Ana y Teo se encuentran desmantelando su casa, al mismo tiempo que proceden a la desintegración de su matrimonio. El hijo común, Enrique (un bigardo carota y chantajista), no constituye suficiente motivo para seguir juntos, sobre todo tras haber constatado que uno y otra se han sido, sucesivamente, infieles: en el caso del marido, con una catedrática de lengua y con una estudiante de Sociología; en el caso de Ana, con un amigo de la pareja (Arturo).Utilizando continuas e interesantes analepsis, Jorge Díaz nos va mostrando el camino que siguió el matrimonio desde sus albores: compromiso político muy vinculado a la izquierda, consumo de drogas blandas, interés por el sexo tántrico y por las hierbas naturales, etc. Es decir, el modelo progre convencional de aquellos años del tardofranquismo, del que han ido saliendo a trancas y barrancas (con éxitos y, sobre todo, con decepciones). Nada fue al final como esperaban o soñaban; y en ese camino no dudaron en envilecerse hasta límites bochornosos (Teo permitió que su esposa se convirtiera en amante de Arturo para obtener de él un destino político que lo ayudara a despegar en el mundo de las finanzas). Ese ambiente de desencanto queda bien resumido en la página 70 de la obra, en la voz de Teo: “Ha sido una lenta transfusión: de sangre revolucionara a horchata de chufas. Si hubiera usado lentillas a tiempo no me habría equivocado tanto. He repartido mis abrazos a gente sin futuro. Debía haber estado en Suresnes, por lo menos, llevándole un cafetito al compañero Isidoro. Habría hecho carrera y hubiera acabado con una pensión maja, esperando el infarto en Marbella”.Crónica de un tiempo aciago, en el que las esperanzas apenas alcanzaron a ver cumplimientos tibios, y del que ambos personajes salieron erosionados, Ayer, sin ir más lejos, es una pieza elegante, melancólica y bien trabada, que se lee con un punto inevitable de tristeza.
Ana y Teo se encuentran desmantelando su casa, al mismo tiempo que proceden a la desintegración de su matrimonio. El hijo común, Enrique (un bigardo carota y chantajista), no constituye suficiente motivo para seguir juntos, sobre todo tras haber constatado que uno y otra se han sido, sucesivamente, infieles: en el caso del marido, con una catedrática de lengua y con una estudiante de Sociología; en el caso de Ana, con un amigo de la pareja (Arturo).Utilizando continuas e interesantes analepsis, Jorge Díaz nos va mostrando el camino que siguió el matrimonio desde sus albores: compromiso político muy vinculado a la izquierda, consumo de drogas blandas, interés por el sexo tántrico y por las hierbas naturales, etc. Es decir, el modelo progre convencional de aquellos años del tardofranquismo, del que han ido saliendo a trancas y barrancas (con éxitos y, sobre todo, con decepciones). Nada fue al final como esperaban o soñaban; y en ese camino no dudaron en envilecerse hasta límites bochornosos (Teo permitió que su esposa se convirtiera en amante de Arturo para obtener de él un destino político que lo ayudara a despegar en el mundo de las finanzas). Ese ambiente de desencanto queda bien resumido en la página 70 de la obra, en la voz de Teo: “Ha sido una lenta transfusión: de sangre revolucionara a horchata de chufas. Si hubiera usado lentillas a tiempo no me habría equivocado tanto. He repartido mis abrazos a gente sin futuro. Debía haber estado en Suresnes, por lo menos, llevándole un cafetito al compañero Isidoro. Habría hecho carrera y hubiera acabado con una pensión maja, esperando el infarto en Marbella”.Crónica de un tiempo aciago, en el que las esperanzas apenas alcanzaron a ver cumplimientos tibios, y del que ambos personajes salieron erosionados, Ayer, sin ir más lejos, es una pieza elegante, melancólica y bien trabada, que se lee con un punto inevitable de tristeza.