Aventuras en la lluvia

Por José Eduardo @JoseEduardoSoy


Escrito originalmente por Andrea Anaya López.
Recuerdo el día que crucé el mar, emprendí mi viaje, por su riesgo quizá sería el último, pero no importaba, lo único que quería era llegar al fin del mundo, y regresar. Lo recuerdo bastante bien, aunque sea un marino viejo, una aventura como esa es imposible de olvidar. Ahora comenzaré con mi relato.

---Fue después de la invasión de las tropas del rey Carlos V al viejo continente, cuando decidí cruzar el mar entero, de norte a sur, de este a oeste. Me acompañaba el marino más valiente, pirata despiadado y mejor amigo, Alberto el Grande, a pesar de su reducida estatura era bastante famoso entre los marinos de todo el mundo.


Zarpamos el 28 de abril exactamente, hacía un buen día para navegar. Icé las velas y deje que mi bote navegara, dejé que fuésemos llevados por el viento primaveral. Compartí una barra de caramelo con mi amigo Alberto, el apenas comía, era tan pequeño que un trocito era suficiente para hacerlo vomitar. Por eso no comía caramelo, menos si navegaba.

Entonces me senté a leer las aventuras de Robinson Crusoe, y disfrutamos del resto del día. Cuando llegó la noche, salimos a ver las estrellas, lejos de la ciudad, la noche luce aún más brillante.

Mi abuelo solía decirme que la imaginación de un hombre no conoce límites, por eso es importante que un niño nunca termine de crecer. Divagando entre el mar, mis pensamientos y las pláticas interminables de Alberto, se me fueron los días. Pronto llegó el verano y con él los problemas, la primera tormenta fue espantosa, me atrapó en medio de la ducha, el barco comenzó a moverse de forma violenta, salí corriendo del baño envuelto en una toalla, Alberto ya estaba tratando de virar el barco. En el cielo se veían amenazadores relámpagos, truenos ruidosos, gotas de lluvia del tamaño de las lágrimas de un gigante, y de los más grandes.

En esas estaba cuando una ola de 5 metros casi voltea mi bote, corrí tan rápido que ni la él agua pudo alcanzarme, viré el timón lo más fuerte que pude, y esquivé la ola exitosamente, nos salvamos del huracán más fuerte en toda la historia de los mares. Ya más tranquilo, fui a buscar a mi compañero, lo encontré atrapado dentro de un vaso, lo saqué de ahí y limpiamos todo, el buque había quedado hecho un desastre. Cuando por fin terminamos, nos sentamos a descansar y hablamos del mar, reímos a más no poder y continuamos riendo, todo el día.
Al llegar la noche, divisamos una isla, decidimos ir a investigar un poco. Así que tomamos un bote y remamos hasta la orilla. No pude creer lo vi en ese momento, estaba atónito. Eran una manada, tal vez cientos de ellas, frente a nosotros había un montón de gigantes, enormes, y todas eran niñas. Niñas de diferentes colores, unas rubias, otras morenas; de cabellos rizados y lisos, todas eran muy bonitas, debo decir. Sin embargo el que quedo encantado, sin duda fue Alberto. Se pasó días enteros mirándolas, hasta que llegó el triste día de partir. Las chicas gigante se despidieron llorando, Alberto dice que no, pero yo vi resbalar por su mejilla una diminuta gotita al decir adiós.

Ahora los vientos nos llevan hacia una nueva dirección desconocida, sueño con ver verdaderos piratas, hermosas sirenas, las nubes que bajan a darles agua a los marinos cuando tienen sed, deseo conocer a aquellos peces antiguos que lo saben todo, visitaré el palacio de Poseidón, el rey de los mares, y su ciudad abajo del mar. Haré un sinfín de cosas que nadie jamás ha hecho. Al lado de mi fiel camarada, llegaré al fin del mundo y volveremos para contar todas las aventuras…

─¡Juan! ¿Vas a venir a cenar o qué?

─¡Ya voy mamá, aaaa siempre me interrumpes! Estaba a punto de partir al océano del pirata Mondragón.
─¡Que Mondragón ni que nada, te vienes a cenar o te traigo de las orejas! Además volverá a llover, ve nomas el cielo, te vas a enfermar, si no vaya a ser que te dé una bronquitis, ahora te toca doble cucharada de aceite, mira que es buenísimo, aaaa pero ve nomas tus zapatos…Esta batalla la había perdido, lo sabía. Me despedí de mi pequeño camarada con un “hasta pronto” y le vi alejarse por las corrientes que se forman entre las calles, dirigiéndose hacia la isla de las niñas gigantes. Aun agitando la mano, lo perdí de vista y entré a casa.
El enorme cocodrilo rugía, sin embargo, yo ya miraba al cielo en busca de una nueva aventura en el mar de lo desconocido, ese cielo gris que anticipa a tormenta. Siempre he soñado con ser marino, tal vez algún día lo logre. Mientras tanto, mis grandes aventuras pueden caber en un barco de papel, navegante a la deriva en un charco de agua sucia.