Autorretrato (en sepia)

Publicado el 05 marzo 2011 por Siempreenmedio @Siempreblog

En los años ochenta del pasado siglo había decidido que su futuro estaba tras el mostrador de una simple (y minúscula) tienda de pantalones vaqueros. Las mañanas se hacían interminables y la faena se resolvía en atender a un par de señoras que entraban despistadas a ver qué era lo que se vendía allí. Las horas daban para mucho, el tiempo se desgranaba en miles de segundos que, de una manera u otra, no daban más que litros y litros de tedio.

Hasta que, un día, por casualidad, compró Últimas tardes con Teresa. Un libro de bolsillo, editado por Seix Barral, en cuya portada una joven rubia miraba desde un descapotable. Pum. Se destapó la caja de los truenos. Con la lectura de aquellas páginas regresaron a su cabeza las historias de los cómics que había leído de niño, las películas de vaqueros (no de los que él vendía sino de los que llevaban pistola y sombrero) que había visto en sesiones de las cuatro en El Atlante, y el mundo de la ficción. Volvió a la literatura. Y poco a poco una polilla se fue comiendo aquel futuro de pantalones vaqueros y regresó otro futuro lleno de libros y de más libros.

Debe, es consciente de ello, su vocación literaria a Juan Marsé. Tras las tardes con Teresa vino el resto de  sus títulos,  además de lecturas sobre su persona, sus pocas entrevistas, artículos que hablaban de él… hasta que en alguna ocasión  llegó a pensar que era su mismisimo alter ego: republicano, anticlerical, izquierdista, huidizo, feo, sentimental, bruto, despegado, amante de la buena mesa…

Sin embargo, a veces lo olvida (otros autores, otras novelas, otras ficciones, otras realidades) y luego lo recupera cada cierto tiempo… y una y otra vez vuelve a aquel autorretrato escrito por el catalán en el que se refleja tan bien y que ve a un hombre….

…siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento. El rostro magullado y recalentado acusa las rápidas y sucesivas estupefacciones sufridas a los largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas. Las facciones se traban, compulsivas, antes de desmoronarse. Se trata de un sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón de la memoria. No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo….

Qué familiar le resultan esas palabras, y cuánto le molesta no haberlas escrito él mismo.