Avelino
A solo una hora y quince minutos de viaje desde Lugo (eso si sumamos la media hora que estuvimos perdidos por las diminutas carreteras rurales de las montañas gallegas gracias a la tozudez de Mario) llegamos a Pincelos. Se trata de una aldea perteneciente a la parroquia de A Sariña (Chantada). Creo que no cuenta con más de 5 o 6 casas recostadas sobre la margen derecha del Río Miño, escondida en plena Ribeira Sacra Lucense, custodiada por cerezos y viñedos de castas nobles, algunas tan viejas como Galicia misma.Allí nos fuimos los 4 (Mario, Antón, Antonio y quien gambetea estas líneas), en busca de una de las personas que aún atesora el “saber hacer” de las viejas tradiciones gallegas en su pura esencia, Avelino el “Cesteiro de Pincelo”.Avelino tiene 84 años. Goza de una salud de hierro a pesar de los años que le pasan factura sin que nadie la reclame. Prácticamente toda su vida la dedicó a elaborar cestos artesanales de vendimia con madera de salgueiro (sauce). En Galicia les llaman “vendimios” y durante muchísimo tiempo fueron los recipientes que se utilizaron para cargar las uvas que los bancales entregaban a los viticultores de la Ribeira cada año. En aquellas épocas no había cajas plásticas de 18 kilos, ni había rieles que permitían remolcar las uvas ladera arriba facilitando el trabajo al vendimiador. En tiempos lejanos las cestas de Avelino monopolizaban (sepan disculpar el término tan poco apropiado) los hombros cansados de los trabajadores y las barcas, planas y de poca envergadura, que permitían recoger los frutas de las cepas más cercanas al río al tiempo de trasladarlas camino a las bodegas.
Estuvimos allí toda la tarde. Nos mostró cómo selecciona y trabaja las maderas que luego utiliza. Nos enseñó la forma de cortarlas y ablandarlas para poder manipularlas (se sumergen en agua durante un tiempo. Las más gruesas obviamente necesitan más días), y finalmente lo vimos trenzar las mismas para dar forma a sus cestas. Lo tenemos grabado y fotografiado, paso a paso. Hay que verlo, despacio, aprender siguiendo sus manos lentas y constantes.La tarde avanza y Avelino trabaja sin siquiera inmutarse con estos tipos que no paran de preguntarle cosas y filmarlo. Es una persona amable, de diálogo fluido y muy risueño. Trabaja sin apuro, como si tuviese todo el día y toda la vida. Trenza delante de nosotros como lo hizo siempre, como lo hace cada vez, como lo seguirá haciendo hasta el momento en que la artrosis o la vista le impidan terminar su trabajo. Probablemente con él se vaya esta tradición. Ojalá el destino no lo quiera así. Pero hasta tanto, las uvas de los pequeños viticultores de la Ribeira Sacra seguirán siendo cuidadas por las manos de Avelino. Sus vendimios se venden a los pocos turistas o curiosos que se acercan a estos rincones buscándolo. Quedan pocos. Y créanme cuando les digo que son únicos y su valor histórico es incalculable. Nosotros ya tenemos una cesta en casa y será ella quien traslade los frutos que dentro de unos años nos brinde nuestro pequeño viñedo.
En el siguiente vídeo, a partir del minuto
19:05 podrán disfrutar de Avelino, su lugar y sus cestas: http://www.crtvg.es/tvg/a-carta/grandes-lugares-8-as-historias-de-pepin-e-belesar