En todo este tiempo he hecho cosas infinitamente más interesantes que las aburridos paseos de Coqueto por Amsterdam, los Pirineos y demás pueblos de poca monta, así que este fin de semana mientras mi peludo amigo coge telarañas en la corchera de la habitación de Borja yo me he escapado al lugar donde está la muralla mejor conservada de Europa con más de dos kilómetros y medio para disfrutar.
El conjunto urbano de Ávila encerrado dentro de su muralla está muy bien conservado. Probablemente por su cercanía a la capital cabe destacar la importante afluencia de excursiones internacionales que percibí. Aunque el chuletón y las patatas revolconas seguro que también influyen.
En la noche Ávila nos traslada a un capítulo de Alatriste en los siglos más oscuros de España, llenos de embrujo y silencio, de vinos y galantería. Perderse fue una delicia, como lo fue levantarse con unas yemas de Santa Teresa.
Al igual que la poesía mística de Santa Teresa, yo también tengo bastante de fantasma etéreo, así que me desvaneceré sin más hasta que el murciélago peludo vuelva a permitirme escribir un poco en su diario de aventuras.