Bailes de pasión, capítulo 18

Publicado el 11 mayo 2014 por Letrasconsaborachocolate
{Foto especial para el capítulo. Ilustra el vestido que Alice confeccionó para Bella}
Capítulo 18“Mentiras tras bambalinas”Bella PoV.Cuando iba saliendo de la salita de espera, apretando en algodón en mi piquete, vi a James cerca de la puerta hablando con alguien por teléfono. Una tonta sonrisa se dibujó en mi rostro y me encaminé hacia él enseguida, pero antes de haber dado un paso, una chica castaña llegó corriendo hacia él, lanzándole los brazos al cuello y llenándole el rostro de besos. James la abrazó cuando ella terminó de besarle la cara y hundió la nariz en su sedoso cabello marrón, justo como lo había hecho conmigo más temprano.
Sentí que el alma se me caía hasta los pies al presenciar la escena. Estúpida. Sí, yo no era más que una estúpida. Mi mandíbula se tensó con la ira que estalló dentro de mí ante mi estúpida ingenuidad y tuve que frenarme para no llegar hasta él y gritarle unas cuantas cosas a la cara.
Alguien se detuvo detrás de mí a observar la misma escena que yo veía sin poder apartar los ojos. No tuve que girarme para saber que se trataba de Edward.  Percibí el peso de una mirada sobre mí, pero ignoré el sentimiento y me mantuve firme en mi lugar, hasta que sentí que unos dedos se cerraban entorno  a mis hombros y me obligaban a volverme.
— ¿Estás bien? —cuestionó Edward.
Estaba molesta… estaba molesta con él por lo de Victoria, con James por lo que sucedía en ese preciso momento, pero estaba más molesta conmigo misma ¡Había sido una idiota! ¡Una completa idiota! Le dediqué la mirada más fría y distante que fui capaz, una mirada mordaz…
— ¿Por qué no debería estarlo? James no es nada mío —dije. Mi voz sonando plana, carente de emociones… distante. Muerta.
Oculté mis sentimientos una vez más mientras nos trasladábamos de regreso al hotel. James intentó acercárseme pero me mantuve al frente de la fila, fuera de su alcance. No quería hablar con él, porque estaba en peligro de romper a llorar en cualquier momento.
Llegamos al hotel y Edward y yo nos concentramos en una única cosa: ensayar. Pasamos todo el día practicando nuestras piruetas y esmerando en perfeccionar nuestra técnica, ambos estábamos bañados en sudor y muy hambrientos cuando la noche cayó, pero yo no quería detenerme, quería seguir bailando y dejando que el muro girase a mí alrededor, como si yo fuese el centro de todo.
La satisfacción que me daba bailar y mantener mi mente centrada en los pasos era tanta que mi hambre no hacía mella en mí. Mis pies prácticamente volaban sobre el suelo de la salita del hotel mientras la música sonaba, apenas si tocaban el piso cuando ya estaba elevándome para el siguiente paso. Así eran las cosas para mí; el baile lo significaba todo. Quería bailar, quería mover mis caderas al ritmo que sonaba, quería dejarme llevar por la pasión de la música, quería relajarme mientras mi cabeza daba vueltas en el aire, mi cabello volaba y mis pies apenas tocaban el suelo. Mi sueño. Yo siempre había deseado bailar para miles de personas, y finalmente llegaba mi oportunidad.
Me di cuenta que a Edward le costaba seguirme el ritmo así que, muy a mi pesar, me detuve a media canción y me rehusé a refugiarme en sus brazos como lo dictaba el siguiente paso.
—Descansemos —jadeé.—Pero estamos a mitad de la canción —dijo a duras penas.—Estás cansado y mañana tenemos que presentarnos frente a los jueces, será mejor que vayamos a comer y luego de una ducha, vayamos a dormir.
Edward se acercó a mí, y por alguna extraña razón que nunca llegaré a comprender, me quedé clavada en mi sitio. Él colocó una mano en mi cadera y con la otra tomó mi mano, para después hacerme girar. Gustosa, di una vuelta completa frente a él.
—Terminemos lo que empezamos —susurró. Y me tomó entre sus brazos de acero y me besó.
Sus labios se movieron temerosos sobre los míos, como si esperara que yo lo apartara de mí, pero estaba tan necesitada de sus labios como él parecía estarlo de los míos. Así que sucumbí. Enlacé mis manos detrás de su cuello y mi cuerpo sudoroso se contorsionó hacia el suyo. Sí, le quería ¡Y vaya que le quería! Necesitaba sentirlo cerca de mí, necesitaba de él. Poco a poco sus labios se volvieron más hambrientos, igual que los míos.  Me besó con frenesí y yo correspondí a sus besos con igual deseo.
Gemí en su boca y de sus labios salió un gruñido. ¡Oh, Dios! Sí, lo necesitaba terriblemente.
Mis dedos temblorosos se enredaron en sus cabellos húmedos. Tiré de ellos con fuerza y él soltó un gruñido que me hizo sonreír para mis adentros. Deslindé mi boca de la suya para aspirar una bocanada de aire, pero su boca no supo quedarse quieta y pronto comenzó a besar mi cuello, enviando escalofríos por todo mi cuerpo. Suspiré cuando subió por mi cuello dejando húmedos besos sobre mi piel salada y atrapó el lóbulo de mi oreja entre sus dientes y tiró levemente de él. Subí una pierna hasta su cintura y lo pegué más a mi cuerpo, quería sentirlo más cerca de mí.
De sus labios salía mi nombre como una letanía, como si aferrarse a él le permitiese seguir con vida un par de minutos más. No tardó en levantarme en el aire y pronto me encontré con mis dos piernas enrolladas alrededor de su cintura mientras el bajaba por el escote de mi blusa y lamía mi pecho de una manera sumamente placentera. Una parte de mi cabeza despertó en el instante en que Edward se topó con mi sujetador, diciéndome que aquello estaba mal, que yo realmente no quería entregarme a Edward por segunda vez cuando él lo único que quería era apuntar mi nombre una vez más en su lista. Pero fui lo suficientemente masoquista como para ahogar esa voz con litros y litros de pasión desenfrenada.
Y así, con Edward marcando cada centímetro de mi piel con sus sensuales labios, me dejé caer en sus garras por segunda vez. Lo que mi querido Edward Cullen no sabía era que esta vez, quien saldría lastimado sería él mismo.

Desperté a mitad de la salita de estar del hotel, acurrucada contra un cálido pecho que subía y bajaba con una pacífica respiración. Estaba totalmente desnuda, y mi acompañante no llevaba más ropa que yo.
Con mucho cuidado, me deshice de su agarre y me deslicé hasta mi cuartito, cuidando de no hacer ruido me metí a la ducha y me arreglé. Ese día tendríamos nuestra presentación ante los jueces, ellos nos conocerían y evaluarían nuestros talentos con la rutina a elección, la que Edward y yo habíamos montado como un exquisito y romántico vals. Nuestro vals era tan perfecto, que estaba segura que nos llevaríamos el alma de los jueces en cuanto comenzáramos a bailar, hablando en sentido figurado, claro.
Al salir del cuarto, encontré a un Edward recién salido de la ducha que estaba sentado en la pequeña salita comiendo un omelet de huevo y una taza de café.
—Hola —su rostro se iluminó cuando me vio salir del cuartito—, pedí el desayuno en la habitación, espero que no te moleste.
Negué con la cabeza, sin dedicarle una sonrisa en respuesta a la suya. En realidad estaba segura que mi rostro no reflejaba ninguna emoción. Me senté frente a él y tomé un sorbo de jugo de naranja del que seguramente él había estado bebiendo antes de ir por la taza de café.
— ¿Cómo amaneciste? —preguntó, mirándome curioso.
Me encogí de hombros, indiferente. En ese momento el timbre de la habitación sonó, le hice una señal a Edward para que no se levantara y fui a abrir la puerta, del otro lado de la puerta encontré un bello ramo de rosas blancas.
— ¿La señorita Isabella Swan? —preguntó el repartidor, asomándose por un lado del gigantesco arreglo para ver quien le había abierto la puerta.—Soy yo —contesté, observando el arreglo sin mostrar indicios de querer tomarlo.—Esto es para usted —me ofreció.—Lo dudo.— ¿Eh? —Pareció confundido— Dice que usted es la señorita Isabella Swan y esta es la habitación número…—Lo sé —le interrumpí—. Pero realmente dudo que eso sea para mí.—Bueno, tengo órdenes de dejar el arreglo aquí, señorita.
Me balanceé sobre un pie y observé el arreglo de flores mientras acariciaba mi barbilla de forma pensativa, ignorando la cara de frustración del repartidor. ¿Cómo había averiguado que mis rosas favoritas eran las blancas? ¿Por qué seguía mandándome flores?
— ¿Señorita? De verdad, esto es suyo —insistió.
Negué con la cabeza y coloqué ambas manos en mis caderas.
—Nop, no es mío. Lléveselo por donde lo trajo porque no lo quiero —contesté, haciendo un ademán de desprecio para el hermoso arreglo.—Lea la tarjeta, señorita, y dese cuenta de que es para usted.
Suspiré, cansada. Alcé la mano para tomar la tarjeta que estaba cuidadosamente acomodada en lo alto del arreglo, pero unos dedos largos y níveos la tomaron antes que yo.
Mi hermosa Isabella, Ansío el momento de verte bailar en el escenario.Cuenta con mi voto a tu favor.J.Edward leyó en voz alta y luego me dedicó una mirada larga. Aparté la mirada y empujé fuera al repartidor.
— ¡Lléveselas! ¡No las quiero! —Grité— ¡Y dígale al idiota que las mandó que me deje en paz!
Cerré la puerta con un sonoro portazo y me di media vuelta. Edward estaba ahí, de pie frente a mí y con la tarjeta entre los dedos. Lo fulminé con la mirada y luego fui a sentarme a la salita, tomé un bollo y lo unté con mantequilla.
—Bella…—Cállate —gruñí, mordisqueando mi bollo—. Mejor ve a cambiarte que tenemos que bajar en unos minutos para la presentación con los jueces.
Escuché que suspiró y luego se arrastró a su cuartito y cerró la puerta con un leve clic. Dejé caer mi bollo en la mesa y suspiré, tirando abajo las barreras que mantenían al margen mis sentimientos. ¡Era una estúpida! ¿Confiar en un completo desconocido? No debería dolerme, apenas si conocía a James… sin embargo, sentía un nudo en mi garganta y un abismo en mi pecho. Dejé descansar mi cabeza entre mis manos y sollocé inconscientemente.
Yo, que me jactaba de no ser idiota, estaba cometiendo muchas idioteces últimamente.

Llegamos al instituto del arte, esta vez James no había ido a recogernos como la vez anterior pero atribuí eso a que él era miembro del jurado y seguramente tenía cosas que hacer antes de que los concursantes llegaran a presentarse ante ellos. Un pensamiento furtivo atravesó mi mente cuando entré al instituto de arte, preguntándome cómo habría reaccionado James al saber que esta vez había rechazado su arreglo de flores. Una parte de mí me dijo que seguramente estaría molesto, un arreglo tan grande y bonito debió costarle un verdadero ojo de la cara.
—Muy bien, jóvenes —dijo una pequeña chica que se había presentado ante nosotros como Elisa—, tiene una hora para preparase para su presentación. Sus vestuarios ya están en los camerinos, del lado derecho tenemos el de las chicas y del lado izquierdo está el de los hombres. Irán pasando conforme al número de folio que encontrarán en su vestuario.
Me aparté hacia los camerinos de mujeres sin dedicarle una mirada a Edward. Sabía que él tendría preguntas que hacerme por mi frialdad pero no quería responderle, no todavía. Iba a lastimarlo pero sería después de encargarme de James.
En los camerinos encontré el vestido que Alice había confeccionado para mí. Era un hermoso vestido color durazno, parecido al de una quinceañera. Largo y esponjado, que se abrazaba a mi cuerpo y lo resaltaba. Me senté frente a un gran espejo y comencé mi elaborado peinado. Alice me había enseñado un sencillo, pero hermoso peinado para mi presentación. Consistía en levantar mi cabello en una coleta y luego irlo enredando al derredor de la goma que sujetaba mi cabello, creando una cebolla. Algunos mechones se salían, enmarcando mi rostro y opté por marcar mis risos y acomodarlos sobre mi cara de manera que me hiciera mi peinado sencillo en algo realmente digno de la realeza. Apliqué una ligera capa de maquillaje y opté por no poner rubor en mis mejillas ya que con el calor del baile, estas no tardarían en teñirse de rosa.
Una notita estaba prendida a mi vestido de quinceañera, se trataba el número de folio que me decía que Edward y yo seríamos los últimos en salir al escenario. <<Lo mejor para el final>> pensé egocéntricamente.
Me calcé mi vestido, y este se abrazó a mi cuerpo de inmediato. Una sonrisa se extendió por mi rostro cuando vi mi reflejo. Lucía como una verdadera princesa de Disney.
—Luces hermosa —susurró Edward cuando me vio.
Me tambaleé hacia él. Llevaba zapatos altos y no estaba muy acostumbrada a ellos… afortunadamente cuando bailaba mi equilibrio se transformaba totalmente y yo podría pasar fácilmente por una trapecista cuando estaba bailando.
— ¿Estás nerviosa? —preguntó, tomándome por la cintura para ayudarme a mantener erguida.—No —mentí, sonriendo nerviosamente.
Él rió por lo bajo y apretó su agarre en torno a mi cintura, en una manera muda de decirme que todo estaría bien. Yo sonreí para tranquilizarlo y él se inclinó para depositar un beso en mis labios en el momento justo en que James apareció en escena.
—Necesito hablar contigo, Isa—dijo, mirando alternativa entre Edward y yo.
Miré a Edward y asentí para decirle que estaba bien. Él suspiró y se apresuró a dejar su beso en mis labios, no lo alejé… no era el momento de lastimarlo, primero tenía que ocuparme de James.
—Así que tú y él… —comenzó, tan pronto como Edward se alejó.—No es de tu incumbencia —le interrumpí.
Él suspiró y se apretó el puente de la nariz.
—Rechazaste mis flores —dijo, frustrado.—No las quería —contesté, encogiéndome de hombros.— ¿Por qué?
¡Mierda! A un minuto parecía frustrado y sumamente enojado y al siguiente se veía dolido.
— ¿Por qué no se las regalas a la linda castaña que te llenó de besos ayer mientras estábamos en el hospital sacando las muestras? —espeté.
Su rostro se contrajo, notablemente sorprendido porque lo hubiese visto. Lo miré, ansiosa por saber qué tontería me inventaría para seguir teniéndome a su merced, derritiéndome con su maldito toque.
— ¿Es eso? —Preguntó, sonriente— ¿Eso es lo que te puso molesta, Isa?
No dije nada. Él soltó una risotada.
— ¡Ella es mi hermana, bebé! —expresó, sin dejar de sonreír— ¿Creíste que ella era algo más? —bufó— Ella y yo no nos hemos visto en una larga temporada así que cuando supo que estaba en Chicago quiso que nos viéramos. Le dije que podía pasar un poco de tiempo con ella antes de regresar con ustedes al hotel y eso fue lo que pasó.
Mi cuerpo se relajó.
— ¿De verdad? —pregunté.— ¡Por supuesto que sí! —contestó, abriendo los brazos para recibirme en ellos.
Me apresuré a acudir a él y hundí mi rostro en su pecho, aspirando su escencia masculina y llenando mis pulmones de él. Desistí de toda venganza contra él o contra Edward en el preciso momento en que James tomó mi barbilla y tiró mi cabeza hacia atrás para besarme como sólo él sabía hacerlo.
—Tú eres la única, Isa —susurró contra mi rostro, alzando la mano para acariciar mi mejilla enrojecida.
Sonreí. Hallarme entre sus brazos me daba una extraña sensación de mariposas en el estómago y me hacía sentir mareada cuando aspiraba su aroma. Él se deslindó de mí agarre unos segundos después y dejó un beso en mi frente antes de regresar al escenario para poder evaluarnos a Edward y a mí.
—Les robaremos el corazón con nuestra presentación —le sonreí.—Tú ya me has robado el corazón, Isa—contestó, dedicándome una sonrisa juguetona.
James desapareció para regresar al escenario, un minuto después Elisa apareció para llamarnos a Edward y a mí a escena. Le sonreí a Edward mientras tomaba mi mano para entrar al escenario pero él no me regresó la sonrisa, a decir verdad apenas si me dedicó una mirada de soslayo.
Dibujé una sonrisa espléndida para los jueces y Edward y yo hicimos una pequeña flexión para presentarnos. Elisa dijo nuestros nombres y de dónde veníamos, luego le preguntó a Edward si podíamos comenzar, él tocó mi cintura y con la otra mano enlazó nuestros dedos.
— ¿Lista? —murmuró, serio.
Asentí, sonriéndole.
Él dio la orden para que la música comenzara a sonar y segundos después la suave melodía comenzó a llenar mis oídos. Mi sonrisa se ensanchó y cerré los ojos mientras daba el primer paso. Me dejé llevar por las olas de un mar invisible de notas musicales. Las manos de Edward me sostuvieron con fuerza mientras íbamos dando vueltas y vueltas por todo el escenario.
Di un par de saltos de ballet con Edward tomándome de la cintura y luego di un giro gracioso sobre mi propio eje para terminar tendida en sus brazos. Los movimientos de Edward eran tan graciosos como los míos y ambos parecíamos uno solo, complementándonos en el escenario.
Mis piernas volaban, haciéndome girar y girar. Yo era feliz dando pasos delicados, apenas rosando el suelo con mis zapatillas y siendo tan ligera como una pluma en los brazos de mi acompañante. Para terminar nuestra presentación, Edward me hizo girar fuera de sus brazos. Alcé mis brazos sobre mi cabeza mientras daba pequeños pasitos y giraba lejos de él, finalmente dejé caer mis brazos a mis costados y di una vuelta con mis brazos extendidos, mi vestido se infló con el vuelo de mis giros y mientras giraba sobre las puntas de mis pies, alcé mi pierna derecha y di un paso fuera del eje de mis giros para comenzar un salto gracioso con destino hacia los brazos de Edward. Era una pirueta complicada pero la habíamos practicado innumerables veces así que mi caída fue limpia y perfecta. Edward me bajó, me reclinó y observó mi rostro desde lo alto. Sus esmeraldas penetraron en mí, y dentro de ellas vi dolor dibujado en cada rincón de su interior. Como marcaba la coreografía, él me hizo girar en esa postura y terminó enterrando el rostro dramáticamente en la curva de mi cuello, mientras yo tiraba mi cabeza hacia atrás y dejaba mis manos flácidas caer.
El silencio reinó en la habitación cuando la música cesó, preocupada entreabrí un ojo para mirar a mi derredor. Los jueces nos veían con una notable cara de asombro y Elisa sostenía el micrófono mientras en sus labios se formaba una perfecta O.
Edward me levantó y ambos hicimos una pequeña reverencia hacia los jueces para agradecer cuando ellos nos aplaudieron. Salimos del escenario y en mi rostro no podía dibujarse una sonrisa más grande de la que ya había en él.
—Les hemos encantado, Edward —chillé— ¿Los viste? ¡Nuestra actuación ha sido magnifica!
Di una vuelta, manifestando mi felicidad de la única manera que sabía. Lo miré cuando me di cuenta que el no parecía ni tantito feliz.
— ¿Edward, por qué no te ves feliz? —le cuestioné, acercándome a él y tomándole las manos— Vamos, ¡sonríe! —No puedo sonreír, Bella —susurró, soltándose de mi agarre.
Me preocupé.
— ¿Qué pasa, Edward? —pregunté.—Nada.—Pareces molesto.—Molesto no… —susurró, mirándome directamente a los ojos, sin parpadear— Herido tal vez.— ¿Herido? —repetí.— ¿A qué estás jugando, Isa? —el apodo usado por James para referirse a mí salió de su boca destilando ácido— Un día te acuestas conmigo, pasamos la mejor noche de nuestras vidas cuando nos abrazamos y llegamos juntos al éxtasis. Y al día siguiente te besas con un maldito mentiroso.
Mi rostro se contrajo con incredibilidad. Él nos había visto a James y a mí antes de que fuéramos llamados al escenario.
—Edward… —comencé.— ¡No! No más "Edward". ¿Qué no entiendes que ese idiota solamente te hará sufrir? ¡Míralo, Isabella! Él es del tipo que engatusa a las niñas jóvenes y las usa para sus sucios deseos.— ¿Y tú qué sabes? —grité.— ¡Más de lo que piensas! ¿Le conoces siquiera? — ¿Y a ti qué más te da? —gruñí.—Me importa porque te quiero, te quiero, te quiero —gritó— ¿Es tan complicado de entender? ¿Cuántas veces tendré que decírtelo para que comprendas? Te. Quiero.
Lo miré, incapaz de decir algo. Mi corazón latió con fuerza y un nudo creció en mi garganta. ¿Me quería? ¿Por qué me costaba tanto creerle a él y tan poco creerle a James? ¿Sería que Edward significaba más…?
Él se acercó, acunó mi rostro entre sus fuertes manos que tiempo atrás habían estado sosteniéndome con seguridad mientras bailábamos en el escenario como si fuéramos un solo ser.
—Entiéndelo, Bella. Yo te quiero, ¿por qué no te puedes permitir quererme?
Como pude, negué con la cabeza, sacudiendo las emociones que me embargaban al ver esas esmeraldas tan emotivas mirarme fijamente.
—Por favor, Bella —suplicó—. Por favor, déjame quererte.—Edward, yo…— ¡Isabella! —llamaron a mis espaldas.
De un segundo a otro pasé de tener mi rostro entre las manos de Edward a tener los labios de James sobre los mío.
—Lo has hecho magnífico, Isa. Los demás jueces te adoran —dijo, haciéndome girar en el aire.
Mientras James me levantaba y celebraba el hecho de que me  había convertido en la favorita de los jueces, vi como Edward agachaba la cabeza y se retiraba de ahí con la cabeza vencida y los hombros caídos. En mi garganta se formó su nombre, listo para salir de entre mis labios. Me imaginé gritando su nombre, abandonando los brazos de James y corriendo hacia él para hundir mi rostro en su pecho y decirle que yo también le quería con voz ahogada y rota; entonces él me tomaría entre sus brazos, me daría vueltas como lo habíamos hecho en nuestra rutina y besaría mis labios con ternura y pasión.
Edward alzó la cabeza y me miró, como si hubiera sido capaz de escuchar mis absurdos pensamientos que gritaban en mi cabeza. Nuestras miradas se conectaron y su nombre subió por mi garganta, listo para ser expulsado… pero mis labios se mantuvieron sellados.
Y entonces su mirada se endureció y mis amadas esmeraldas me gritaron que, algún día, me arrepentiría por mis elecciones.
_____________________________Lamento mucho la espera :S me ha costado sentarme a escribir en los últimos días, he tenido muchas preocupaciones y problemas personales que ocupan casi todo el espacio en mi mente & sacan a patadas a mis amados personajes... pero bueno, finalmente logré terminar el capítulo. Es mucho más largo de lo normal, pero espero que les guste.
Continuando con las felicitaciones & dedicaciones. En estos días fue el cumpleaños de: Orpha Cullen, Adriana Ortiz Ramirez, MoOnse Lara Cullen, Nachuu Moraga,  Aleja Lara & Carly Ortega (Todos nombres de FB). Este capítulo fue dedicado a ellas, hermosas & amadas lectoras n_n