Babia, un paraíso por descubrir

Publicado el 02 septiembre 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha

Las montañas de Babia, el cielo luminoso, el verde brillante de las praderas…   Foto: Benjamín Recacha

Lo primero que llama la atención al llegar a Babia es la belleza de sus montañas, que parecen forradas de una alfombra verde salpicada de bosques. Algunas sobresalen por encima, mostrando imponentes moles de roca. Si se llega desde León por la carretera CL-626 hay que bordear el impresionante embalse de Barrios de Luna, que nos ofrece un aperitivo de lo que nos espera algunos kilómetros y muchas curvas después.

El embalse de Barrios de Luna nos acompaña durante varios kilómetros de enrevesada carretera. Foto: Benjamín Recacha

Superado el embalse, los pueblecitos se distribuyen a lado y lado de la vía, que discurre paralela al río Luna, “bañados” por praderas de un verde intenso donde pastan vacas, caballos, cabras y ovejas, junto a numerosas cigüeñas que a principios de agosto ya preparan su migración. Desde el aire, rapaces de todos los tamaños planean en busca de algún pequeño mamífero o reptil despistados.

A estos bonitos caballos de La Cueta conseguimos engatusarlos con una manzana.   Foto: Lucía Pastor

El cielo, de un azul intenso, limpio, nos ilumina el camino. Dicen los expertos que el cielo de Babia es uno de los mejores del mundo para observar las estrellas. Normal. La altura, la escasísima contaminación lumínica (y de la otra), consecuencia de lo poco poblada que está la comarca, son factores que, sin duda, contribuyen a ello.

En Babia se encuentra el pueblo más alto de la provincia de León: La Cueta, situado a casi 1.500 metros sobre el nivel del mar, junto al nacimiento del río Sil. Llegar hasta esa aldea de cuento requiere invertir unas cuantas horas y (mucha) paciencia al volante. Si vais en invierno, quizás no lo consigáis. Dalmacio y Horacio Castro, los magníficos anfitriones de la Casa Rural La Cueta Alto Sil, os pueden contar unas cuantas anécdotas sobre ello.

El cielo radiante de Babia, precioso.   Foto: Benjamín Recacha

En Babia se disfruta de un entorno natural privilegiado, goza de un clima ideal para pasar el verano, la gastronomía es deliciosa, su gente, hospitalaria y amable… ¿Por qué entonces continúa siendo un destino prácticamente desconocido? Literalmente desconocido. Mucha gente cree que se trata de un lugar ficticio, algo así como la Avalon del rey Arturo.

Estar en Babia es como estar en la luna de Valencia; es decir, absorto, con la cabeza en otra parte, y para muchos ahí acaba la cosa, pero os puedo asegurar que Babia existe y que es uno de los sitios más bonitos que he visitado.

Tiene un potencial turístico bestial, pero la escasa infraestructura, unas vías de comunicación muy mejorables y la falta de promoción institucional la mantienen como un destino prácticamente virgen. Desde luego, para quien busque tranquilidad y autenticidad es la situación ideal.

Al pasear por las montañas babianas es raro cruzarse con alguien.   Foto: Benjamín Recacha

Resulta complicado establecer la frontera entre la subexplotación turística actual y la sobreexplotación que padecen en otros lugares que de paradisíacos han pasado a convertirse en parques de atracciones.

Durante los días que estuvimos en La Cueta hablamos del tema con Dalmacio y Horacio. Recuerdan que cuando abrieron la casa rural la tenían llena todo el verano. No es que hubiera una avalancha turística en la comarca, sino que la oferta de plazas hoteleras era muy reducida. Pero con la crisis ha bajado la afluencia. Afortunadamente para ellos, no es su principal vía de ingresos. Desarrollan otras actividades profesionales, que es lo que les permite mantenerla abierta. Menos mal.

Es muy curioso, y revelador, hacer el experimento de cruzar a Asturias desde Babia. Se puede a través de tres puertos de montaña: la Farrapona, Somiedo y Ventana. El primero, en su vertiente leonesa, es un camino de tierra. Al llegar a la cima, la carretera, ya en Asturias, goza de un asfalto bien liso.

Tanto por el puerto de Somiedo como por la Farrapona entramos en el Parque Natural de Somiedo, el principal santuario del oso pardo en España. No es que la ocupación turística llegue al nivel de otros puntos de la Cordillera Cantábrica, pero resulta evidente que los pueblos de Somiedo (el lugar es una maravilla natural de la que hablaré en otra crónica) saben explotar el atractivo de su riqueza faunística. La gente que va ese santuario asturiano lo hace atraída por la posibilidad (aunque sea remota) de ver osos y lobos en su hábitat.

Lo curioso es que esos animales también se encuentran en Babia, pues son las mismas montañas, aunque la cara norte pertenezca a Asturias y la sur a Castilla y León, pero semejante patrimonio natural apenas es aprovechado como reclamo turístico.

Desde el año pasado Babia y la comarca hermana de Luna también cuentan con la protección de la figura del Parque Natural. A priori es algo positivo, pero en la práctica no me ha acabado de quedar claro, pues parece ser que la dotación económica que la Junta de Castilla y León le destina es bastante ridícula. Vamos, que vendría a consistir en poner algunos carteles aquí y allá y poca cosa más. Es cierto que se ha rehabilitado el magnífico Palacio de Quiñones, en Riolago, para ubicar el centro de interpretación del Parque Natural, donde, al menos durante los días que estuvimos allí, había bastante movimiento. Aunque, según me explicaron, las obras se han alargado algunos años más de lo previsto y el resultado final no acaba de satisfacer a todo el mundo.

Albert hizo muchos amigos durante las vacaciones, incluido este mastín en el jardín del Palacio de Quiñones.   Foto: Lucía Pastor

A mí me pareció muy interesante la instalación de la primera planta, muy interactiva y diseñada con gusto, donde podemos conocer con detalle el origen del hábitat babiano, su flora, su fauna, las actividades humanas, e incluso algunas palabras en pachuezu, la variante del astur-leonés que se habla en la zona y que después de haber estado a punto de perderse en el olvido, diversas iniciativas están consiguiendo recuperarlo.

Lo mejor de la Casa del Parque es el delicioso montaje audiovisual en el que asistimos a un “filandón”, la conversación en torno al brasero en la fría y larga noche invernal babiana de un matrimonio anciano que recuerda los avatares de la vida.

Babia existe, y enamora. Por su belleza paisajística y su riqueza cultural, que es fácil descubrir con sólo “rascar” un poco en la superficie.

Me enamoró la primera vez que fui, hace ocho años, y esta vez me ha acabado atrapando para siempre. La culpa la tiene esa belleza natural que comentaba, la calma que se respira, la facilidad con la que el solo hecho de estar allí te lleva a olvidarte de estrés y preocupaciones, la hospitalidad babiana, que en realidad no es más que la naturalidad con que las personas tratan a otras personas.

Junto a Dalmacio Castro, inmejorable anfitrión, en la Casa Rural La Cueta Alto Sil.

En la anterior crónica ya hablé de lo cómodos que nos sentimos durante los cinco días que permanecimos en la Casa Rural La Cueta Alto Sil. No es habitual que entre anfitriones y huéspedes se establezca tal relación de complicidad, y de manera tan natural. Supongo que algo que ver tuvieron las deliciosas cenas que nos prepararon…

Pero no sólo en la casa nos recibieron con los brazos abiertos. Después de participar en el Encuentro de las Letras de Babia y Luna, en Riolago, junto a Silvia Aller, Antonia Álvarez y Miguel Paz Cabanas, me quedé con las ganas de llevarme un par de los libros de éste. Se agotaron. Pero, ni corta ni perezosa, Charo, la esposa de Miguel, nos invitó a tomar café al día siguiente en su casa de Las Murias, donde guardaban más ejemplares. Y aceptamos gustosos, claro.

Qué buen recuerdo me queda del Primer Encuentro de las Letras de Babia y Luna.   Foto: Lucía Pastor

Menuda casona. Charo, su madre y Miguel nos la enseñaron, con el orgullo de haber conseguido restaurar y conservar un patrimonio valioso; nos sirvieron el café acompañado por un bizcocho muy rico, bajo el porche del jardín, y, sobre todo, charlamos. De libros, de librerías, de la extraña enfermedad que llevó a Miguel a escribir Oración de la negra fiebre, su primera incursión en una poesía que nace del dolor. Pero de lo que más hablamos fue de nuestras vidas, de la hija aventurera y viajera que tienen, que les esperaba en un par de días en Uruguay; de Albert, mi hijo (que les regaló un dibujo); de anécdotas simpáticas en restaurantes y ciudades extranjeras; de educación (Charo es maestra)… En fin, de lo que habla la gente sencilla cuando se encuentra a gusto.

La reunión acabó con intercambio de libros, dedicatorias y buenos deseos.

Las pinceladas sobre Babia llegan hasta aquí por hoy. En la próxima crónica os enseñaré algunos rincones que por muchas fotos que uno haga es imposible atrapar las sensaciones que inspiran.