Bagan, la Tierra donde crecen las Pagodas

Por Atableconcarmen @atableconcarmen


Aterrizamos a primera hora de la mañana, así que teníamos por delante dos días completos para conocer Bagan, la Tierra donde crecen las Pagodas. Dos días son el mínimo que recomiendo.
Los trayectos por carretera, aunque no son largos en kilómetros, si lo son en horas, por lo que si queremos sacarle el mayor partido a nuestro tiempo, lo mejor es reservar vuelos internos. No son caros, no requieren largos tiempos de espera para embarcar y desembarcar, y dado que las distancias son cortas, apenas nos llevarán  más de media hora.
La ciudad está divida en tres zonas Old Bagan, Nuevo Bagan y Nyaungu. La zona monumental está más cerca de Old Bagan, pero dado su extensión no importa en que parte nos alojemos. Taxis, carretas, motos y bicicletas nos permitirán impregnarnos del ambiente y recorrer el enjambre de caminos y senderos que recorren la zona arqueológica de la que fue antigua capital del Reino de Pagan.

  Viajamos en época de monzones pero la lluvia  no hizo acto de presencia, de hecho fue la zona más árida y calurosa que visitamos. Una de las ventajas de conocerla a finales de julio es que todo está más verde y la vegetación ofrece un bonito marco que contrasta con los dorados, blancos y rojos del ladrillo en el que están construidas los miles de pagodas, estupas y torres que nacen de estas tierras.
Observando el paisaje desde lo alto, justo parece eso, que nazcan de la tierra y que crezcan junto a las palmeras y los campos de cultivo, intentando aflorar entre sus ramas y compitiendo entre ellas para formar su propio bosque, un bosque de pagodas.
  
Inolvidables los dos atardeceres de los que fuimos testigos, nos faltó un amanecer. El primero de ellos lo presenciamos desde una de las pagodas más altas, Shwe San Daw Paya, y fue una auténtica locura. Aunque el escenario merecía la pena, es una de las pagodas más concurridas, de forma que el acceso por sus casi verticales escaleras puede resultar peligroso y el volumen de gente, que como nosotros quiere acceder a lo más alto, le reste magia al momento. Por supuesto, desde el momento en que se accede al recinto, siempre descalzos. Pasé más tiempo embobada  con el paisaje que ofrecía el campo de pagodas visto desde el lado opuesto a la puesta de sol, mucho más solitario y resguardado de los rayos de sol por la propia pagoda, que contemplando una puesta de sol que aquella tarde venía acompañada de muchas nubes.
  
Fuimos testigos de nuestro segundo atardecer desde Myauk Guni, un templo de menor altura justo al lado de la Pagoda Dhammayan Gyi, contenedora de los Budas gemelos. Indiscutiblemente, estuvo rodeado de más magia, no sólo por que fue algo más íntimo, sino por las experiencias que lo acompañaron antes y después. Un paseo en carreta por los polvorientos senderos que separan los campos cultivados, paradas en algunas de las pagodas que aunque parecían repetitivas siempre mostraban algo diferente, gente amable y de sonrisa deliciosa que intenta convencerte para que compres alguna cosa y unos budas gemelos que encontramos iluminados a nuestro regreso. No podía estar más agradecida de aquel día.
  

  De Bagan, como recuerdos, se me quedan grabados los ladrillos rojos de las pagodas contrastando con el verde de la vegetación, el calor de la tarde, el polvo levantado por las carretas y los centenares de bicicletas eléctricas  y motos de alquiler que recorren estos senderos arenosos o que zigzaguean, sin luz y a última hora de la tarde, entre los vehículos. También la luz, esa luz cálida casi anaranjada que el sol de la tarde nos regala y que embellece tanto el paisaje.
  

Pero Bagan es mucho más que contemplar atardeceres. Uno de los primeros templos que visitamos fue el de Ananda en el que se están reconstruyendo los desperfectos que causó el terremoto del año pasado. Dicen que todo birmano debe visitar alguna vez en su vida este templo. También dicen que si vas a Bagan y no lo visitas es como si no hubieras estado, nosotros lo hicimos, así que contamos con su visado virtual en nuestro pasaporte. Me resultó uno de los más interesantes en recorrer por su interior, donde se encuentran cuatro grandes, altos y estilizados budas.
  
 

 

Muy diferente del complejo budista que forma la Pagoda de Shwezigon, completamente dorada y en la actualidad cubierta en gran parte para ser restaurada, ya que sucesivos movimientos sísmicos se han cebado en ella los últimos años.
  
 

De ladrillo rojo y con cierta ornamentación externa que me recordaban a algunos templos hindúes es Htilominlo Guphaya, en cuyo exterior se exponen algunos silenciosos tenderetes de artesanía local con figuras, colgantes, ropa o utensilios para la cocina.
  
 

 

  Aunque yo hubiera sabido bien que hacer si hubiera dispuesto de un tercer día, 48 horas en Bagan pueden dar mucho de sí y nosotros aprovechamos bien el tiempo. Nuestra segunda mañana, temprano, nos acercamos a ver el mercado. Piñas, jengibre, hojas de betel, pimientos de todas clases y una gran variedad de verduras de hojas verdes aparecían a nuestro paso. El mercado estaba en plena ebullición, unas mujeres con la cara cubierta con thanaka comprando, otras vendiendo y gente contemplando el bullicio. Nosotros también.
 

 

 

Después nos dirigimos hacia la zona del palacio real, la del nuevo y la del que se encuentra en ruinas, atravesamos la Puerta Tharabar y nos adentramos en el templo budista Shwegu Gyi Phaya para desde lo alto obtener unas bellas vistas del templo Gawdawpalin.
  
  
 

 

El mar de pagodas que se abre a nuestros pies invita a mirarlo durante largos instantes. Al fondo el Museo Arqueológico y el río Ayeyarwady.
  
  Es junto a ese río, el Ayeyarwady donde hoy disfrutaremos de una deliciosa comida birmana. Ayer lo hicimos en The Teak House Restaurant, un local precioso, de platos riquísimos y en los que tuvimos un recibimiento de lo más acogedor. Momentos gastronómicos reseñables también, los que hemos podido experimentar durante nuestra estancia en Myanmar.
  
 

  Cerca de este restaurante había una fábrica de lacado donde conocimos el proceso de fabricación de los productos desde el momento inicial en el que se comienza a dar forma al bambú, pasando por las etapas de teñido, decoración, lijado y pulido para obtener el aspecto final. Confieso que más de una pieza atrapó mi corazón y de no ser por que me tengo prohibido traerme nada que no quepa en mi maleta, no sé qué hubiera pasado.
  
Uno de los últimos templos que visitamos fue Manuha Phaya, curioso y un tanto agobiante, y esta vez no por el número de visitas sino por el desmesurado tamaño del buda que llenaba y rellenaba todo su interior. No puedo decir que era bonito, pero sí curioso.
  
  

El número de templos de Bagan se cuenta por miles, por lo que visitarlos todos o una gran parte de ellos es imposible. Alquilar una moto puede ayudar pero debemos tener en cuenta que en estos países se conduce un poco sin reglas ni garantías, cada vez son más los turistas que buscando una opción algo más low-cost optan por esta opción, con lo que algunas vías pueden estar saturadas de vehículos de dos ruedas y la seguridad no sólo depende de la forma en que nosotros conduzcamos. Personalmente me quedé con las ganas de probarlas, no voy a engañar a nadie, pero los caminos arenosos y resbaladizos y algún pequeño accidente presenciado, me hizo decidir que no iba a tentar a la suerte.
  
  


Nosotros visitamos los templos que siguen en activo, los principales y algunos menos importantes pero bellos por algún motivo, ya sea por ser más tranquilos, como por las vistas que ofrecían o por algún defecto que los sucesivos terremotos le habían ocasionado. No hay que olvidar esto, muchos han sufrido daños y muchos están en reconstrucción, por ello tienen la estupa o gran parte del edificio cubierta con armazones de bambú a modo de andamios o con grandes capas para protegerlos de las lluvias.
Difícil tarea la de Bagan con ese hacer y deshacer al que les tiene sometido la naturaleza en forma de terremotos. El del año pasado hizo bastante daño, basta observar desde lo alto de alguna de las pagodas cuantas lucen, a modo de venda, parte de su fachada más alta recubierta por estructuras de bambú.
Y mientras ellas permanecen convalecientes, los enjambres de motos, bicicletas y turistas las recorren de día y las invaden sin piedad en las últimas horas de la tarde. Myanmar está cambiando, en unos años no será lo mismo, desde luego que no, pero por varios motivos. Si queremos preservar este patrimonio de la humanidad, aunque todavía no está reconocido como tal, entre otras cosas por el tipo de restauraciones llevadas a cabo durante el gobierno militar, se debería controlar este tipo de invasiones y el número de accesos.
  
  Puede parecer contradictorio, yo también he subido a ellas, pero he sentido vergüenza ajena con el todovale que algunos aplican para obtener una foto curiosa, no importa donde haya que encaramarse. O la masificación de la Shwe San Daw Paya para ver el atardecer. A pesar de la belleza del momento, hubiera preferido ver caer el sol desde otro lugar más tranquilo, sentía que estábamos agrediendo al monumento, y no sólo eso, conforme aumentaba el número de  personas allí reunidas, disminuía la seguridad.
Fue en Bagan donde más veces recordé el "Hay que visitar Myanmar antes de que cambie". Pero un factor importante de ese cambio es la actitud que adoptemos los que visitamos el país, todoNOvale, no importa que nuestra forma de viajar sea low-cost o luxury-cost.
  
 
Y me quedo así, deseando que Bagan siga siendo la Tierra donde crecen las Pagodas,  y si ya no crecen más, que sea la Tierra donde viven las Pagodas.

Te puede interesar:
  • Restaurante The Teak House Restaurant: Edificio principal realizado completamente en teka y decorado a la manera tradicional, comedores privados y una amplia variedad de platos birmanos, todos deliciosos.
  • Green Elephant Restaurant: Amplia y variada carta en la que todos los platos que probamos estaban ricos.
  • Alquilar una bicicleta eléctrica para recorrer los senderos por nuestra cuenta y acceder a las pagodas puede resultar interesante, sólo que cada vez son más y los senderos de arena pueden ser algo resbaladizos, lo cuál conlleva su riesgo. Además, si la batería se termina durante nuestra visita, habrá que volver caminando bajo un sol de justicia.

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