Por circunstancias totalmente ajenas a mi voluntad, mi semana de desconexión vacacional ha comenzado un quince de agosto. A las seis de la mañana, he embarcado en la T4 del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas.
Me encantan los aeropuertos. Llego con mucha antelación para disfrutar, con un café en la mano, de los variopintos personajes que deambulan por las terminales. Me imagino sus vidas, me imagino como son las ciudades a las que vuelan; en fin, me hago una bolita como si fuera una cochinilla negra, para inventar historias de todo tipo. Un aeropuerto es como un Primark para una persona con imaginación.
Pero hoy, repito, quince de agosto, he estado a punto de volver a mi casa aterrorizada. Ha sido horrible.
Era de noche aún, los viajeros arrastraban sus maletas en la penumbra buscando su mostrador de facturación; por fin, sin haber tomado ni un café, conseguí soltar mi maleta y pasar a la zona de embarque con cierta fluidez. Soy la leche metiendo bolsas de plástico con tarros de 100 ml en enormes bandejas negras; lo reconozco.
Busqué, desesperada, una cafetería donde el clavazo fuera mínimo sin conseguirlo, y, por fin, con un café americano en la mano, conseguí sentarme para disfrutar de mis dos horas de imaginación libre.
Entonces descubrí la invasión.
Cientos de hombres de más de cuarenta (e incluso treinta) años, recorrían la terminal vistiendo bermudas, bien de color arena del desierto, bien de tela vaquera con doblez en la parte inferior.
Entré en pánico.
No quería estar allí y no podía salir.
Pero claro, luego me tranquilicé porque, hija mía, Lady Tontuela, si tú eres una turista más. No pidas peras al olmo. O por lo menos, deja que las peras caigan del olmo vestidas como les dé la gana. No obstante, mi mente no dejaba de hacer preguntas.
¿Por qué te pones bermudas para ir a Londres, París o Viena si vas a Sevilla un jueves por la tarde con vaqueros en pleno agosto? ¿Por qué? ¿Por qué consideras que las vacaciones sirven para relajar la vestimenta, si trabajas en vaqueros, chinos o incluso en chándal? ¿Por qué?
El Coronel Tapioca (q.e.p.d.), Indiana Jones y Cocodrilo Dundee han destrozado el concepto estético viajero de varias generaciones. Y no quiero mencionar las bandoleras de color tierra y mil bolsillos que el anteriormente mencionado Coronel puso de moda. No quiero, ni puedo.
Un momento. Si vas a hacer el Camino de Santiago entiendo las bermudas y las apoyo. Punto. Bueno, si eres aventurero de verdad también, pero no creo que Jesús Calleja vista bermudas en un aeropuerto un quince de agosto.
Insisto: ¿es necesario ir en bermudas a París?
París bien vale una misa, pero jamás unas bermudas. Ver tantas bermudas me hace utilizar recursos trillados como la misa de París. Soy muy sensible a las aberraciones estéticas.
No es que yo sea una gran viajera. No he recorrido a caballo el Amazonas, ni he dormido a la intemperie en Siberia. Soy turista, pero con decoro.
Solo sé que siempre recordaré el día en el que sobreviví a un quince de agosto en el aeropuerto de Barajas. Soy la Coronela Tapioca de la moda viajera. Que Marco Polo me perdone.
¡Marco! ¡Polo!
Todos somos simples, aunque critiquemos las bermudas de los demás.
La entrada AVALANCHA DE BERMUDAS. Una historia de terror turístico. se publicó primero en Lady Boomer.