El Gobierno acusa a José María Aznar de traicionar a España por dudar de la capacidad de Zapatero para salir de la crisis y mejorar su crédito internacional.
Pero el siempre irritante Aznar no señala a España como culpable del posible desastre o del que cree dudosamente acertado ataque a Libia, sino como víctima.
Porque afirma que Z. es incapaz de entender el mundo tras siete años de poder. A esta alturas de su segundo mandato, Aznar conocía el inglés suficiente como para charlar sin intérpretes con Bush y Blair. Tras dejar el Gobierno, pudo dictar conferencias en prestigiosas universidades estadounidenses, como Georgetown o Columbia.
En una disertación para postgraduados en Columbia, Aznar expuso días atrás su pobre concepto de Z., y la idea de que mientras gobierne dañará aún más a España.
Pero no perjudicó al país, porque Z. no es España, sino a un primer ministro temporal, como lo fue el mismo Aznar antes.
Aznar no tiene cargo alguno que le impida expresarse, igual que Zapatero será libre cuando deje su actual empleo.
Recordando traiciones, Z., siendo jefe de la Oposición, las practicó al menos en dos ocasiones. No a Aznar, sino a España.
Una, durante el conflicto político con Marruecos que llevó poco después a Perejil, cuando contra la voluntad gubernamental se presentó en Rabat ante el Rey Mohamed VI. Sólo podemos especular sobre los términos y, sobre todo, de las consecuencias del encuentro.
Otra fue la negociación secreta con ETA en 2000 mientras firmaba el Pacto Antiterrorista con el PP que impedía toda negociación posterior con la banda, dadas las malas experiencias anteriores.
Pacto que Z. rompió al tomar posesión, abandonando su compromiso de Estado. Lo que multiplicó la capacidad reclutadora de terroristas, que son los que se detienen últimamente.
No hablemos de traiciones-traidores.