natasha Binder de 14 años. Por si hiciera falta, cabe aclarar que Lyl Tiempo es madre de la primera y abuela de la segunda, y que Sergio Tiempo es hermano de la primera y tío de la segunda.

Vuelve a preguntar el entrevistador, esta vez a Lechner y Binder: “¿Cómo fue abrir su casa a alguien que quería filmarlas? ¿Se entusiasmaron de entrada?”. Contesta la progenitora: “Yo llegaba de Venezuela, de dirigir a Natasha, y había estado muy estresada. Justo apareció Mariano y lo primero que le dije fue ‘Caés en un mal momento‘. Pero al día siguiente ya se me habían ocurrido mil ideas para aportar”.

Ese último tramo de la respuesta resuena en la cabeza de la porción -seguramente pequeña- de espectadores desencantados con la proyección baficiana en el Colón. La referencia a la intención de aporte personal alimenta la sospecha de que la familia homenajeada terminó haciendo suya la idea original de De la Fuente.

En otras palabras, estos espectadores creímos reconocer en el film numerosas marcas de injerencia de las figuras retratadas, sobre todo de Karin y acaso de Lyl, que también aparece en escena. Víctima de este fenómeno de autoría compartida, la aproximación de Nante resulta por momentos superficial, por momentos impostada.

El realizador tuvo la oportunidad única de filmar en el departamento de Lechner y Binder, de acompañarlas en sus ensayos, presentaciones, actividades recreativas, incluso consiguió que ambas leyeran fragmentos de diarios íntimos, y sin embargo apenas consigue rozar dudas, inquietudes, contradicciones de la pianista adolescente. Así como no cumple con el fresco de la pintoresca calle que el título y el afiche del film parecen prometer, tampoco profundiza el abordaje -con el que amaga a menudo- sobre el peso del mandato familiar en una dinastía, en este caso de pianistas.

Existe otra razón por la que algunos espectadores no compartimos el entusiasmo generalizado que La calle de los pianistas provocó en tiempos baficianos y la semana pasada, tras el pre-estreno en el Malba. Se trata del contraste con un antecedente cinematográfico, concretamente, con el documental que Stéphanie Argerich filmó sobre mamá Martha.

Bloody daughter se llama aquel retrato sin precedentes, no de la artista sino de la persona. Su directora supo, a diferencia de Nante, sortear el riesgo de aparecer como la co-autora de una pieza (auto)promocional.