Bajo el árbol

Publicado el 07 marzo 2024 por Frank Paya @payafrank

-Es víspera de Navidad, comandante Robín -dijo el Hombre del Espacio-. Será mejor que te vayas a la cama si quieres que venga Santa Claus.

-Exacto, Robín -dijo la madre de éste-. Ya es hora de dar las buenas noches.

El niño, vestido con su pijama azul, asintió con la cabeza pero no hizo el menor gesto de levantarse.

-Dame un beso -dijo Oso. Oso dio unos pasos torpes y graciosos en torno al árbol y rodeó con sus brazos a Robín-. Tenemos que acostarnos. Yo voy también. -Era lo que decía todas las noches.

La madre de Robin movió la cabeza, entre divertida y desesperada.

-Escúchalos -dijo-. Míralo, Bertha. Parece un principito rodeado de su corte. ¿Cómo se va a sentir cuando crezca y no pueda tener aduladores transistorizados que lo mimen constantemente?

Bertha, la criada robot, asintió con su cabeza casi humana mientras volvía a dejar el atizador en su soporte.

-Sí, es verdad, señora Jackson. Desde luego que es verdad.

La Muñeca Danzante cogió a Robin de la mano y describió un ponché con arabesco. Robin se puso ahora en pie. Sus guardias formaron y presentaron armas.

-Por otro lado -dijo la madre de Robin-, sólo van a ser niños por breve tiempo.

Bertha asintió de nuevo.

-Sólo se es joven una vez, señora Jackson, desde luego. ¿Le parece bien que les pida a estos juguetitos tan monos que me ayuden a asear todo esto cuando el niño se haya dormido?

El Capitán de los guardias saludó con su sable de plata. El Guardia Más Grande tocó la retreta en su tambor, y el resto de los guardias formaron en doble fila.

-Duerme con Oso -dijo la madre de Robin.

-Puedo pasarme sin Oso, hay otros muchos.

El Hombre del Espacio tocó la hebilla de su cinturón antigravedad y se alzó hasta una altura de un metro y medio como un gracioso globo de anchas espaldas. Con la Muñeca Danzante a la izquierda y Oso a la derecha, Robin se puso en marcha con andar inseguro detrás de los guardias. La madre de Robin aplastó el último cigarrillo de la noche, hizo un guiño a Bertha y dijo:

-Supongo que será mejor que yo también me retire. No es necesario que me ayudes a desnudarme, sólo tienes que recoger mis cosas por la mañana.

-Sí, señora. Lástima que el señor Jackson no esté aquí, hoy que es víspera de Navidad, en estos días…

-Dentro de una semana vuelve de Brasil: ya te lo he dicho. Bertha, cada día hablas peor. ¿Estás segura de que no te gustaría ser una criada francesa por un tiempo?

-Ni hablar, señora Jackson. Tengo demasiados problemas para atender a los hombres que llaman a la puerta cuando soy francesa.

-Cuando asciendan de nuevo al señor Jackson, vamos a tener chófer -dijo la madre de Robin-. Será italiano, y lo será siempre, ¿entiendes?

Bertha observó cómo la mujer abandonaba la estancia con paso rapito.

-¡Venga, juguetes perezosos! A vaciar los ceniceros en el fuego y que no quede nada por aquí en medio. Yo voy a desconectarme, pero la próxima vez que entre en este salón quiero que todo esté en su sitio o va a haber un buen estropicio de juguetes.

Estuvo observando el tiempo suficiente como para ver

al Perro de Guinga volcar el contenido del cenicero más grande sobre los crepitantes leños, al Hombre del Espacio ir flotando para poner bien las revistas de la mesita de café y a la Muñeca Danzante empezar a barrer el hogar.

-A vuestra caja- dijo a los guardias, y a continuación se apagó.

En el dormitorio más pequeño, Oso yacía en brazos de Robín.

-Estate quieto -decía Robin.

-Pero si estoy quieto -decía Oso.

-Cada vez que estoy a punto de dormirme, te meneas.

-No es verdad -dijo Oso.

-Que sí.

-Que no.

-Que sí. -. -A veces también a ti te cuesta dormir -dijo Oso.

-Cuando me está costando es esta noche -respondió Robin con toda intención.

Oso se deslizó de entre los brazos del niño.

-Quiero ver si está nevando otra vez.

Trepó desde la cama hasta un cajón abierto y desde el cajón abierto hasta lo alto de la cómoda. Nevaba.

-Oso -dijo Robin-, tienes un circuito suelto. -Era lo que su madre decía a veces a Bertha. Oso no contestó-. Ya sé, Oso -dijo Robin, soñoliento, un momento después-. Ya sé por qué estás así. Mañana es tu cumpleaños, y crees que no voy a tener nada para ti.

-¿Tienes algo? -preguntó Oso.

-Lo tendré -contestó Robin-. Mamá me va a llevar a la tienda.

Un minuto después, su respiración pasó a ser el suspiro regular y pesado de un niño durmiendo. Oso se sentó en el borde de la cómoda y se quedó mirándolo. Luego, en voz muy baja, dijo:

-Sé cantar villancicos.

Era la primera cosa que le había dicho a Robin, hacía ahora un año. Extendió los brazos. Todo es calma, todo es

luz. Esto le hizo pensar en las luces del árbol y en el espléndido fuego de la sala de estar. El Hombre del Espacio estaba allí, pero como era el único juguete capaz de volar, a ninguno de los otros le caía muy bien. También la Muñeca Danzante estaba allí. La Muñeca Danzante era lista, pero bueno… no se le ocurría la palabra. Saltó al cajón y fue a parar sobre un montón de camisetas de Robin. Luego se descolgó del cajón y, sigilosamente, bajó hasta el oscuro suelo enmoquetado.

-Limitada -se dijo a sí mismo-. La Muñeca Danzante es muy limitada.

Pensó de nuevo en el fuego y en los juguetes viejos. Los Bloques que tenía Robin antes de que él, la Muñeca Danzante y los demás llegaran, y el Hombre de Madera montado en una bicicleta amarilla, y la Peonza Cantarina.

La puerta de la habitación de Robin estaba entreabierta. Entraba por la abertura una delgada raya de luz, para que Robin no tuviera miedo. Oso la cerraba un poquito más cada noche. Ahora, no deseaba abrirla. Hacía mucho tiempo que Robin no preguntaba por su Hombre de Madera, su Peonza Cantarina y su Bloque «B», con toda su cháchara de manzanas, bellotas y caimanes.

En la sala de estar, la Muñeca Danzante estaba apostando a los Guardias bajo la atenta supervisión del Hombre del Espacio, de pie sobre la repisa de la chimenea.

-Podemos poner a tres o cuatro detrás de la librería -gritó él.

-Desde ahí no van a poder ver nada -gruñó Oso.

La Muñeca Danzante hizo una pirueta y a continuación una pomposa reverencia.

-Temíamos que no vinieras -dijo.

-Pon uno detrás de cada pata de la mesita -le dijo Oso-. He tenido que esperar hasta que se durmiera. Ahora escuchadme, escuchadme todos. Cuando yo grite ¡A la carga!, tenemos que lanzarnos todos corriendo sobre ellos. Esto es muy importante. Si se puede, lo practicamos antes.

El Guardia Más Grande dijo:

-Yo le daré al tambor.

-Tú le darás al enemigo o irás a parar al fuego con el resto de nosotros -replicó Oso.

Robín patinaba sobre el hielo. Los pies resbalaron hacia delante y se alzaron en el aire, cayó al suelo y se dio un tremendo golpe que lo dejó totalmente conmocionado. Levantó la cabeza, y vio que no estaba en el estanque helado del parque. Estaba en su propia cama, mientras la luna brillaba por la ventana y era la víspera… no, era ya la noche de Navidad, ya… iba a venir Santa Claus. Quizá hubiera venido ya. Robin aguzó el oído para ver si oía renos sobre el tejado y no oyó el sonido de sus pasos. Luego, escuchó por si Santa Claus estuviera comiendo los pastelillos que su madre le había dejado en el estante de piedra junto a la chimenea. No se oía a nadie masticar, ningún crujido. Apartó ahora los cobertores y se deslizó por el borde de la cama hasta que sus pies tocaron el suelo. Habían llegado hasta su cuarto los agradables olores del árbol y el fuego. Salió de su habitación con gran sigilo y los siguió hasta el pasillo.

¡Santa Claus estaba en la sala de estar, inclinado junto al árbol! Los ojos de Robin se abrieron hasta tener el tamaño y la redondez de los botones del pijama. En seguida Santa Claus se enderezó, y no era Santa Claus, qué va, sino la madre de Robin vestida con un albornoz rojo nuevo. La madre de Robin era casi tan gorda como Santa Claus, y Robin no pudo evitar llevarse los dedos a la boca para contener la risa al ver cómo la señora Jackson resoplaba y se aguantaba las rodillas hasta poder erguirse.

¡Pero Santa Claus había venido! Había juguetes, juguetes nuevos en torno al árbol.

La madre de Robin se dirigió al estante de piedra donde estaban los pastelillos y se comió la mitad de uno de ellos. Luego bebió la mitad del vaso de leche, se volvió para regresar a su habitación y Robin se retiró a la oscuridad de su propio cuarto hasta que ella hubo pasado. Cuando atisbó cautamente desde detrás del marco de la puerta, los juguetes -Los Nuevos Juguetes- empezaban a moverse.

Se desplazaban, se agitaban y miraban a su alrededor. Tal vez porque era víspera de Navidad. Tal vez se debiera simplemente a que la luz del fuego había activado sus circuitos. Pero un payaso se estiró la ropa y se desperezó, y una muchacha andrajosa alisó su andrajoso delantal -que tenía un corazón bordado- y un mono dio un enorme salto y se colgó de la segunda rama empezando por abajo del árbol de Navidad. Robin los vio. Y Oso, que estaba detrás del cojincillo para los pies del sillón del padre de Robin, los vio también, Vaqueros e Indios Norteamericanos levantaban la tapa de su caja mientras un caballero abría una puerta de cartón -que parecía de madera- situada en el costado de otra caja -que parecía de piedra- y un dragón miraba por encima del hombro.

-¡A la carga! -ordenó Oso-. ¡A la carga!

Salió de detrás del cojincillo, a cuatro patas igual que un oso de verdad, corriendo muy tieso pero con gran rapidez, y golpeó al Payaso en la ancha cintura y lo derribó, y a continuación lo levantó y lo arrojó cerca del fuego.

El Hombre del Espacio se había abalanzado sobre el Mono: luchaban, vacilantes, en lo alto de un triciclo de polietileno.

La carga más rápida fue la de la Muñeca Danzante, más rápida incluso que la de Oso, en una impresionante serie de gestos, pero la Muchacha Andrajosa la había levantado del suelo y corría ahora con ella hacia el fuego. Al golpear Oso de nuevo al Payaso, vio a los Indios Norteamericanos que se llevaban a un guardia -el Capitán de los guardias- también hacia el fuego. El sable del Capitán había atravesado de parte a parte a uno de los Indios Norteamericanos, y debió de estropear algún circuito porque el Indio Norteamericano tenía problemas al andar. Pero al momento siguiente el Capitán ardía ya, el rojo uniforme en llamas, las manos al aire como lenguas de fuego, los ojos negros vidriosos y cuarteados mientras un río de metal reluciente caía de él como si fuera sudor para endurecerse entre las cenizas bajo los leños.

El Payaso intentó luchar con Oso, pero Oso lo derribó. Los dientes del Dragón estaban clavados en el talón izquierdo de Oso, pero Oso se zafó de una patada. La Gata Manchada ardía, ardía. El Perro de Guinga intentó sacarla, pero el Mono lo empujó a él al fuego. Por un instante, Oso pensó en la escalera del sótano y en el sótano hondo y oscuro, donde había cajas y paquetes y mil rincones olvidados. Si huía y se ocultaba, quizá los Nuevos Juguetes no lo encontraran nunca, quizá ni siquiera intentaran buscarlo. Dentro de unos cuantos años Robin lo descubriría, cubierto de polvo.

El grito más alto y más dulce fue el de la Muñeca Danzante, y Oso se volvió y se encontró con la espada levantada del Caballero.

Cuando la madre de Robin se levantó la mañana de Navidad, Robin estaba ya despierto, sentado bajo el árbol con los Vaqueros y viendo cómo los Indios Norteamericanos bailaban la danza de la lluvia. El Mono estaba encaramado sobre su hombro, la Muchacha Andrajosa -programada, había asegurado el dependiente a la madre de Robin, para iniciar la educación sexual de Robin- en su regazo, y el Caballero y el Dragón a sus pies.

-¿Te gustan los juguetes que te ha traído Santa Claus, Robin? -le preguntó su madre.

-Uno de los Indios Norteamericanos no anda.

-Es igual cariño, lo devolveremos. Robin, tengo algo muy importante que decirte.

Llegó Bertha el robot con copos de maíz y leche y vitaminas para Robin y café con leche para la madre de Robin.

-¿Dónde están todos aquellos juguetes viejos? -quiso saber-. Pues sí que han limpiado bien.

-Robin, los juguetes no son más que eso, juguetes, naturalmente… -Robin asintió con aire ausente. Un ternero colorado salía de la rampa mientras un vaquero lo seguía a caballo, el lazo en la mano.

-Pero ¿Dónde están los juguetes viejos, señora Jackson? -preguntó Bertha de nuevo.

-Están programados para autodestruirse, según tengo entendido -dijo la madre de Robin-. Pero, Robin,

¿sabes cómo han llegado hasta aquí todos estos nuevos juguetes, el Caballero y el Dragón y todos estos Vaqueros? Casi por arte de magia. Pues bueno, lo mismo puede ocurrir con las personas. -Robin la miró con el terror reflejado en sus ojos-. La misma maravilla va a ocurrir aquí, en nuestro hogar, mi cielo.

FIN

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