Coixet no deja títere con cabeza: el uso del fútbol como droga del pueblo (inteligente uso de los titulares en los periódicos al inicio), la inoperancia y anquilosamiento de los partidos, los recortes en servicios públicos (con consecuencias terribles), la cifra desbocada de paro o el enloquecimiento injustificado con Eurovegas y su nula oposición. Como no, también la fuga de trabajadores al Norte de Europa (Cámara) y la degradación de la sociedad en el Sur (Peña). Dos polos contrapuestos, pero en la historia concreta muy unidos por un intenso y profundo dolor.
La directora de la magistral Mi vida sin mí dispone a sus dos personajes en un único espacio, un edificio administrativo del Estado, vacío, lúgubre y repleto de historias tristes. Una evocación tremendista del futuro del país. Ahí, el ex matrimonio entabla una serie de conversaciones, al principio distantes y poco trascendentales; luego, los sentimientos y el dolor afloran, imposibles de controlar todo es desenmascarado, al menos, para el espectador.
Los pensamientos de los dos personajes sacan al espectador de ese único espacio, un acierto que ayuda a comprender mejor sus psiques y crea el realismo de un diálogo (lo que se dice y no se dice y lo que se piensa). El ejercicio fílmico de Coixet deambula en la puesta en escena teatral y, por ello, los actores sacan lo mejor de sí (y por la crudeza de sus personajes, claro). Candela Peña y Javier Cámara componen brillantes interpretaciones. Ellos alzan el vuelo del film con un tour de force increíble.
Ayer no termina nunca es un descenso a lo más profundo de dos personas arrasadas por la situación de un país -y de su vida diaria y personal también- . Él con soluciones que pasan por la huida y el conformismo, ella por la lucha feroz y un optimismo letárgico. Coixet conmueve con su radicalidad y su juego psciológico, pero también provoca estupor y distancia. No todo cuaja, pero se agradece y mucho.
Lo mejor: El atrevimiento de Coixet y sus dos actores
Lo peor: Los dos momentos panfletarios, sin duda
Nota: 7
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