Bajar en trineo

Por Maletas@sinrumbo

Bajar en trineo parece un juego de niños. Parece, no lo es. Os quiero transportar a la primera experiencia fuerte de mi vida en Suiza. Llegué hace seis meses. Los más crudos me decían, “será un invierno duro”, los más protectores, “cuídate, no cojas frío”, los golosos “disfruta el chocolate”, los graciosillos “¡Saludos a las vacas Milka, ¡a Pedro y a Heidi!...”

Tuve la oportunidad de ir a las montañas de Heidi. A una región con ese nombre, Heidiland, en el cantón de St Gallen. Era mi primera excursión a la nieve. Nieve hasta las rodillas. Nieve de verdad. Todo nieve alrededor. El paisaje más blanco en el que he estado. Me sentí como una hormiga dentro de un azucarero.

El pico Pizol deja sin habla. Es un desierto de dunas blancas que da mucha paz. Hasta que te da por bajar en un inocente trineo de plástico, desciendes la pista como un diablo y se te corta la respiración en cada curva. De paz nada, rien de rien. Esto es lo que pasó.
Primera manga: Vaya, esto se atasca, claro, con tanta nieve grumosa a ver quién se desliza (sí, la nieve tenía grumos). Me acerco a la salida con la sensación de ser un muñeco michelín. Cojo impulso. Todo el que puedo con las piernas envueltas en un forro polar bajo pantalones térmicos. No soy consciente de lo que me espera. Una pendiente de aúpa. Más que la de las alfombras voladoras del parque de atracciones, pero ya no soy una niña, ni mi padre me protege en su regazo.
Me voy a romper la crisma, o eso creo. Y es sólo el comienzo. No sé si retroceder antes de coger la verdadera pista para trineos. Casi me choco con la señal que señala la bifurcación. Giro la cabeza. ¿Subo la pendiente y retrocedo? Justo en ese momento bajan los kamikazes del snowboard. Decido tirar pa lante antes de que me arrollen. Si no me he roto todavía la cabeza, quizás haya suerte. Y empieza el descenso de verdad.
Con el corazón a mil por hora intento mantenerme en el centro de la pista y no acercarme demasiado al borde del precipicio. ¿Lo principal? no caerse por el barranco, mi vida se ha reducido a eso. La pista no tiene quitamiedos, y me pregunto porqué me meto siempre en líos... Una compañera de HolidayCheck se choca conmigo. Estupendo, así me paro antes de descarrilar. Respiro hondo.
Tras el golpe me entran ganas de plantarme y pedir que alguien me lleve en brazos. Pero somos cinco, ya somos cinco personas que se han chocado. Clêmence nos explica con su adorable acento francés: “no tengáis miedo, cuando vayáis a descarrilar, tiraros en sentido contrario”. Su lógica aplastante me convence.
Mantenerse en el centro del camino es lo más peligroso. Es donde hay más hielo y coges más velocidad. En cambio en los bordes se acumula la nieve y ésta frena el impulso. Despacito desciendo pegada al desfiladero, total, cuando vaya a descarrilar, “me tiro en sentido contrario”. Con esa idea medio suicida, gritos, y risas nerviosas, llegamos al final del recorrido. Queremos más. Y repetimos tres veces.
Bajar en trineo crea adicción. Recomiendo la experiencia, pero no olvidéis alquilar un casco. Y llevar una cámara. El vídeo no tendrá precio, como éste de Michael. Lo grabó de vacaciones en Austria. En el Tirol.
¡Olerei, olerei, olereieieieiuuuu!