La botella de vino está vacía, como su vida, rezonga, observando con tristeza el vidrio de color verde que ha dejado apoyado contra los pilares del puente que cruza La Ronda de Segovia. A su lado ha despertado ya Tatiana, la esbelta y curvilínea prostituta rusa que ha escapado de su proxeneta, Baris Tatchenko. Incluso así como la encuentra a primera hora de la mañana, toda sucia, desaseada, con los cabellos rubios alborotados y las ropas ajustadas, manchadas y desgarradas por aquí y por allá, le sigue pareciendo la mujer más hermosa que han visto sus ojos negros en toda su vida. Ella le entiende y le ama, con sus virtudes y sus innumerables defectos. Son almas gemelas, dice ella, en ese castellano agreste e incorrecto que suena como las ruedas de un tractor abriéndose paso por una senda rural. ¿Será una fantasía o dijo la verdad anoche? Es un sueño precioso, la verdad.
Leonardo se muere de ganas por preguntarle a qué se refería cuando, después de hacer el amor entre cartones y plásticos, después de devorar los pedazos de pizza fría que les trajo Álex, el inmigrante africano que pedía unas monedas en el mercado de las flores, le habló Tatiana de un último cartucho que quemar en el restaurante "La gaviota roja", junto a su hermana Oksana, junto a las cálidas playas de Tenerife. La gaviota roja, Oksana… dijo para sí el atractivo aunque desmejorado abogado, embebido con el sonido de aquellas palabras mágicas.