Foto de A.Matowsky, Andorra, 2008. expatriadaxcojones.blogspot.com
Me pasó hace más de dos años pero todavía me produce pesadillas. Estaba intentando quedarme embarazada. Hacía dos meses que probábamos y nada. Como nunca me he caracterizado por tener paciencia, decidí visitar una ginecóloga para asegurarme que todo estaba bien. No sabía de ninguna, así que pregunté. Una conocida me habló de esta señora. Me dijo que tenía una consulta en la calle México (cosa que ya me tendría que haber hecho dudar) y que hablaba un español perfecto (no sé porqué le damos tanta importancia al idioma. Que sea una mierda de profesional tiene un pase pero que no hable español es inaceptable).
Llamé para pedir cita. El Kalvo se lo montó para tener el día libre y me acompañó. Encontramos el edificio. Viejo. Con un ascensor de puerta metálica que me recordaba a los de Barcelona. Los que hay en las fincas más antiguas. Con botones dorados y ruido de ultratumba. Subimos. Sufrimos unos segundos de angustia. Y llegamos al cuarto piso. Salimos. Respiramos aliviados. Y nos miramos con cara de ¿Qué coño es esto?
La puerta está abierta. Entramos. El interior del piso es cochambroso. La sala está hasta los topes. Hay muchas mujeres. Algunos hombres. No es que sean pobres pero tampoco ricos. Gente de pueblo. Hay dos televisores. Los dos, encendidos. El volumen está fuerte. Nadie habla. Encontramos un rincón en uno de los sofás destartalados y metemos nuestros culos como podemos. Tenemos cita en diez minutos pero por la gente que veo a mi alrededor dudo que el horario se cumpla.
El Kalvo habla con la enfermera que apunta algo en un papel y le indica que vuelva a sentarse. Y así, sentaditos, esperamos. Casi dos horas. A punto estoy de levantarme y irme. Pero ya es demasiado tarde. La enfermera me llama. Como era de esperar, al hacerlo, me cambia el nombre. Ni me inmuto. Ya estoy acostumbrada. Lo padezco desde la infancia. Es culpa de mis padres. Ellos lo eligieron. Les gusta lo exótico.
La doctora nos recibe en su despacho. Viejo. Rancio. Anticuado. Parece el escenario de una película de serie B de los años setenta. En cualquier momento podría salir Alfredo Landa del armario.Ella me recuerda a Lidia Falcón. Con el mismo pelo rojizo y la cara pintarrajeada. Nos invita a sentarnos. La silla, de madera tallada con relieves, parece un trono real. La doctora ocupa su lugar y empieza el espectáculo.
—Primero te voy a hacer un pequeño interrogatorio rutinario…
¡Un interrogatorio! Yo pensaba que venía al médico… pienso… pero me callo y asiento como un cervatillo.
—De acuerdo. —¿Usted se hace lavados vaginales?
Sí y me meto el grifo de la ducha por el culo, también. ¿Pero qué coño está diciendo esta loca? Esto es lo que me viene a la cabeza pero al abrir la boca suelto algo distinto. Más correcto y formal. En el fondo soy una chica educada.
—No. Nunca me he hecho ninguno. —Muy bien. Si no le iba yo a contar un par de cosas. —…
— ¿Utiliza tampones?
—Sí. —Pues muy mal. No sabe usted que los tampones los fabrican bla bla bla y que son las farmacéuticas las que patatín y patatán, y si no me cree, búsquelo en internet porque esto es serio ya que bla bla bla.
Su alegato contra los tampones me ha dejado muda. Es tan convincente que casi le prometo no utilizarlos nunca más. No tengo tiempo. No me deja hablar. Ella continúa su monólogo. Con pasión.
—Escúcheme. Si usted no quiere lavar sus bragas sucias, pues cómprese cincuenta de las baratas y después de utilizarlas las tira a la basura.
Unos veinte minutos después, cuando, por fin me deja intervenir, le digo que ya lo he entendido. Que me queda todo claro. Que los tampones son malos y que hay bragas baratas. Pero ella no da por finalizada su clase magistral y vuelve a la carga.
—¿Y desodorante? —¿Cómo? —¿Qué si usa usted desodorante? —Sí. —Pues no debería. Parece una chica lista, tendría que saber que los desodorantes los fabrican con tal y pascual, que la transpiración es buena para el cuerpo porque bla bla bla y si usted no quiere oler mal, pues use limón. —¿Perdón? —Que se ponga unas gotitas de limón en el sobaco y adiós al mal olor. Y esto también sirve para usted—dice mirando al Kalvo fijamente. Él que es tan maniático que sólo usa la marca Vichy y en cantidades industriales.
Estoy pasando un momento crítico. Tengo que reprimirme como sea. Sé que si ahora miro al Kalvo, aunque solo sea de reojo, no podré aguantarme. Estallaré en carcajadas. Cuando más intento controlarme, más ganas tengo de destornillarme. La situación me supera. Es surrealista. ¿Quizás estoy en un programa de cámara oculta y no me he enterado? ¿Quién cojones es esta señora? ¿De dónde ha salido? ¿Quién le ha dado la licencia? ¿Esto es un centro de ginecología o un frenopático camuflado?
Estoy aturdida. Mareada. Desconcertada. Mi cabeza es un completo barullo de datos, nombres, fórmulas, empresas, números, beneficios,.... La doctora se detiene. Yo pienso: al fin. Hemos terminado con el interrogatorio. Aunque me sorprende que no me haya hecho ninguna pregunta sobre problemas de salud, reglas, abortos, parto, molestias de algún tipo, medicación,.. parece que mi historial médico le importe un bledo. Da igual. A estas alturas solo quiero pirarme. Entonces la versión marroquí de Lidia Falcón me mira directamente a los ojos y me dice:
—Ahora, ¡BÁJESE LAS BRAGAS!
No me considero una persona mojigata, todo lo contrario, pero esta frase me deja en estado de shock. Catatónica. Sin palabras. Por un momento incluso temo por mi integridad física. Quiero saltarme esta parte porque, la verdad, es bastante humillante. Verme en ese despacho, tumbada en una camilla de los años cincuenta y con las patas abiertas no es uno de los mejores recuerdos que conservo. Lo peor es que no se me olvida y aunque quiera borrarlo, lo tengo bien grabado en la memoria.
Lo más gracioso es que antes de examinarme, la doctora le pide al Kalvo que espere fuera. Porque él es un hombre y esto es cosa de mujeres. Él me mira y duda pero yo lo tengo clarísimo. Por aquí NO paso.
—¡No! Quiero que se quede. Es mi marido. Estamos intentando tener un hijo, no va a ver nada que no tenga ya muy visto. —… Bueno… porque es usted extranjera vamos a hacer una excepción pero que sepa que los hombres, normalmente, esperan fuera durante el examen. —Gracias.
Y así es como me di cuenta que tenía que buscar, urgentemente, una ginecóloga. Si quería tener un hijo y debía pasar las revisiones del embarazo necesitaba encontrar a un médico que pareciera una persona, si no buena, al menos emocionalmente estable. Era indispensable.Un mes después, la prueba de embarazo dio positivo y tuve otra experiencia religiosa con un médico que parecía una merluza con bata. También lo descarté. Y como dice el refrán, a la tercera va la vencida. Finalmente pude hallar una ginecóloga simpática, profesional y correcta que fue la que se encargó de mi los nueve meses de gordura que siguieron. El resto, ya es historia.