He comprobado que la forma de enganchar a mi padre a la lectura de mis libros es enviárselos por capítulos, de ese modo la intriga le puede y no es capaz de resistirse a la siguiente entrega. Además, con esta táctica, se interesa de tal modo que empieza a tomar parte activa en el desarrollo de la historia. Eso no significa que siempre me muestre de acuerdo con él, aunque sí que considero sus sugerencias y trato de alcanzar un termino medio entre su punto de vista y el mío, los dos somos bastante cabezotas. En esta ocasión mi progenitor consideró que el libro era muy divertido, en lo que coincidimos, pero que debería extenderme más en las descripciones. Tiendo a la concreción y a dar preferencia a la acción y, por ese motivo, mis escenarios se limitan con frecuencia a un mero esbozo cuyo atrezzo dejo a la imaginación del lector. Mi padre utilizó como ejemplo de lo que debía hacer a Henry James y fue en ese punto en el que no concordamos. Henry James no se caracteriza precisamente por el ritmo vertiginoso de sus narraciones y su estilo no me encajaba a la hora de narrar las trepidantes aventuras, y desventuras, de mis protagonistas. De todos modos, añadí unas líneas para crear el ambiente de cada situación.
Esas líneas extras eran, además, necesarias. Para el Lazarillo juvenil me pedían un mínimo de 80 folios, lo que no está nada mal. Mi libro rondaba los 70 y me quedaba menos de 1 semana para obrar el milagro de alargarlo una docena de páginas. No soy pesimista por naturaleza pero aquello se me antojó imposible, ¡si el libro estaba terminado! Aún así, no iba a dejar de intentarlo y me pegué al ordenador para leer y releer la historia y descubrir por dónde estirar los párrafos y separar los capítulos hasta que, ¡oh, milagro!, me encontré con 82 folios en mi haber (lo que no significa que todos llegasen hasta el final de la página). La fecha: 14 de Julio. No tenía tiempo de revisar, solo de imprimir y encuadernar. ¡Ojalá no se me hubiesen escapado muchas erratas!
House ya me había sugerido en alguna ocasión que, dado el éxito de Paloma en el concurso, mandase Magia Gris al Lazarillo. Uno de sus amigos, después de leer la historia, apoyó esa moción. Personalmente considero que Magia Gris es mejor que Paloma, quizá no tan divertido, aunque tiene sus momentos, pero la historia es muy bonita y escribirla fue una experiencia mágica, no exagero: vivía en un mundo en el que los límites de lo real y lo imaginario se habían difuminado por completo y esa sensación de poder traspasar las fronteras entre uno y otro lado era como flotar en una nube. Magia Gris no precisaba alargarse así que lo retiré de amazon y lo presenté. Con "Magia Gris" y "La domadora" en el concurso ya solo quedaba la parte mas desesperante: esperar.
Hace unos días me metí en la página de la OEPLI y me enteré de que el Premio ya ha había sido concedido y que, por supuesto, no había sido yo la afortunada. Confieso que me hacía ilusión y que había disfrutado lo indecible construyendo castillos en el aire, unos castillos maravillosos. Mis castillos tienen cimientos sólidos en ese mundo imaginario que sé que está al otro lado y la decepción de no haber ganado el premio no consiguió derrumbarlos. Llamé a la secretaria de la OEPLI y así supe que mis dos obras habían sido candidatas al premio, algo es algo. De todas las obras presentadas el jurado selecciona 15 (es lo que los americanos denominan shortlisted) y, a partir de ahí, se inicia la criba. Es un consuelo saber que mis dos historias pasaron ese primer corte, aunque no avanzaran más allá. La ganadora, Ledicia Costas, había recibido en octubre el Premio nacional de literatura infantil, así que la competencia era dura.