Este capcioso uso del sonido se va a repetir en innumerables ocasiones en el resto del filme, pues Clair –que había realizado su primera obra maestra poco antes, la silente Un Sombrero de Paja de Italia (1928)- tuvo muy claro desde el inicio que el sonido podía ayudarle a crear el ambiente de la historia –a través de los cantos y la música-, pero también que la ausencia de sonido podía ser igual de importante. Por lo mismo, en muchas ocasiones vemos lo que se dicen los personajes –la escena final, por ejemplo- pero no escuchamos sus palabras. No es necesario hacerlo: gracias a una brillante elipsis sonora, Clair nos ha brindado toda la información que necesitamos.La historia es encantadoramente sencilla. El cantante callejero Albert (Albert Préjean) se enamora de la bella inmigrante rumana Pola (Pola Illéry), quien es acosada por el violento chulo Fred (Gaston Modot). Por un malentendido, Albert termina en la cárcel y cuando sale días después, libre de culpas, se encuentra que Pola ya tiene otro galán, el mejor amigo de Albert, Louis (Edmond T. Gréville). Lo que queda en la memoria, más allá de la historia, es la forma de contarla de Clair, su puesta en imágenes y sonido: el emplazamiento de cámara que nos permite ver a través de un tragaluz lo que sucede en el pequeño piso de Pola, el movimiento de grúa completamente vertical que nos permite atisbar la vida en esos modestos departamentos, la manera en que la pegajosa canción “Bajo los Techos de París” pasa de un piso a otro al ser cantada o chiflada, el uso de la celebérrima “Obertura de Guillermo Tell” de Rossini para acompañar alguna escena, la cámara que se aleja del grupo callejero cantando tan como se acercó a él al inicio del filme… En efecto, tal vez Clair no tenga gran cosa qué decir en esta película, pero qué bien lo dice.
Este capcioso uso del sonido se va a repetir en innumerables ocasiones en el resto del filme, pues Clair –que había realizado su primera obra maestra poco antes, la silente Un Sombrero de Paja de Italia (1928)- tuvo muy claro desde el inicio que el sonido podía ayudarle a crear el ambiente de la historia –a través de los cantos y la música-, pero también que la ausencia de sonido podía ser igual de importante. Por lo mismo, en muchas ocasiones vemos lo que se dicen los personajes –la escena final, por ejemplo- pero no escuchamos sus palabras. No es necesario hacerlo: gracias a una brillante elipsis sonora, Clair nos ha brindado toda la información que necesitamos.La historia es encantadoramente sencilla. El cantante callejero Albert (Albert Préjean) se enamora de la bella inmigrante rumana Pola (Pola Illéry), quien es acosada por el violento chulo Fred (Gaston Modot). Por un malentendido, Albert termina en la cárcel y cuando sale días después, libre de culpas, se encuentra que Pola ya tiene otro galán, el mejor amigo de Albert, Louis (Edmond T. Gréville). Lo que queda en la memoria, más allá de la historia, es la forma de contarla de Clair, su puesta en imágenes y sonido: el emplazamiento de cámara que nos permite ver a través de un tragaluz lo que sucede en el pequeño piso de Pola, el movimiento de grúa completamente vertical que nos permite atisbar la vida en esos modestos departamentos, la manera en que la pegajosa canción “Bajo los Techos de París” pasa de un piso a otro al ser cantada o chiflada, el uso de la celebérrima “Obertura de Guillermo Tell” de Rossini para acompañar alguna escena, la cámara que se aleja del grupo callejero cantando tan como se acercó a él al inicio del filme… En efecto, tal vez Clair no tenga gran cosa qué decir en esta película, pero qué bien lo dice.