A las 6 de la mañana ya estábamos en el hide, yo en el mío y mi amigo Miguel en el suyo, unos centenares de metros más lejos. Las avutardas son aves muy tímidas y asustadizas y cualquier ruido o movimiento sospechoso es suficiente para que levanten el vuelo y se marchen para no volver a aparecer en todo el día, así que para poder observarlas hay que entrar en el hide cuando aún no ha amanecido y salir cuando el sol se ponga de nuevo.
Cuando el cielo empezó a clarear, antes de que el sol asomara, ya vi a la primera avutarda (Otis tarda) recortada sobre una loma. Una bola blanca destacaba claramente sobre el fondo oscuro de unas montañas lejanas. Este año ha sido atípico y el celo se ha adelantado y ha sido más corto de lo normal, quizás la sequía y la meteorología cambiante haya influido pero el caso es que como ya nos había comentado David, ya apenas se veían ruedas de machos y las hembras ya se habían marchado.
Solo alguno de los machos, que se reunían en grupos de solteros, se exhibían muy de vez en cuando con la esperanza de que alguna hembra despistada se acercara. Uno de estos machos tuvo el detalle de caminar hacia el hide donde yo estaba y hacer una rueda bastante cerca de mi.
Unos minutos después, y para mi sorpresa, este macho exhibicionista comenzó a caminar hacia donde yo estaba, pasando a escasos metros del hide, lo que permitió apreciar todos los detalles de su plumaje, sus grandes bigotes, su cabeza gris y sobre todo su enorme tamaño, ya que se trata del ave voladora más pesada del mundo.
No hay ninguna receta mágica para que las avutardas pasen tan cerca del hide donde te encuentras, solo la suerte puede jugar a tu favor, ya que durante esta época se mueven continuamente buscando comida entre los campos de cereal y solo la casualidad puede ponerse de tu parte para que en algún momento las tengas a tu lado.
Poco después de esta visita fugaz, el macho se perdió entre la vegetación para unirse al grupo y alejarse. Cuando ya me disponía a pasarme unas cuantas horas en blanco, hizo su aparición un visitante con el que no contaba. Entre el cereal que en ese momento se agitaba como un mar verde debido al fuerte viento, asomó la cabeza de un macho sisón (Tetrax tetrax), con su inconfundible cuello negro y su collar blanco.
El sisón es el pariente pequeño de la avutardas, pertenece como ellas a la familia Otidae, siendo el único representante del género Tetrax. Hasta hace pocas décadas se distribuía por gran parte de la Península ibérica, incluso era frecuente en el norte, pero en los últimos años ha sufrido una alarmante regresión, debido sobre todo a los cambios de usos agrarios, por lo que de continuar así es muy probable que se extinga como reproductor en España, que actualmente aún conserva las poblaciones más importantes de Europa.
Al igual que había ocurrido con el macho de avutarda, la suerte quiso que en vez de alejarse del hide se acercara cada vez más, hasta pasar a escasos metros de la ventana para acabar perdiéndose entre el mar de cereal.
Después de esta observación el viento arreció con fuerza durante unas horas y el grupo de machos de avutarda, que se veían a lo lejos se recostaron, asomando sus cabezas de vez en cuando para volver a echarse de nuevo. A estas grandes aves, que prefieren caminar a volar, no les gusta el viento y prefieren esperar a que amaine para reanudar su actividad.
Y mientras las avutardas dormitaban yo hice lo propio, buscando posturas imposibles en la silla y viendo pasar los minutos y las horas confiando en que las avutardas volvieran a acercarse. Mientras esperaba miraba cada poco por las ventanas del hide. Algún aguilucho cenizo pasaba a lo lejos, poco después un ratonero e incluso una calandria (Melanocorypha calandra) se posó sobre un pequeño montículo para lanzar su canto al viento.
Mientras disfrutaba de los visitantes accidentales miraba de vez en cuando hacia atrás, para ver si el grupo de machos seguía echado y en una de estas miradas me di cuenta de que el grupo había desaparecido. No sabía si algo las había asustado o se habían ido caminando tranquilamente hacía otro sitio más protegido del viento. Y cuando ya no contaba con volver a verlas, apareció la cabeza de uno de los grandes machos por detrás de una loma, muy cerca del hide.
Me giré en el asiento lo más despacio que pude y poco a poco fue apareciendo todo el grupo, en total unos 16 machos, que caminando lentamente pasaron a mi lado sin percatarse de mi presencia. Intentando no hacer ruido y conteniendo la respiración, los grandes machos se fueron acercando, y como si estuvieran posando dejaron que los fotografiara a placer durante unos minutos.
Con un andar tranquilo y pausado, como si no les preocupara nada de lo que pasaba a su alrededor, pero al mismo tiempo atentas y con la impresión de estar continuamente alerta, fueron pasando una tras otras por la ventana del hide.
Y mientras unos vigilaban, otros aprovechaban el paseo para comer los brotes más frescos del cereal, que alrededor del hide parecían estar más verdes que en los alrededores, donde aparecían más amarillos y agostados por la sequía de los últimos meses.
Unos minutos después de esta segunda aparición, el viento volvió a arreciar y todo el grupo se volvió a tumbar en el suelo, seguramente esperando a que amainara para reanudar su actividad, y para quizás deleitarme con alguna rueda cuando cayera la tarde. Me recosté en la silla para esperar tranquilamente y en ese momento, cuando tanto las avutardas como yo descansábamos tranquilamente, unos ladridos lejanos encendieron las alarmas. Todo el grupo levantó la cabeza y antes de que me pudiera incorporar salieron volando para perderse detrás de una loma. Ya no volverían más por ese día.
Al mirar hacia atrás pude comprobar quienes habían sido los causantes de la escapada. Un rebaño de varios cientos de ovejas, acompañados de 5 mastines se acercaban por mi espalda hacia el lugar donde pocos minutos antes estaban recostadas las avutardas.
Acompañando al rebaño, unas cuantas garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) aprovechaban el paso del rebaño para alimentarse de los insectos que las ovejas iban levantando. Después de la visita del rebaño, la zona alrededor del hide se quedó en calma, solo unas horas después pude ver a un par de machos de avutarda, seguramente parte de otro grupo, caminando a lo lejos. Ahora quedaban unas cuantas horas por delante hasta que volviera a caer la noche para poder salir.
Cuando ya se había ocultado el sol y la luz ya era muy escasa, el macho de sisón que antes me había visitado comenzó a pavonearse a lo lejos, dando sus característicos saltos de cortejo, aprovechando hasta el último momento para intentar buscar pareja.
A pesar de las magníficas observaciones que tuve la suerte de disfrutar ese día, la situación de las aves esteparias no está pasando actualmente por el mejor momento. La plantación de cereales tempranos, que son recogidos varios meses antes de lo que era normal, así como el laboreo continuo de las parcelas, supone una grave amenaza para estas especies. Mientras que hace unos años, la siega se producía después de que las hembras terminaran la incubación, ahora muchas de ellas abandonan y fracasan. Este cambio de políticas agrarias, muchas de ellas amparadas por la PAC, repercuten gravemente en aves como las avutardas y los sisones y de otras como los aguiluchos, y de continuar, podrían llevarlas a la extinción en unos años.
NOTA: haced clic en las fotos para verlas mejor.