Bajo la Misma Estrella (The Fault in Our Stars, EU, 2014), segundo largometraje de Josh Boone (opera prima Stuck in Love/2012 inédita en México), es una cinta curiosa: no intenta nunca resolver su contradicción irreductible que es el corazón mismo de la película. Estamos ante una calculadísima cinta romántica previsible a leguas y, al mismo tiempo, ante un muy sensible melodrama juvenil ante el cual es muy difícil permanecer incólume.Es decir, uno sabe perfectamente bien lo que va a suceder desde los primeros minutos del filme y, de cualquier manera, el guion de Scott Neustadter y Michael H. Weber , basado en el best-seller homónimo de John Green, logra ocultar el peor cliché romanticoide detrás de una acción chistosona –el amigo casi invidente rompiendo los trofeos deportivos al fondo del encuadre-, nos distrae de una vuelta de tuerca lacrimógena a través de una aguda reflexión matemático-filosófica (“hay infinitos más grandes que otros”), y nos lleva de la mano al desenlace que todos intuíamos desde el principio, con todo y su mensaje trascendental más que obvio, pero que me resulta imposible e indeseable rebatir. A saber: aunque al final la muerte ganará la guerra, nosotros podemos ganarle aquí una que otra batalla.La historia no podía ser más simple: la jovencita de 17 años Hazel Grace Lancaster (Shailene Woodley fragilísima con encantadores ojos de venadita), que está combatiendo desde la infancia un cáncer que apenas puede mantener a raya, conoce en un grupo de ayuda al carita, pagado de sí mismo y echado-pa’-delante Augustus Walters (Ansel Elgort), un exbasquebolista estrella de 18 años que también ha sobrevivido al cáncer, aunque ha perdido una de sus piernas en el tratamiento. Como Agustus –Gus pa’ los cuates- ha decidido no guardarse ningún placer después de haber estado a punto de morir, apenas conoce a Hazel y no le despega la mirada de encima. Apenas cruzan la primera palabra, y ya está echándole los perros.Lo que sigue es una estándar historia de amor entre dos muchachitos inteligentes, articulados, simpáticos, que han visto la muerte muy de cerca y que, por supuesto, la tendrán de ver de nuevo porque en una película de este tipo, con dos enamorados enfermos de cáncer, alguno tiene que morir al final, ¿no es así?La cinta no trasciende nunca los clichés, no huye de ellos, no les saca la vuelta. Y, sin embargo, al lado de la peor escena chantajista en mucho tiempo –¡esa visita al Museo de Ana Frank, con besito incluido y aplauso de los conmovidos testigos!-, el director Boone logra deslizar alguna escena genuinamente conmovedora –Laura Dern recordándole a su hija que nunca dejará de ser su madre, por más que ella pueda morir de cáncer-, establece una exultante complicidad entre los personajes y el público –el momento en el que Gus, Hazel y el despechado invidente Isaac (Nat Wolf) van a echarle huevos al auto de la ingrata exnovia del cieguito-, y no se arredra al recordarnos una y otra vez que la muerte está muy cerca de los personajes –y, por ende, de nosotros- pero que por eso mismo hay que vivir sin desperdiciar un solo segundo de nuestras vidas. Porque todo lo que nos rodea se ha hecho para los que estamos vivos, incluyendo los funerales. Porque en ese instante al que llamamos vida se esconde un infinito inabarcable. Porque para recordar a la persona amada solo basta la palabra más simple y más sencilla: “Ok”.
Bajo la Misma Estrella (The Fault in Our Stars, EU, 2014), segundo largometraje de Josh Boone (opera prima Stuck in Love/2012 inédita en México), es una cinta curiosa: no intenta nunca resolver su contradicción irreductible que es el corazón mismo de la película. Estamos ante una calculadísima cinta romántica previsible a leguas y, al mismo tiempo, ante un muy sensible melodrama juvenil ante el cual es muy difícil permanecer incólume.Es decir, uno sabe perfectamente bien lo que va a suceder desde los primeros minutos del filme y, de cualquier manera, el guion de Scott Neustadter y Michael H. Weber , basado en el best-seller homónimo de John Green, logra ocultar el peor cliché romanticoide detrás de una acción chistosona –el amigo casi invidente rompiendo los trofeos deportivos al fondo del encuadre-, nos distrae de una vuelta de tuerca lacrimógena a través de una aguda reflexión matemático-filosófica (“hay infinitos más grandes que otros”), y nos lleva de la mano al desenlace que todos intuíamos desde el principio, con todo y su mensaje trascendental más que obvio, pero que me resulta imposible e indeseable rebatir. A saber: aunque al final la muerte ganará la guerra, nosotros podemos ganarle aquí una que otra batalla.La historia no podía ser más simple: la jovencita de 17 años Hazel Grace Lancaster (Shailene Woodley fragilísima con encantadores ojos de venadita), que está combatiendo desde la infancia un cáncer que apenas puede mantener a raya, conoce en un grupo de ayuda al carita, pagado de sí mismo y echado-pa’-delante Augustus Walters (Ansel Elgort), un exbasquebolista estrella de 18 años que también ha sobrevivido al cáncer, aunque ha perdido una de sus piernas en el tratamiento. Como Agustus –Gus pa’ los cuates- ha decidido no guardarse ningún placer después de haber estado a punto de morir, apenas conoce a Hazel y no le despega la mirada de encima. Apenas cruzan la primera palabra, y ya está echándole los perros.Lo que sigue es una estándar historia de amor entre dos muchachitos inteligentes, articulados, simpáticos, que han visto la muerte muy de cerca y que, por supuesto, la tendrán de ver de nuevo porque en una película de este tipo, con dos enamorados enfermos de cáncer, alguno tiene que morir al final, ¿no es así?La cinta no trasciende nunca los clichés, no huye de ellos, no les saca la vuelta. Y, sin embargo, al lado de la peor escena chantajista en mucho tiempo –¡esa visita al Museo de Ana Frank, con besito incluido y aplauso de los conmovidos testigos!-, el director Boone logra deslizar alguna escena genuinamente conmovedora –Laura Dern recordándole a su hija que nunca dejará de ser su madre, por más que ella pueda morir de cáncer-, establece una exultante complicidad entre los personajes y el público –el momento en el que Gus, Hazel y el despechado invidente Isaac (Nat Wolf) van a echarle huevos al auto de la ingrata exnovia del cieguito-, y no se arredra al recordarnos una y otra vez que la muerte está muy cerca de los personajes –y, por ende, de nosotros- pero que por eso mismo hay que vivir sin desperdiciar un solo segundo de nuestras vidas. Porque todo lo que nos rodea se ha hecho para los que estamos vivos, incluyendo los funerales. Porque en ese instante al que llamamos vida se esconde un infinito inabarcable. Porque para recordar a la persona amada solo basta la palabra más simple y más sencilla: “Ok”.