La cultura de tríptico -ruta migratoria de todo turista- siempre ha sido ave diurna, de horario funcionarial, librea y monedero. El ocio se paga, la cultura también. Goza y aprende quien de la bolsa se desprende. Matemática pura, y dura. Lo bello, humano o divino, da igual, pronto deviene en producto, carne de mercado. Aquello que nació para cautivar, gozar o hacer pensar, tarde o temprano pasa por caja. Quieres arte, paga. Quieres música, paga. No es extraño que la cultura a los ojos del escolar parezca una ardua tarea más que una invitación al placer de aprender.
Pero en 2002 a alguien se le ocurrió en París saltarse el protocolo y abrir museos, edificios, monumentos y galerías al ciudadano, que en el fondo es en usufructo protector, dueño y hacedor de toda cultura. Le siguieron Bruselas, Madrid (2006), Riga, La Valetta (Malta), Roma y Bucarest. Hace dos años se unió a la fiesta Málaga. Y hasta ahora, cada año y por una noche, estas ciudades se quedan en blanco, iluminadas, ilustradas; los propios ciudadanos proponen sus actividades, tomando en propiedad lo que es suyo: la ciudad. Callejean, miran, tocan, escuchan, beben, hablan... viven, comen, aman, bajo el techo común que les une y alimenta. Este año le toca a Ámsterdam y a Badajoz.
Badajoz se queda en blanco. Por una noche, crapulea el ciudadano de museo en catedral, de plaza en bar, de bar a sus cosas, o vagando cuerpo y alma bajo la ciudad iluminada, que por un día no duerme, ni quiere. Badajoz se queda en blanco, para que cada cual dibuje en cada esquina la ciudad que desea, la que siempre estuvo ahí pero las prisas, la desgana o el destiempo nos impidieron descubrir. El cuatro de septiembre cada cual hará de su capa un sayo, de su voluntad una ruta a libre albedrío, y gratis. Amén.
Badajoz en blanco. 4 de septiembre, de diez de la noche a tres de la madrugada.Ramón Besonías Román