Por regla general, el aprendizaje en el control de los esfínteres empieza con la utilización del orinal, por ser éste un elemento más fácil de usar por un niño de corta edad. Sin embargo, es obvio que tiene sus inconvenientes, puesto que no se puede ir a todas partes con un bacín a cuestas y, además, no es tan higiénico como el inodoro.
Por esta razón, una vez que el proceso de aprendizaje está ya en una fase avanzada, conviene empezar a acostumbrar al pequeño a utilizar el “wáter”. Para realizar el cambio, que evidentemente nunca debe ser forzado, se puede comenzar por situar el bacín en el cuarto de baño de manera permanente, para que así el niño se acostumbre a ir a ese espacio de la casa cuando tenga necesidad. Más adelante puede adquirirse un asiento de inodoro infantil (existe una gran variedad de modelos en el mercado) que se adapte al grande, impidiendo que se produzcan accidentes indeseables.Asimismo, para que el pequeño pueda treparse al inodoro y descansar los pies, se le ha de proporcionar un banquillo u objeto similar que haga las veces de plataforma. A partir de aquí, se le deberá enseñar y animar para que utilice el inodoro en lugar del bacín.
Al principio, es aconsejable no tirar de la cadena del wáter en su presencia, puesto que el pequeño de esta edad considera sus excrementos como algo suyo, y contemplar cómo desaparecen por el agujero podría provocarle una reacción negativa.
Lo que NO hay que hacer:
No es conveniente iniciar el aprendizaje si el niño todavía no interpreta las señales fisiológicas enviadas por sus intestinos y su vejiga con la defecación y la micción.
No se le debe forzar a sentarse en el bacín, ni retenerlo demasiado tiempo en él.
Cuando el niño advierta de que quiere hacer sus necesidades, no se debe retrasar el sentarlo en el bacín.
El niño debe hacer sus necesidades cuando lo necesite; no deben utilizarse trucos, como abrir el agua del grifo para provocar el reflejo de micción.
No hay que exagerar en las reacciones ni entusiasmo desbordante cuando el resultado haya sido un éxito, ni desilusión cuando haya fracasado.
No atosigar al niño recordándole continuamente que tiene que ir al baño.
Y, sobre todo, no se le ha de regañar ni dramatizar la situación cuando el proceso sea lento, haya pequeños retrocesos o se produzcan “accidentes”.