Se saborean las mieles del poder, se acaricia el sillón de La Moncloa, la victoria se da casi por segura. La euforia se ha desatado en las filas del PP, tras el auto-homenaje organizado en Sevilla el pasado fin de semana, que se resume con una frase de su presidente: “Hay sed de urnas”. Ese optimismo no sólo se percibe en un Mariano Rajoy crecido, sino en todos los rincones del partido. Se saben ganadores y por eso ya no hay lugar a viejas rencillas… Es lo que habrá pensado José María Aznar que ha decidido acercarse de nuevo, después del distanciamiento claro que se percibió en el Congreso de Valencia.
Aznar sabe que la victoria está casi lograda y no quiere perder la oportunidad. Se arrima al calor de las ascuas ahora a un año y pocos meses de las elecciones generales. Algunos creen que es una forma de reconocer su error por haber desconfiado del líder al que él mismo señaló con el dedo. Yo estoy convencido que no es más que un acercamiento en busca de un protagonismo perseguido durante los últimos años. Y lo hace con todas las consecuencias, es decir, salidas de tono y exabruptos incluidos. No hace falta hacer un repaso por algunos que ha pronunciado en los últimos meses, aunque especialmente sangrante y peligroso fue el de la pasada semana, cuando llegó a afirmar (con los mercados analizando al milímetro cada movimiento de la economía para atacar sin piedad) que España estaba “intervenida de hecho”.
Es un personaje político querido y odiado a partes iguales, con un fuerte rechazo desde la izquierda. Su llegada puede suponer un paso adelante en las filas ‘populares’ y, a la vez, una razón para ir a votar entre esa izquierda desilusionada y abatida por los acontecimientos. Quién sabe… Aznar puede erigirse el mejor aliado del PSOE.