Baby: El aprendiz del crimen

Publicado el 15 agosto 2017 por Diezmartinez
-"¿Si veo así, bien intenso, a poco no me parezco a Steve McQueen?""-No".Hay una escena, hacia la última parte de Baby: El aprendiz del crimen (Baby Driver, EU-GB, 2017), sexto largometraje de Edgar Wright, que héroe y villano escuchan, compartiendo audífonos, cierta canción de Barry White (“Never, Never Gonna Give You Up”) que sirve no solo como perfecto resumen de lo que está sucediendo en pantalla sino, también, como ilustración de un momento que se quiere grave, importante, incluso dramático.
Esta y muchas otras escenas más del mismo tipo funcionan, pero solo en el primer nivel: es decir, en la perfecta fusión de música y acción, sea en la primera secuencia a ritmo de “Bellbottoms”, de The Jon Spencer Blues Explosion; sea en una balacera acompañada con los acordes clásicos del “Tequila” de Chuck Rio; sea cuando todo se sale de madre bajo los sonidos de Queen (“Brighton Rock”).Por lo demás, a nivel dramático, Baby…es un fracaso total: no me habría podido interesar menos el destino del héroe, el Baby del título (Ansel Elgort), un personaje tan desprovisto de personalidad y carisma que solo puede hacerlo soportable el hecho de que tenga tan buen gusto musical. Él mismo, los demás personajes y la propia historia –una heist movie que no es más que serie de clichés eficazmente embonados- son meros excipientes del impresionante trabajo de edición a cuatro manos de Jonathan Amos y Paul Machliss.Aunque en la película aparece de forma prominente los créditos de un coreógrafo, la realidad es que no veo para qué lo utilizaron. Y es que este Ballet Mécanique (Léger, 1924) del siglo XXI tiene sus mejores momentos (¿de plano sus únicos momentos?) en esas escenas en las que vemos las imágenes casi abstractas de autos, balas, cuerpos y rostros que aparecen y desaparecen del encuadre al ritmo de alguna tonada popular. Es decir, en Baby… no hay más coreógrafo que el virtuoso montaje de Amos y Machliss, que logra hacer danzar a los autos que corren, chocan y hasta vuelan por las calles de Atlanta.El asunto es que, como bien lo apuntó Anthony Lane en The New Yorker, Baby… no es tanto una película sino, cuando mucho, un excelente video musical. Y los videos musicales, incluso los mejores –véase el que el propio Wright realizó para Mint Royale, “Blue Song” (2003), claro antecedente de esta cinta- duran unos cuantos minutos. Y tienen protagonistas más carismáticos. Que, además bailan mejor. Por ejemplo, Christopher Walken en “Weapon of Choice” (Jonze, 2001).